La “guerra fría” no solo se disputó en los terrenos político y estratégico, sino también en la cultura.

Ramón González Férriz estudia la contienda cultural entre el mundo capitalista y el socialista que se libró durante la “guerra fría” (“La otra guerra fría”)

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“El capitalismo en general y Estados Unidos en particular ganaron la guerra fría. Es probable que eso se deba más a su potencial económico y militar y a las increíbles carencias de sistema comunista, que a su cultura. Pero pese a ello la cultura desempeñó un papel crucial en esa victoria” dice el periodista Ramón González Férriz en ”La otra guerra fría” (Alianza editorial), un ensayo en el que analiza la contienda cultural que se libró entre los dos grandes bloques durante el período de la reciente historia de la humanidad conocido como “guerra fría”.

Férriz resalta la importancia que adquirió la cultura en dicho período y las profundas transformaciones que se produjeron tanto en el cine, la televisión, la música, las drogas y hasta en las formas de vestir. El comunismo optó por promover el llamado por Stalin y Máximo Gorki “realismo socialista”, aunque no se supiera nunca muy bien qué significaba exactamente dicho término. Pero lo que sí estuvo claro es que tras la segunda guerra mundial “el Partido Comunista abrazó definitivamente el nacionalismo heredado de los zares y la superioridad cultural de la Unión Soviética” lo que implicaba “reescribir el pasado”. Mientras que, al otro lado del Atlántico, en Estados Unidos y aunque “una buena parte de la élite política e intelectual “creía que el arte moderno apenas podía considerarse arte”, lo cierto es que se fue imponiendo paulatinamente el expresionismo abstracto como ”vehículo del proyecto imperial” norteamericano.

Las herramientas para imponer dicha visión fueron el Congreso para la Libertad de la Cultura y otras iniciativas paralelas financiadas por la CIA a título de respuesta a la movilización de los militantes de izquierdas. “Todas tenían en común la defensa de la cultura modernista y el experimentalismo artístico y literario, el vehículo de la literatura con el pensamiento sociológico y político y la visión liberal de la libertad de expresión y el pluralismo”. En este orden de cosas, destaca la importancia de los modelos impuestos por la figura literaria de James Bond, un verdadero “emblema de la guerra fría”, e incluso de su antítesis, el agente secreto David Cornwell, obra de John Le Carré, mientras que en la URSS Pasternak pudo sortear la prohibición comunista haciendo llegar el original de su Doctor Zhivago al editor italiano Feltrinelli, que lo publicó pese a su militancia comunista. Sea como fuere, “durante la guerra fría, aunque los creadores no lo buscaran, cualquier producción literaria o artística podía ser utilizada políticamente”. 

Los años sesenta fueron los del máximo énfasis en las nuevas expresiones de la cultura popular para las que le mundo capitalista estaba sin duda mejor preparado. Y así se produjo la emergencia de nuevos modelos tendentes a la exaltación del héroe blanco” a lo que contribuyó el movimiento evangélico. “En el plano cultural estaba claro que la cultura estadounidense se estaba convirtiendo en la cultura global”. Todo ello llevó a colegir que la batalla cultural entre ambos mundos había finalizado si no fuese porque “según transcurría el tiempo, empezó a ser evidente que seguían existiendo concepciones de la cultura distintas a un lado y otro del ya caído telón de acero”. Lo cierto es que se ha llegado a considerar la posibilidad de que estemos entrando inadvertidamente en otro enfrentamiento cultural. “En todo caso, si la llamamos guerra fría como si no -indica González Férriz- parece claro que vamos hacía un nuevo mundo”.

Una coda final referida a España. El autor pone de relieve el curioso hecho de que el franquismo no tuvo inconveniente alguno en, pese a su visión conservadora de la cultura, promover por mero pragmatismo el arte abstracto. Cita a Tapies quien “contó que cuando el general Franco fue conducido la sala de la bienal (de arte) en la que estaban expuestos lo cuadros de algunos de los jóvenes pintores abstractos españoles, su guía le dijo «Excelencia, esta es la sala de los revolucionarios». Según el pintor, la respuesta de Franco fue: «¡Ah bueno! Mientras hagan las revoluciones así…»”.

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