¿Los mercados financieros al borde de la explosión?

Jézabel Couppey-Soubeyran advierte que las políticas arancelarias erráticas de Trump están desestabilizando los mercados financieros, creando una burbuja peligrosa. Esta volatilidad podría desencadenar una crisis global, exacerbada por la desregulación financiera. La intervención política es urgente para evitar un colapso económico.

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Lluís Rabell
Lluís Rabell

 

Esa es la inquietante pregunta que se hace la catedrática de economía de la Universidad París I, Jézabel Couppey-Soubeyran, en las páginas de “Le Monde” (4-5/05/2025). En efecto. Los vaivenes de Trump en materia arancelaria tienen en vilo a la economía mundial. Mucho se ha hablado de los efectos que una política proteccionista por parte de Estados Unidos acarrearía para las exportaciones europeas, con sus derivadas sobre la producción y el empleo. Pero quizás no se ha prestado la suficiente atención al efecto catastrófico que esos balanceos podrían tener sobre los mercados financieros. El volumen de sus transacciones, basadas en gran medida en la anticipación sobre futuras rentabilidades de la economía real o en la fiabilidad de las deudas soberanas, superan ampliamente el PIB mundial. Se trata de una formidable burbuja que conforma los rasgos más parasitarios del capitalismo contemporáneo. Teóricamente, las finanzas deberían cumplir la misión de “engrasar” los engranajes de la economía productiva, procurándole la liquidez necesaria para la inversión, la innovación y el desarrollo. Las grandes entidades bancarias, sin embargo, lejos de canalizar en ese sentido el ahorro que captan, apalancan el crédito que dispensan sobre unos reducidos fondos propios, mientras su negocio busca jugosos réditos especulativos en los mercados financieros. La desregulación neoliberal de los mismos propició que se llenaran en su día de activos tóxicos – como las hipotecas subprime -, que se expandieron por todo el sistema y llegaron a las carteras de las más venerables instituciones bancarias. Las mayores, “demasiado grandes para caer”, fueron objeto de rescate con dinero público en medio de una gran recesión de la economía mundial y de unas políticas de austeridad cuyas consecuencias aún se hacen sentir entre la población trabajadora.

              Aún corriendo hacia la catástrofe, los mercados son incapaces de contener sus propias pulsiones, no pueden regularse a sí mismos en busca de una suerte de equilibrio natural. La voluntad desreguladora de Trump, junto con sus erráticas medidas arancelarias, representan una enorme amenaza. Para el mundo y para el propio pueblo americano. ¿Asistimos al paroxismo del declive neoliberal? “Las economías neoliberales no solo son ineficaces – escribe el Premio Nobel Joseph Stiglitz en su ensayo “Camino de libertad” -, sino que el neoliberalismo, como sistema económico, no es sostenible y reduce la sostenibilidad de la democracia. Hay muchas razones para creer que una economía de mercado neoliberal tiende a devorarse a sí misma.” Decididamente, es la hora de la política, de su primacía sobre el mercado. Los avisos al respecto se vuelven apremiantes. ¿No nos advierte acaso el reciente apagón vivido en España acerca de la necesidad de una mayor incidencia de los poderes públicos en la gestión – y en unas inversiones orientadas a la eficiencia y seguridad del sistema – de este sector estratégico, clave para el funcionamiento de todo el país y vital para la transición ecológica? Es tiempo de política. Y, para la izquierda, tiempo de audacia.

     Lluís Rabell

En la cubierta de su edición del pasado 21 de abril, la revista americana The New Yorker parodiaba astutamente una escena de culto de la película El Dictador, de Charlie Chaplin (1940). Podía verse en esa portada a Donal Trump inflando un globo terráqueo, haciéndolo girar sobre su pulgar, rebotarlo contra sus nalgas… hasta que acababa estallándole en la cara. El globo simboliza sin duda la economía mundial que el presidente de Estados Unidos cree poder someter al juego de su política arancelaria.

              Podemos ver representada en esa alegoría a la gran finanza mundial con la que Trump juega con total desenvoltura, al ritmo de sucesivos incrementos de derechos de aduana y de bruscas marchas atrás en sus decisiones. Tras el fin de semana de Pascua, la administración americana ha multiplicado las declaraciones destinadas a calmar los ánimos. Para muchos, era la señal de que los mercados financieros habían pitado el final del partido. ¿El globo financiero es una sólida fuerza de llamamiento al orden… o una enorme burbuja a punto de estallar?

              Tanto si el movimiento fue orquestado como si no, lo cierto es que los índices bursátiles han evolucionado al ritmo de las declaraciones de la Casa Blanca. A cada nuevo anuncio de subida de los aranceles, las principales plazas bursátiles caían; a cada anuncio de pausa o de retroceso, se recuperaban. Cuando los aranceles aumentan, los inversores en los mercados financieros esperan que el comercio mundial y la actividad económica en su conjunto retrocedan y revisan a la baja sus anticipaciones sobre los rendimientos: se desprenden o recomponen sus carteras, con lo cual hay más vendedores que compradores en el mercado. En consecuencia, baja el precio de los valores y de los sectores concernidos.

              Al revés, a cada anuncio de pausa o retroceso, esos inversores contemplan un futuro más halagüeño para la economía mundial y sus anticipaciones van de nuevo al alza, al tiempo que sus órdenes de compra y, finalmente, los precios de los títulos concernidos. Los mercados de la deuda pueden verse zarandeados en el mismo movimiento, en la medida que el riesgo de impago de los emisores se revisa en función de cada anuncio.

              Juego peligroso

              Esos movimientos son potencialmente amplificados por la importancia que han adquirido los fondos indicadores, cuya estrategia consiste en seguir un índice bursátil (sectorial, nacional, etc.) y replicar sus movimientos. Cuando los mercados van a la baja, esos fondos replican la caída en sus carteras y empiezan a vender, e inversamente cuando los mercados remontan. El Banco Central europeo había señalado, pasando revista a la estabilidad financiera al final de 2024, que ese tipo de inversiones pasivas podía aumentar los movimientos de las carteras y amplificar la volatilidad de los mercados. En el curso del movimiento de yoyo provocado por Trump, ha sido posible sin duda realizar jugosas plusvalías, sobre todo por parte de los actores bien informados acerca de los giros de la política comercial americana, comprando cuando los valores se depreciaban a sabiendas de que las cotizaciones iban a remontar.

              La manipulación de las cotizaciones, si tuvo lugar, no será fácil de probar. Es eso, sin embargo, lo que los demócratas sospechan de Trump – es decir, e mayor delito de iniciado de todos los tiempos, informando con antelación a su entorno del giro que iba a anunciar el 10 de abril. El senador Adam Schiff ha solicitado la apertura de una investigación, que tiene pocas posibilidades de llegar a ninguna parte, a la autoridad encargada de vigilar los mercados (Securities and Exchange Commission), organismo dirigido por un incondicional del presidente, Paul Atkins, y convenientemente purgado a lo largo de estos últimos meses de gran parte de sus inspectores. Esperado las pruebas que sin duda nunca llegarán, el interrogante sigue en pie: ¿fue el temor de ver a los mercados financieros hundirse hasta el punto de encarecer enormemente el servicio de la deuda americana lo que hizo cambiar de opinión a Trump, llevándole a declarar una tregua en la guerra comercial, en cuyo caso la disciplina del mercado habría calmado al bailarín del despacho Oval? ¿O bien, confiado en exceso, el presidente juzgó que era el momento oportuno para tirar del yoyo hacia arriba, beneficiando a su entorno? Esas dos opciones (el miedo y el exceso de confianza) convergen quizás en un punto: la crisis financiera que podría resultar de ese juego peligroso con un globo hinchado a tope.

              Porque la finanza mundial es, en efecto, un globo hinchado por los raudales de liquidez que los bancos centrales del mundo entero vierten sobre los mercados financieros para gestionar las recientes crisis financieras y sanitarias. El globo apenas se desinfló un poco con el ajuste de las políticas monetarias operado entre el invierno de 2022 y el verano de 2024 para contener el repunte de la inflación. Luego, volvió a hincharse apenas terminó ese ajuste. Según las cifras del Financial Stability Board, la finanza mundial ha duplicado su volumen desde la crisis financiera de 2007-2008. El monto total de los activos inscritos en los balances de las instituciones bancarias y financieras se elevaría hoy a unos 486 billones de dólares (427 billones de euros). (En 2024, el PIB mundial rondó los 103 billones de dólares. Ll.R.)

              Así pues, las reformas introducidas en el sistema después de 2008 no han logrado frenar la tendencia. Los gritos desconsolados que dichas reformas arrancaron en su día a los lobby bancarios fueron inversamente proporcionales a los efectos que produjeron en los balances de los grandes bancos. No afectaron ni al precio ni al volumen de las financiaciones – como recientemente lo ha confirmado un estudio del Banco de Francia sobre el impacto que tuvo la reglamentación bancaria instaurada tras la crisis de 2008 (“Bâle III”) en la oferta de crédito de los bancos franceses.

              Los mismos lobby que han frenado los avances de esas reformas se congratulan en estos momentos de la desregulación que comienza. Estimándose sin duda capitalizado en exceso, Goldman Sachs se dispone incluso a recomprar 40.000 millones de dólares de títulos en manos de sus accionistas, fundiéndose así una tercera parte de sus fondos propios. Un último aguijonazo en el enorme globo que amenaza con estallar.

              Jézabel Couppey-Soubeyran

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