600 películas en tres años

¿Por qué este afán inquisidor en censurar o vengarse retrospectivamente de lo que no tiene vuelta posible?

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Azorín y Pío Baroja
Azorín y Pío Baroja - Wikipedia

 

Siempre he sentido un afecto particular por Azorín. Ya de niño me embelesaba su estilo minucioso, sobrio y atildado; fabulosamente elegante lo calificó Josep Pla. Pasados los años, mantengo mi admiración. El hecho de saludar a Franco en una recepción en El Pardo nunca me ha impedido leerlo. Hay que distinguir continuamente entre la calidad de una obra y la calidad humana del autor, o su actitud política. ¿Por qué este afán inquisidor en censurar o vengarse retrospectivamente de lo que no tiene vuelta posible?

Evoco una carta personal de Azorín a un amigo suyo en 1943, lamentando que se juzgue por las apariencias: “No se puede usted hacer cargo ni de mi situación moral, ni de la material. Y no digo más”. Y pienso en el texto de una célebre canción de Joaquín Sabina: “Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena”.

José Martínez Ruiz (1873-1967) publicó a lo largo de su vida unos 5.500 artículos de prensa y unos cien libros. Como curiosidad: colaboró durante treinta y cinco años en La Prensa, de Buenos Aires, pero nunca pisó la Argentina. Clarín, el autor de La Regenta, vaticinó de él cuando sólo tenía 23 años de edad que acabaría por merecer que se le viera como “una de las pocas esperanzas de nuestra literatura satírica”. En aquel tiempo lucía extravagancia: paraguas rojo y monóculo, y se exhibía esnob y dandi.

Azorín logró ser escritor profesional, que era su gran ambición. Para superar la oposición de su padre, que lo quería abogado, debió alejarse de su Levante natal e instalarse en Madrid. Fray José, Cándido, Ahriman, A., Don Abbondio y Juan de Lis fueron algunos de los seudónimos que empleó. A partir de 1904 firmó por primera vez un artículo como Azorín (su definitivo seudónimo); se titualaba Impresiones parlamentarias. Y al año siguiente firmó su primer libro como Azorín: Los pueblos (ensayo sobre la vida provinciana). Ya no se apartó de este nombre que sugiere azorarse, ruborizarse; un diminutivo que se convierte en antagónico del azor, una regia ave rapaz.

Azorín pasó a ser un pequeño filósofo que atendía y se fijaba en las cosas pequeñas, y que como Mario Vargas Llosa observó, al enfocar con “apatía, desilusión, lentitud, hechizo por lo nimio”, llegó a ofrecer “un mundo impredecible, de intensa espiritualidad, que sorprende y encanta”. El propio Azorín perseguía la realidad oculta del mundo, y sostenía que para llegar “a ver y sentir todos los matices de las cosas”, es preciso “sentirse dueño de sí mismo, no hacer nada, no prodigar su personalidad en andanzas, en movimientos vanos, en gestos exteriores, en el trato inútil y cansado de las gentes”.

Con su contradicción a cuestas, como todo ser humano, Azorín pugnó por llegar a la Real Academia Española (en varios intentos hasta lograrlo) y también por ser diputado del Congreso (fue elegido en cinco oportunidades). Pío Baroja, gran amigo suyo, lo destacó como una persona sincera, siempre alentador para los demás, alguien que ignoraba lo que es sentir tristeza del bien ajeno.

El profesor Francisco Fuster ha publicado la biografía Azorín (Alianza). Lo califica de escritor original que se fortificó en la soledad, cuyo oficio era lo único que le hacía feliz y destaca que fue quien mejor supo aunar lo clásico y lo moderno. Para el escritor de Monóvar, “un autor clásico es un reflejo de nuestra sensibilidad moderna”. Según cambie y evolucione la sensibilidad de las generaciones, los clásicos cambian y son otros. ¿Por qué, al margen de su contenido, muchos leemos sus libros? Creo que por su estilo. Sin embargo, no pocos profesores procuran que sus alumnos no le lean. ¿Por vulgares motivos políticos? ¿Por qué se quiere controlar tanto? ¿Puede ser que interese evitar que surjan personalidades ricas e imprevisibles?

Fuster refiere un Azorín con diabetes y con una grave enfermedad crónica de tipo digestivo (una inflamación de colon que le obligaba a tratarse con purgas diarias). Se comprende entonces su retracción en hacer visitas o en recibirlas, y que dijera que no se desparramaba en conversaciones perfunctorias (palabra en desuso que significa ‘hechas a la ligera, sin cuidado’; procede del latín y se emplea con frecuencia en inglés, donde supone asimismo ‘de forma superficial, rutinaria, desganada’). El biógrafo destaca que quince años antes de morir nonagenario, Azorín sufrió un severo infarto de miocardio.

Rebasado el año 1950, Azorín declaró haber visto en el cine unas seiscientas películas a lo largo de tres años. Iba a sesiones populares y a veces veía dos o tres veces una misma película. El cine es clave de una buena educación sentimental, y es de veras lamentable que apenas se aproveche el formidable y variado arsenal que guarda. Puede generar una vacuna contra toda manipulación. Con una buena formación cinematográfica todo mejoraría. ¿A qué esperamos?

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