Estado de letargo...
Todos sabemos, aunque no lo hayamos sufrido en propia carne, lo horrible que debe ser padecer la impotencia de no verse repuesto, auxiliado o ayudado cuando de forma súbita te sorprende una desgracia
A menudo se usa la expresión con la que se titula el presente artículo para referirnos, figuradamente, a ese estado en el que se encuentran los individuos que no son capaces de reaccionar a una determinada situación, aun a pesar de que ésta les afecte, y mucho.
En este sentido, podría decirse que un pueblo al que se somete por parte de sus gobernantes a toda una serie de perjuicios e inconvenientes, bien por error, conveniencia o dejación de funciones, sin que dicho pueblo reaccione con la debida contundencia, reclamando sus derechos y exigiendo la reposición de las pérdidas sufridas lo antes posible, es un pueblo en estado de letargo…
Todos sabemos, aunque no lo hayamos sufrido en propia carne, lo horrible que debe ser padecer la impotencia de no verse repuesto, auxiliado o ayudado cuando de forma súbita te sorprende una desgracia que pudo haberse evitado con la adopción de las acciones y medidas preventivas necesarias, por parte de los responsables en la materia. No digamos ya, con el auxilio inmediato después de que la devastación nos haga su presa.
Yo creo que todo rebaño puede dejar de serlo y convertirse en un conjunto de individuos capaces de unirse para defender sus intereses comunes. Existen muchos medios para reclamar daños y perjuicios, no hace falta usar la violencia; están los tribunales, están las manifestaciones, está el no rendirse hasta conseguir aquello que nos corresponde. Está en todas las instancias, no sólo en la última, el insistir e insistir hasta que, a fuerza de usar de nuestros derechos, acaben cumpliendo con sus deberes y obligaciones, además de asumiendo sus condenas judiciales, aquellos a quienes hemos encomendado nuestro gobierno.
Cuando los ciudadanos de una nación sucumben al adormecimiento, la comodidad, la resignación, la impotencia…no son víctimas, sino consentidores de aquello que padecen. Es muy sabio ese dicho de: “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”.
No sólo es la ignorancia la que hace a los pueblos sumisos y cobardes, es también la desidia y aquello de pensar que la solidaridad la deben tener otros para con nosotros y no al contrario.
Ciertamente, también se dan situaciones en las que no sabiendo cómo, ni por qué, de pronto, se organiza un ejército de hormigas humanas que acuden a salvar a otras en peligro; es entonces cuando se escucha decir: “Sólo el pueblo salva al pueblo”… y de verdad que es así, sin duda es así. Los pueblos tienen radares invisibles que conectan empáticamente a sus individuos de una forma sorprendente.
Los gobiernos son como los niños pequeños, o los arbolitos tiernos, hay que tutelarlos, porque de no ser así se tuercen. Dicha tutela debe ejercerla el pueblo con el auxilio de sus instituciones. Todo en la existencia tiende a desviarse si no se ejerce una fuerza contraria que lo mantenga en el lugar donde debe estar situado. En ese sentido y hablando de desviación o, de lo que es lo mismo, de corrupción, resalto los siguientes pensamientos:
- El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente. (Lord Acton)
- La corrupción es la desvirtuación del bien mayor… (Aristóteles).
- Cuando no tomas una postura en contra de la corrupción, tácitamente la apoyas. (Kamal Jaasan).
Soy una gran admiradora del pensamiento estoico y, entre los estoicos, hay uno que me encanta, con permiso de Marco Aurelio, y es, mi querido Lucio Anneo Séneca. Aquel que, curiosamente, fue Tutor y consejero de Nerón, el más abyecto, según lo describe la historia, de los emperadores romanos. Pues Seneca, que distinguía perfectamente entre legalidad y justicia, sobre lo corrupto de algunas leyes de su época, dijo lo siguiente:
- Lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad.
En este pensamiento, implícitamente, se invita a todo individuo, que se precie de no ser bulto de rebaño, a usar su honestidad para defender aquellas cosas que considere justas, aun a pesar de que no existan normas que las defiendan.
Entre las cosas que debiéramos defender todos los individuos están, según mi criterio, las siguientes:
- La escrupulosa separación legal y de facto de los tres poderes del estado: ejecutivo, legislativo y judicial.
- Una democracia plena, donde se elija a los representantes del pueblo directamente, sin que se tengan que votar listas cerradas elaboradas por partidos políticos, sino candidatos independientes (que pudieran ser: cualquier ciudadano de derecho de una nación, sin antecedentes penales).
- Una democracia donde la cuantía de los votos que den lugar a la representación, responda a la exactitud de los obtenidos por cada candidato y no a la proporción que se derive de aplicar fórmulas matemáticas que promuevan mayorías.
- Una democracia donde la simple sospecha de corrupción, hasta que no sea depurada como verdadera o falsa, obligue a dimitir a los gobernantes, sin perjuicio de que se castigue severamente una acusación falsa o indebida.
- Una democracia donde esté expresamente prohibido que por parte de los poderes públicos se subvencione a los medios de comunicación; ya se sabe que la imparcialidad del cuarto poder es imprescindible en toda democracia que se precie.
- Una democracia donde los estamentos de defensa que posea el pueblo para ejercer sus derechos, estén de facto y ágilmente al servicio de los ciudadanos.
- Una democracia donde el gasto público sea escrupulosamente vigilado por una fiscalía independiente del poder ejecutivo y compuesta por profesionales especializados.
Un pueblo que no se halla en estado de letargo lucha y defiende ese tipo de democracia.
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