Reflexiones de Pasolini
Trasponer es poner a alguien o algo más allá, en lugar diferente del que ocupaba. En particular, el cine se encarga de su acción y efecto, y nos permite viajar con la imaginación. La editorial Trotta ha recogido en un libro algunos de los guiones para películas que Pasolini escribió y no llegó a rodar: Los guiones no filmados.
El autor de El evangelio según san Mateo persiguió trasponer al siglo XX el conjunto de vivencias de san Pablo, transmitiendo de manera directa y violenta su idea acerca de la actualidad de la persona de Pablo de Tarso. Para ello, el papel de Roma pasaba a Nueva York o Washington, el de Jerusalén a París. Y el de Damasco, lugar de la caída y conversión paulina, a Barcelona. Es una visión dramática. La profunda inquietud religiosa de un comunista como Pasolini le hacía desear una Iglesia volviendo a sus orígenes, a la oposición y a la ‘revolución’. Veía el poder consumista como completamente irreligioso y totalitario, como la gran amenaza para los seres humanos.
La figura del gran director italiano me lleva a pensar en ocasiones en Ernst Bloch (1885-1977), un pensador alemán de ascendencia judía. Dijo algo que leí citado por Laín Entralgo: “sólo un cristiano puede ser buen ateo, sólo un ateo puede ser buen cristiano”. En primer lugar, hay que preguntarse qué es un buen ateo, qué es un buen cristiano. Creo que aquí, el adjetivo ‘buen’ equivale a ‘coherente y honrado’. Creencias contrapuestas pueden ser analizadas con sus solapamientos. Pero estas sentencias emiten exclusividad: solamente un cristiano puede ser un buen ateo, nadie más; solamente un ateo puede ser un buen cristiano, nadie más. Podría significar que únicamente quien ama y sigue el ejemplo de Cristo puede hacer lo que cree que hay que hacer sin esperar nada a cambio (tampoco más allá de la muerte) y actuar como un ‘ateo’ desprendido. Y que únicamente quien no busca el premio de la vida perdurable, pero que hace lo que cree que hay que hacer para el bien de los demás, puede amar y sacrificarse siguiendo el ejemplo de Cristo.
Pasolini declara en estas páginas su rechazo al cine ‘político ideológico’, reivindica a los cineastas clásicos y ensalza mantenerse al margen de las ideologías, “pero evitando al mismo tiempo ceder a la evasión”; esto es, huír de la voz interior que se llegue a sentir y no instalarse en la alienación que es vivir de espaldas a la realidad.
Veamos el guión ‘El padre salvaje’, donde nos trasladamos a un país africano recién descolonizado, hará ahora sesenta años. Nos vamos a fijar sólo en dos personajes: un joven maestro blanco que no sabe esconder su angustia al ser consciente de ser la única voz de la cultura, y acaso de la vida, de aquellos jóvenes con ideas infantiles e inciertas sobre cualquier cosa. Su labor es opuesta a la de los anteriores profesores blancos que habían transmitido conformismo a los chavales. Él se dirige a ellos de forma directa y sincera, les insiste en que son libres y ellos le escuchan estupefactos, en silencio. Cuando los chicos están solos, blancos y negros juntos, observa su jolgorio y piensa que cuando hablan sobre ellos mismos, sobre sus vidas, se convierten en seres humanos. Pero es consciente de la debilidad de “su conocimiento real de la situación política, de los reales intereses económicos, del real arcaísmo del odio tribal que se interpola en la actualidad del conflicto” desencadenado. Si bien, un día recibirá esta interesante pregunta por escrito: “¿Quedan en Europa restos de Estados primitivos, de sociedades arcaicas y prehistóricas?”. ¿Quiénes se lo preguntan hoy entre nosotros?
El joven Davidson, el más inteligente y sensible de sus alumnos, “intenta dar vida a sentimientos que no sabe que tiene”. Quiere escribir en un cuaderno, “pero no sabe qué escribir, porque no sabe cuáles son sus sentimientos a propósito de su poblado, respecto a la cultura por la que se le pregunta”.
“-¿Qué es la poesía, señor?
–¡Pero si tú lo sabes!, dice el profesor.
-¡No, no lo sé!
-¡Sí, sí lo sabes!
-¡No, no lo sé!
–Eres un africano, ¡estás inmerso en la poesía!
–No, la poesía es una cosa de blancos.
-¡Canta una canción de tu aldea!”.
El profesor vive aquellas carencias con dolor. Encuentra un silencio desesperado y milenario en aquel muchacho, carne de cañón de una arcaica espiritualidad, de una exaltación fanática y regresiva, de un vértigo enloquecido. Sabe con angustia que aguarda un estallido de brutalidad y sangre que romperá una paz temerosa.
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