Un futuro con sombras viejas

|
Diseño sin título (2)

 

Tengo por evidente que entre los seres humanos no hay más raza que la condición humana. Desde esta premisa detesto la proclama de que somos seres raciales, lanzada por quienes, trapaceando de forma compulsiva, amonestan a los ‘daltónicos ciegos’ (por no distinguir ningún color); trapaça es una palabra portuguesa que anuncia ‘trampa’. Distinguir físicamente los colores que puedan tener los seres humanos no implica dejar de ir al fondo de su realidad personal, que es lo único que de veras importa. Esta es la cuestión. ¿Qué hay que hablar con quienes por sistema juegan a enredar?

La sociedad multirracial es ensalzada desde ideologías contrapuestas. Para unos significa glorificar una fiesta antirracista e ir contra el racismo estructural; para otros significa tomar distancia con quienes son de distinto grupo y nos impiden vivir con plenitud en nuestra exclusiva área de confort. Curiosa convergencia entre los que desde hace un tiempo se viene a denominar áreas woke y maga (woke significa en inglés ‘despierto’, en el sentido de ‘concienciado’; maga es el acrónimo de Make America Great Again, ‘hagamos grande de nuevo a los Estados Unidos’).

El reconocimiento de diferentes comunidades con naturales afinidades físicas y culturales, o etnias, no contradice el provecho de las sociedades interétnicas e interculturales. Importa que las identidades no sean cárceles y estancos, que cada cual pueda hablar por sí mismo (superando toda violencia o coacción), que a ningún ciudadano se le trate como miembro petrificado de un grupo, que se facilite y nunca se le impida el intercambio cultural que pueda considerar valioso. El concepto de apropiación cultural es un despropósito con el que se quiere impedir el usufructo de peculiaridades culturales de grupos a los que no ‘perteneces’ (ya sea en vestidos, en músicas o en platos culinarios), pues su participación se decreta como una agresión por burla o escarnio. Hay que estar sobre aviso y no ignorar que fuerzas influyentes juegan a esto. Hay quienes persiguen dictaminar la idoneidad de cada ser humano y se esmeran en someter y hacerse obedecer. Aquí estriba una decisiva afrenta cultural que sólo es posible reorientar y superar reivindicando las identidades solapadas y mestizas de forma libre y alegre.

La trasculturación es diferente de la opción personal de la interculturalidad, es un concepto introducido por el abogado cubano Fernando Ortiz y que la RAE define como “recepción por un pueblo o grupo social de formas de cultura procedentes de otro, que sustituyen de un modo más o menos completo a las propias”; este ‘sustituir’ es capital en la distinción. El miedo ‘blanco’ a la difuminación de la cultura propia lo justifican numéricamente, con la evolución del porcentaje de ‘blancos’ en Estados Unidos: en 1860, el 86%; un siglo después, en 1960, el 85%; pero en 1980, el 80%; y ya en 2019, el 60%.

En especial, ciertos grupos se apropian de la portavocía de los marginados, bajo el pretexto de empoderarlos, y pretenden que sólo tienen una voz y un punto de vista, elementos exclusivos que de ninguna manera pueden entender del todo los externos a ellos. El camino de la paz y del progreso consiste, en cambio, en salir de los cotos cerrados viendo como persona a cada ser humano, liberándose de encasillamientos y fobias a causa del origen, del físico, de las creencias, del sexo o de la orientación sexual. Es exactamente lo contrario de lo que los woke y los maga -hablando ‘grosso modo’- postulan.

En su ensayo La trampa identitaria (Paidós), Yascha Mounk propone el fomento del mayor número de oportunidades para que estudiantes de diferentes grupos tengan un contacto de calidad entre sí. Y señala cómo organizaciones con fuerte poder económico y social propugnan el deber de tratar a los individuos según su grupo de pertenencia; incluso al recibir atención médica. Buscan imponer ya en los críos la doctrina de que pertenecen a un grupo identitario distinto al de los demás; una fijación definitiva que ellos deberán también proteger. Obligados a definirse en términos raciales, los miembros de cada uno de estos grupos encontrarán un ‘espacio seguro’; es el separatismo que algunos denominan progresista. Se quiere obligar a asumir un abanico de microagresiones, agravios y ofensas interminables. Esto va en dos direcciones. Así, la penitencia a pagar por ser ‘blanco’, el bando privilegiado, consiste en intentar ser menos ‘blancos’; con esto se quiere decir: menos seguros de sí mismos, menos opresores y arrogantes.

No suscribir opiniones declaradas ‘socialmente deseables’ por airados intimidadores anuncia tener que pagar facturas; pretenden que ser valiente salga caro. Por esto, sin detenerse a pensar sus palabras, no pocos dicen lo que toca decir. Tal como canta Joaquín Sabina, ojalá “que las verdades no tengan complejo, que las mentiras parezcan mentira”.

Sin comentarios

Escribe tu comentario




He leído y acepto la política de privacidad

No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes. Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
AHORA EN LA PORTADA
ECONOMÍA