Un elefante en la habitación

El escándalo que salpica a Santos Cerdán y otros dirigentes del PSOE eclipsa el caso del fiscal general, revelando una corrupción que amenaza la credibilidad del partido. El autor reclama medidas contundentes y cuestiona el futuro político de Sánchez y su capacidad para recuperar la confianza de la militancia.

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Había pensado escribir un artículo sobre el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz y su presunto delito de revelación de secretos que le imputa el magistrado del Tribunal Supremo, Ángel Hurtado. De hecho, tenía varias notas preparadas y diseñado un primer borrador como hoja de ruta. Sin embargo, el pasado jueves por la mañana, cuando empezó a circular la noticia de que la UCO había elaborado un informe según el cual Santos Cerdán, secretario de organización del PSOE y diputado en el Congreso, en connivencia con José Luís Ábalos y Koldo García “gestionó” toda una serie de “contraprestaciones económicas” que ascendían, inicialmente, a más de 620.000 euros, pensé que lo de García Ortiz es, ahora mismo, peccata minuta y debía poner el foco en ese personaje, sus comilitones  y en las posibles consecuencias políticas que se puedan derivar.

No voy a insistir a los hechos que se imputan a Cerdán porque en estos últimos días todos los medios, sin excepción, se han referido a ellos de manera exhaustiva, con honestidad profesional unos y con cicatería malsana otros, pero tanto da, la realidad es la que es. 

Según informó el propio presidente Pedro Sánchez, en una comparecencia de urgencia, con cara de circunstancias, en la sede del PSOE y en la que pidió perdón, varias veces a la ciudadanía, fue él quien le pidió a Santos Cerdán la dimisión al conocer los hechos. Asimismo, Sánchez anunció que se hará una auditoría externa de las cuentas del partido para disipar las sospechas de financiación ilegal, y también una remodelación de la Ejecutiva, que anunciará en las próximas semanas, antes del Comité Federal del 5 de julio en Sevilla. Esas iniciativas están bien, son necesarias, pero insuficientes. Hay que ir más allá y acabar, de una vez por todas, con la corrupción en los partidos de izquierda. No es fácil. Cierto, pero ha de ser posible. No me cansaré de repetir lo que escribí justo en el artículo que con el título “Balance de un septenio” publicaba en Catalunya Press el pasado 8 de junio, en el que decía: se deben establecer mecanismos que detecten y neutralicen esos individuos perturbadores y ahí hemos de admitir que en el caso que nos ocupa han faltado reflejos, mecanismos expeditivos y contundencia para cortocircuitar posibles piezas tóxicas, ese es, a mi modo de ver, el quid de la cuestión: el problema no es nuevo, pero no se han puesto en marcha los elementos necesarios para que personajes de la catadura política de los Cerdán y compañía, se abstengan de sus trapacerías porque saben que serán descubiertos y tratados con el rigor que se merecen. Porque, es verdad, Santos Cerdán, más pronto o más tarde dimitirá (cuando escribo estas líneas aún no lo ha hecho) y ¿qué? El daño ya está hecho y ya habrá puesto sus mordidas a buen recaudo, pero el desprestigio para la organización y su proyecto político ahí quedan.

Pedro Sánchez llegó a la Moncloa porque le ganó una moción de censura a Mariano Rajoy. En buena medida aquello fue posible gracias a que pocos días antes se había hecho pública una sentencia de la Audiencia Nacional según la cual El Partido Popular se benefició de la trama Gürtel y se le condenaba por lucrarse del entramado empresarial de Francisco Correa. Pero, seamos sinceros, en estos momentos, nadie sabe hasta donde pueden llegar las ramificaciones y la podredumbre del affaire Ábalos-Koldo-Cerdán. Además, carece de lógica querer encapsular el asunto en el partido, resulta muy razonable pensar que puede haber, de un modo u otro, vasos comunicantes entre partido y Gobierno y, en cualquier caso, las mordidas se hicieron en adjudicaciones públicas. 

Con todo, debemos evitar que los árboles nos impidan ver el bosque. Por eso, quiero poner en valor el trabajo de Sánchez al frente del Ejecutivo. tanto en temas de trascendencia internacional, como en cuestiones internas y, sobre todo, hemos de valorar sus iniciativas en cuestiones sociales porque son las más progresistas y las más equitativas en redistribución de riqueza que se han hecho desde que recuperamos la democracia. 

En cualquier otro país sería el momento óptimo para que el partido mayoritario de la oposición presentase una moción de censura, porque, aunque la perdiera por la aritmética parlamentaria, la podría ganar en términos políticos, como ocurrió con la que presentó el PSOE en 1980 con Felipe González como candidato. Feijóo tiene una ocasión de oro para presentarse como un auténtico candidato a la presidencia, demostrar su nivel político y explicar su proyecto para España, pero él mismo ya ha dicho que no va a haber moción y es que, en realidad, ni tiene nivel, ni hay proyecto ni hay nada de nada.

En estos momentos, el Gobierno cuelga de un hilo. Por eso, y aunque desde Moncloa ya lo han descartado, se debería sondear la posibilidad de que Pedro Sánchez se someta a una cuestión de confianza. Es cierto que los socios pueden aprovechar para pedir imposibles al presidente, pero sin presupuestos y sin la mayoría parlamentaria acabar la legislatura puede ser un auténtico vía crucis y adelantar las elecciones sería lo más parecido a hacerse el harakiri. Quizás lo único que tiene Sánchez a favor es que los socios de la investidura saben que la alternativa es PP y Vox y eso pone la piel de gallina.

Llámenme ingenuo si quieren, pero, con la que está cayendo, pienso en esos cientos de miles de socialistas de “toda la vida” que siempre han creído y defendido lo que ha dicho le partido sin pestañear y me pregunto, ¿los dirigentes del partido serán capaces de mirarlos a los ojos y pedirles el voto en las próximas elecciones?

Este affaire me ha recordado aquella metáfora del elefante en la habitación que hace referencia a una verdad evidente que es ignorada o pasa inadvertida. Pues es obvio: el PSOE tiene un elefante en la habitación. 

 

Bernardo Fernández

 

 

 

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