“Soy capaz de resistirlo todo… menos la tentación”
El descubrimiento de casos de corrupción en ciertos personajes políticos ha puesto en tela de juicio la idoneidad de los partidos por evitarla
Una frase contundente es una excelente herramienta publicitaria y cuando se celebraron las primeras elecciones generales de la etapa democrática el PSOE dio en diana cuando utilizó la que ponía de relieve la calidad moral de sus militantes y que rezaba literalmente: “cien años de honradez”. Ninguno de sus adversarios fue capaz de ponerla en tela de juicio. Pero tampoco nadie atinó en contextualizarla adecuadamente y decir que si este hecho había sido posible era por la sencilla razón de que el PSOE nunca había gobernado en España hasta ese momento. Bueno, sí lo hizo, pero fue durante la guerra civil, cuando ocuparon la presidencia del Consejo Largo Caballero y Negrín, pero esa etapa no cuenta porque fue excepcional y nada propicia a inversiones públicas que es donde se suelen producir dichas corruptelas y que en una situación de tal tenor no suelen llevarse a cabo (y, aun así, no estará de más recordar que algún escándalo hubo a cuenta de la adquisición de material bélico)
A partir de 1982 los socialistas asumieron el gobierno por primera vez en la historia de España en tiempos de paz y a partir de entonces tuvieron el buen criterio de olvidarse de aquella frase publicitaria porque faltó poco tiempo para demostrar fehacientemente que había dejado de expresar una realidad: la de que algunos de ellos también podían ser tentados por la corrupción, como se dieron casos, en su momento sonados, durante la presidencia de Felipe González. No fueron los únicos, claro, porque lo mismo ocurrió con el PP cuando le tocó a su vez gobernar, sin olvidar la gigantesca máquina de hacer dinero que encontró CiU con el famoso 3 %.
No pude evitar una sonrisa cuando, a propósito del descubrimiento de la trama Koldo/Ábalos/Cerdán, escuché cómo cierto personaje de un partido de ultra izquierda se vanagloriaba que en el ejercicio de sus responsabilidades ninguno de sus correligionarios se había manchado las manos en análogas trapacerías. Pensé para mis adentros que no había sido por el hecho de que disfrutasen de una desconocida inmunidad personal, sino por otra razón mucho más sencilla, la de que nunca habían ejercido el poder con todas sus consecuencias y, en todo, porque andaban implicados en tales tareas desde hacía muy poco tiempo y mancomunadamente con otras fuerzas, lo que deja las manos muy atadas.
¿Quiere ello decir que hay partidos dotados del divino don de la incorruptibilidad? La respuesta debe ser un no categórico. ¿Significa ello que el ciudadano medio debe desconfiar sobre la moralidad de todos cuantos intervienen en la gestión de los intereses públicos? También en este caso hay que emitir otro una respuesta negativa. Una mayoría de nuestros políticos no admite dudas sobre su honorabilidad pero ello no impide que, nos guste o no, hubo, hay y habrá corrupción. Lo importante, habida cuenta que su exclusión es una hipótesis muy deseable, pero voluntarista y en resumidas cuentas irrealizable, radica en crear los instrumentos adecuados para que los casos que lleguen a producirse puedan ser detectados con la máxima diligencia y establecer a tal efecto los cortafuegos adecuados. Y, en todo caso, preservar el papel de los medios de información, eficacísima herramienta en el descubrimiento y denuncia de tales situaciones. Porque l@s polític@s no son ángeles, sino seres humanos a los que a veces les ocurre lo mismo que confesaba el sarcástico Óscar Wilde cuando decía que “soy capaz de resistirlo todo… ¡menos la tentación!”.
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