EUROPA
Europa: me gusta tu nombre, siempre me ha gustado. Suena a filosofía a ciencia a arte… a libertad.
Partiendo de la base -que nadie ignora- de que todas las costumbres, culturas, movimientos poblacionales, sucesos históricos y climáticos han ido configurando política, social o culturalmente a los distintos continentes y sus países, hablar de Europa es muy complejo; tanto como que ni los lingüistas se ponen de acuerdo en la etimología de su nombre. No obstante, a modo de particular resumen me parece acertado decir:
No se podría hablar de Europa sin la tradición cultural y filosófica helénica; sin los imperios romano, español, británico, francés…; tampoco obviando la ilustración francesa, el liberalismo inglés y la filosofía alemana; amén -nunca mejor dicho- del cristianismo en sus distintas formas.
Creo que el continente europeo es el que más ha aportado al progreso social de la humanidad, teniendo en cuenta que hemos influido notablemente en la forma de ver la vida y en la cultura de otros continentes, sobre todo en el americano.
Últimamente todos estamos preocupados por la amenaza que al estado del bienestar europeo acecha. No hace falta explicar a nadie las causas de esa amenaza. Sabemos que, precisamente, las políticas llevadas a cabo en las últimas décadas a nivel continental no han sido las más acertadas, sino todo lo contrario.
Tuvimos décadas -cercanas en el tiempo- muy florecientes: la de los años sesenta y noventa del siglo pasado y la primera de los dos mil; pero poco a poco se han ido minando los cimientos de ese crecimiento económico que a la vez ha influenciado decisivamente el decrecimiento demográfico.
La metahistoria europea -al igual que la de otros continentes- ha estado imbuida de muchas conclusiones desde distintos puntos de vista; pero la conclusión común es que, históricamente, Europa ha sufrido un sinfín de flujos y reflujos; como si se tratara de ir montados en una montaña rusa o de jugar en bolsa.
Desde la ilustración a la revolución industrial y a las dos guerras llamadas mundiales del siglo XX (sin hablar en el caso de España de la guerra civil; donde creo se ensayó la fuerza de los bandos ruso y alemán) todo fue in crescendo hasta llegar a la gran cota de crecimiento económico acaecida en las décadas anteriormente mencionadas.
Ahora toca otro reflujo y las preguntas son: ¿Cuánto durará? ¿Qué vendrá después? ¿Aguantará la cultura europea? ¿La posible hibridación con otras culturas será para mejor…? ¿Deberíamos prepararnos para el futuro, imprimiendo en los jóvenes un fuerte sentimiento de pertenencia cultural con lo más auténtico del poso del derecho, la moral y la ética genuinamente nuestras?...
Son muchas las preguntas que se me ocurren y también son muchos los planteamientos morales y éticos que me preocupan; pero creo que, como en todo, la virtud se encuentra siempre en el término medio; que no en la mediocridad, sino en la justicia y que, precisamente, no es el término medio el que ahora abunda en nuestro continente cuando de política se trata.
Concretamente, en España la sociedad se está polarizando cada vez más; ello debido al azuce de los dos grandes bandos oligárquicos; por aquello del divide y vencerás; de paso, “nos vamos repartiendo el pastel, ahora tú y después yo”… A mi parecer, aunque como individuos – mayoritariamente- intuimos que no nos benefician las radicalidades y que los extremos en el fondo se tocan, no estamos aún preparados para organizarnos.
En estos momentos deberíamos decir: ¡Basta!; uniéndonos fuera de ideologías y manipulaciones con el objetivo puesto firmemente en nuestros justos intereses. Defendernos a nosotros mismos, dejándoles claro a los dos bandos que no se trata de luchas “fratricidas”, es prioritario. Todos estamos en el mismo barco y no vamos a amotinarnos, sino a decirle al capitán que sin nosotros arriando o elevando velas la nave no llegará a buen puerto.
El poder político no puede, ni podrá nunca, con un pueblo de individuos libres. Europa es casi el último reducto de esa libertad individual. Es cierto que somos muchas naciones con intereses particulares; pero no es menos cierto que tenemos un interés común. Ese interés común es la defensa del Estado del Bienestar y, por ende, de la libertad; que no se nos ha regalado, sino que ha costado muchas luchas.
Tenemos herramientas poderosas, porque aún las democracias funcionan -en lo esencial y en todos los países de la unión-; somos ciudadanos con derechos. Reclamemos esos derechos valiéndonos de todos los medios legales a nuestro alcance; medios que nuestras constituciones y la constitución europea sostienen y que no deben quedarse en el papel o en el ciberespacio.
Formemos asociaciones, hagamos huelgas, manifestaciones… todo según nuestras leyes. No nos rindamos, porque de nosotros depende el futuro de la bella Europa; que según algunas etimologías significa: “la de ojos grandes”.
Pues hagamos caso a esa etimología y abramos los ojos grandemente, tanto como podamos, para corregir el rumbo y poner la mira del catalejo en el faro que evitará el naufragio.
Europa: me gusta tu nombre, siempre me ha gustado. Suena a filosofía a ciencia a arte… a libertad.
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