Francesc Bergós: un médico catalán entre dos guerras y dos patrias
El nombre de Francesc d'Asís Bergós i Ribalta quizá no figura en los manuales de historia, pero su vida condensa las tensiones del siglo XX: dos guerras, un exilio forzado y una segunda vida a miles de kilómetros, donde dejó huella tanto en el ámbito médico como en el cultural y político.
Del Eixample a la Facultad de Medicina
Hijo de una familia con tradición sanitaria y militar —su abuelo había sido médico militar y director del Hospital Militar de Barcelona—, Bergós creció en el barrio del Eixample. Huérfano de madre desde el nacimiento, él y su hermana gemela Carme fueron criados por el padre y el abuelo. Las visitas al Hospital Militar le despertaron pronto la vocación médica.
En 1919 obtenía el bachillerato y, tras estudiar en las facultades de Medicina de Barcelona y Valencia, se licenciaba en Medicina y Cirugía en 1931. Tres años después, ganaba por oposición la plaza de profesor agregado de Anatomía en la Universidad de Barcelona y ejercía también en la Escuela Oficial de Practicantes. Los alumnos recordaban sus clases minuciosas, llenas de dibujos anatómicos hechos por él mismo. Su carrera se completaba junto al prestigioso Joaquim Trias i Pujol, en la Clínica Quirúrgica, y como médico forense y director interino del Depósito Judicial de Barcelona.
Del quirófano al frente
En julio de 1936, el estallido de la Guerra Civil lo encontró como oficial médico de complemento. Fiel a la República, se integró al Comité Sanitario de las Milicias Antifascistas y luego al Consejo de Sanidad de Guerra. Dirigió la Defensa Pasiva de Barcelona y fue jefe de los servicios sanitarios en el Frente de Aragón, especialmente en el Hospital de Sariñena, donde el material quirúrgico y la luz a menudo dependían del ingenio y la improvisación.
Ascendido a capitán y luego a mayor por méritos de guerra, fue testigo de la batalla del Ebro. En enero de 1939 encabezó un tren de evacuación con cerca de un millar de heridos hacia Francia, entre ellos el periodista Corpus Barga ─ seudónimo de Andrés García de la Barga─ y el poeta Antonio Machado, con quien compartió viaje antes hasta llegar a Colliure.
El exilio y el viaje hacia América
En Francia, le esperaba el campo de concentración de Argelers: arena, viento helado, piojos y falta de agua potable. Aun así, improvisó un servicio médico para atender a centenares de refugiados. Con la ayuda de contactos masones, consiguió reunirse con su familia y embarcarse en Marsella, el 7 de abril de 1939, rumbo a Buenos Aires a bordo del buque Alsina.
Los primeros años en América fueron itinerantes: Mendoza, Buenos Aires, Bolivia, Chile. Sin reconocimiento oficial del título, trabajó en ocupaciones diversas, pero nunca se alejó de la medicina: atendía enfermos en brotes epidémicos y asistía a compatriotas exiliados.
Montevideo: segunda vida, segunda patria
En 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, fue invitado a Montevideo por el general y arquitecto Alfredo Campos para impartir conferencias sobre Defensa Pasiva. Se estableció definitivamente, integrándose en la División Médica de la Defensa Pasiva y en el Departamento de Higiene de la capital.
Después de años de trabas administrativas, en 1955 conseguía la reválida del título y abría consultorio propio. En la mutualista "Asociación Española" modernizó el archivo y el sistema estadístico, y colaboró en la creación del servicio de UCI. Pionero en la donación voluntaria de sangre, presidió la "Fundación Prodonación de Sangre Dr. Pedro Larghero" y la "Sociedad de Hematología Latinoamericana". También impartió clases en la Facultad de Medicina y en la "Escuela de Sanidad Militar", formando muchas generaciones de profesionales.
Activismo cultural y político
Catalanista convencido, fue dos veces presidente del Casal Català de Montevideo y fundador de la Llar Catalana. Mantuvo viva la cultura catalana en el exilio con sardanas, conferencias y recitales. Fue delegado del Consell Nacional de Catalunya y, desde 1972, representante oficial de Josep Tarradellas en Uruguay.
Amigo de Margarita Xirgu, cumplió la voluntad de la actriz al depositar un puñado de tierra catalana en su tumba; la misma tierra que guardaría para su propio entierro.
El regreso y la despedida
Fiel a la promesa de no volver hasta el fin del franquismo, en septiembre de 1977 fue testigo emocionado del "Ja soc aquí" de Tarradellas en el balcón del Palau de la Generalitat. Un año después, el 23 de septiembre de 1978, moría en Montevideo tras una jornada de consultas médicas. Fue enterrado en el Cementerio del Buceo, cubierto con la senyera y con el escalón de tierra catalana que había guardado tantos años.
En 2009, el gobierno español le reconoció con una declaración de reparación moral por la persecución política y la condena impuesta por el "Tribunal para la Represión de la Masonería y el Comunismo" en 1943. Pero la deuda con su memoria aún persiste.
Francesc Bergós: un nombre que Barcelona debería recordar
La vida de Francesc Bergós resume, con todas sus sombras y luces, aquella máxima que dice: "Todo se pierde en la guerra, todo se gana con la paz". No siempre es cierta —en realidad las guerras son una de las grandes tragedias de la humanidad—, pero entre ganarlas y perderlas hay un abismo. Bergós lo aprendió de la manera más dura: la Guerra Civil española lo arrancó de su tierra natal y la Segunda Guerra Mundial, paradójicamente, le abrió las puertas del Uruguay, el país que acogería su exilio y se convertiría en su segunda patria.
Cuarenta y cinco años después de su muerte, su nombre sigue siendo desconocido para muchos barceloneses. Quizás es hora de que la ciudad le devuelva parte de lo que él le dio. Una placa conmemorativa o una calle con su nombre serían un gesto sencillo pero justo. El Ayuntamiento de Barcelona tiene en sus manos la posibilidad de reparar este olvido y de honrar a un médico que sirvió a su profesión, a su gente y a su cultura hasta el último día.
Genís Carrasco
Médico y escritor
Escribe tu comentario