'Hay errores, pero no tengo nada que ver'
Hay psicólogos que desdeñan a Freud como científico y lo reducen a ser un buen literato. No me corresponde a mí rebatirlos, pero sí puedo discernir y destacar que escribía muy bien. Puedo añadir que muchos de tales psicólogos carecen de voluntad de estilo literario y que incluso les parece una pérdida de tiempo leer a los autores de obras maestras de la literatura. Yo pienso todo lo contrario, que ellos se lo pierden.
He encontrado hace unos días una cita de Dostoyevski extraída de su genial novela Los hermanos Karamazov. Pasé un rato buscando afanoso en mi ejemplar (traducido por Rafael Cansinos Assens), leído y subrayado en uno de mis períodos de milicia universitaria. Me he reencontrado con párrafos admirables que me encaminaron hace muchos años por los recovecos del alma humana, pero no acerté a localizar la cita en cuestión; deberé volver a leer la novela. Hela aquí:
"El hombre que se miente a sí mismo y escucha su propia mentira llega al punto de no distinguir la verdad ni dentro de él, ni a su alrededor, y así pierde todo respeto por sí mismo y por los demás".
Me parece capital lo que aquí se afirma. Acabar creyéndose las propias mentiras e incapacitarse a reconocer la verdad. Y perdiendo el respeto por uno mismo y por los demás. La política española está envuelta, como nunca en el último medio siglo, por la disonancia cognitiva. Es común entre nosotros perder la 'brújula ética' al autojustificar todo lo que hagamos o dejemos de hacer. En particular, observo con indignación a los políticos que, en lugar de volverse a casa, siguen apoyando a un Gobierno cuyo presidente insistió, por activa y por pasiva, que jamás haría lo que ha hecho (y lo que no ha acabado aún de hacer). Un fraude inconmensurable. Hay complicidades que claman al cielo.
Son muchos quienes ya no piensan lo que dicen; no les hace falta, se ahorran el esfuerzo, les cuesta pensar y son pusilánimes para disentir (es un fruto amargo de la maldita bipolarización). Les basta con repetir consignas contra el enemigo atroz (al que continuamente se da alimento) y desdibujar o falsear sus recuerdos, lo cuales evolucionan inevitablemente con el tiempo. Una vez que tenemos una narrativa (la que nuestro bloque nos suministra), moldeamos nuestros recuerdos para que encajen en ella.
Nuestra conducta entra entonces en conflicto con nuestra creencia, fijando el autoengaño en nuestras vidas y produciéndonos un malestar sordo y difuso. A esta contradicción se le llama disonancia cognitiva desde 1957, cuando el psicólogo social Leon Festinger desarrolló una teoría en torno a esta idea.
En su libro Se han cometido errores (pero yo no fui), los psicólogos sociales Carol Tavris y Elliot Aronson señalan que la mayoría de la gente no elige seguir a un partido porque den reflejo a sus opiniones, sino que una vez que eligen un partido, las políticas de éste se convierten en sus opiniones. Penosa realidad que corroe al sistema democrático.
Es cierto que a menudo damos por sentado que nuestros juicios son más adecuados y menos parciales que los de los demás. Desde el impulso de justificarse por sistema, tratamos de evitar asumir ninguna responsabilidad en acciones verdaderamente dañinas para el bien común. Miramos a otro lado, o bien nos refugiamos en nuestros parroquianos, en quienes nos confirman plenamente.
Si estamos desprovistos del sentido de la verdad, acompañando al de la responsabilidad moral, no podremos cambiar a mejor. Ni discernir que sólo se aprende ensayando y rectificando, sabiendo reconocer equivocaciones. Pero se precisa decencia y madurez, la de enfrentarse a las metas perdidas, a los yo que fueron posibles, pero que ya no podrán ser. Y no pasa nada, seguimos ensayando y buscando otras rutas, labor que nos aleja de amarguras insuperables.
Escribe tu comentario