Un año después del 12-M: el ‘procés’ se apaga y la extrema derecha crece en Catalunya

La política catalana parece más dirigida desde los despachos del Cercle d’Economia que desde el propio Parlament

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El líder del PSC y candidato del partido a la Presidencia de la Generalitat, Salvador Illa (c), durante el seguimiento de la jornada electoral de elecciones autonómicas de Catalunya, en la sede del PSC, a 12 de mayo de 2024, en Barcelona - Europa Press

 

Mientras los partidos tradicionales se desangran en luchas internas, promesas incumplidas y liderazgos cuestionados, las élites económicas, hasta hace poco discretas, han asumido un protagonismo sin precedentes. La Generalitat, presidida por un Salvador Illa atrapado entre pactos inestables y decretos tumbados, gobierna más a golpe de presión empresarial que de mayoría parlamentaria.

Lejos de la épica del “procés” o las promesas de normalidad, el año transcurrido ha demostrado que el eje del poder ha mutado. Las tensiones con la patronal Foment del Treball y los reveses sufridos ante el Cercle d’Economia han convertido a la economía en la auténtica oposición. Las exigencias para desbloquear inversiones, como la ampliación del aeropuerto o la opa sobre el Banc Sabadell, han dejado en evidencia la fragilidad del Ejecutivo de Illa, más pendiente de no enfadar a sus socios que de gobernar con rumbo propio.

De líderes a figuras en segundo plano

Los grandes nombres de la política catalana viven momentos de desgaste. Illa, que llegó con el aura de la moderación, no ha logrado ni presupuestos ni paz interna. Su promesa de “centralidad” ha sido secuestrada por la pugna diaria entre Comuns y ERC, cuyo respaldo se cobra caro y lo arrastra a políticas que incomodan tanto a su electorado como al tejido empresarial.

Oriol Junqueras, aún líder de Esquerra tras una reñida votación, libra una guerra intestina que amenaza con implosionar su partido. Puigdemont, por su parte, ha pasado de mesías del exilio a espectador incómodo, incapaz de ejecutar su retorno prometido ni de capitalizar su influencia más allá de Madrid. Su liderazgo se sostiene más por nostalgia que por viabilidad real.

El nuevo poder: negocios, redes y populismo

En ese vacío de poder real, han surgido nuevas fuerzas. La ultraderecha de Sílvia Orriols, impulsada por el rechazo al independentismo y un discurso virulento contra la inmigración, crece en encuestas pese al cordón sanitario impuesto. Su ascenso ha sido facilitado, en parte, por la descomposición de Ciutadans y el discurso reactivo de los partidos tradicionales, que no logran frenar su expansión en territorios donde el olvido institucional es crónico.

Mientras tanto, empresarios y lobbies no disimulan su impaciencia. Ya no se limitan a comunicados de prensa: marcan públicamente la agenda, exigen pactos con Junts, tumban decretos incómodos y advierten de un éxodo inversor si el rumbo no se corrige. Lo que hasta hace poco se decidía en los plenos ahora se cocina en foros empresariales.

Un país sin brújula

Catalunya vive una etapa de liderazgo en retirada, donde las decisiones políticas carecen de visión a largo plazo y están condicionadas por la coyuntura del día. Con la financiación singular aún sin concretar y una repetición electoral siempre en el horizonte, el Parlament parece más un escenario de supervivencia que de gobierno.

En este nuevo tablero, ya no es la independencia ni el constitucionalismo lo que divide a los catalanes, sino quién manda realmente: ¿los representantes elegidos o los actores que nunca se presentan a las urnas?

El auge de la extrema derecha

Uno de los fenómenos más destacados y preocupantes del 12-M fue la consolidación y ascenso de la extrema derecha en el Parlament. Mientras fuerzas históricas como Ciutadans desaparecían del mapa político, el vacío fue aprovechado por partidos como el PP, que dobló su representación, pero también por formaciones de corte ultraconservador y abiertamente xenófobo. Vox mantuvo una presencia significativa, pero fue Aliança Catalana, liderada por Sílvia Orriols, la gran revelación electoral. Su discurso frontal contra el procés, el independentismo y la inmigración conectó con sectores sociales descontentos en comarcas como el Ripollès, y su irrupción en el Parlament, con representación propia, confirmó que el populismo de derechas ha echado raíces en determinados territorios de Catalunya.

Pese a los esfuerzos por articular un cordón sanitario desde las llamadas fuerzas democráticas, el crecimiento de estas formaciones ha sacudido el tablero político catalán. Ha forzado al resto de partidos a replantearse discursos, estrategias y alianzas, y ha introducido en la cámara un tono más polarizado, que contrasta con el intento de Salvador Illa de proyectar una imagen de moderación y “normalidad” institucional. La presencia creciente de estos grupos es también un síntoma del desgaste social tras años de conflicto político sin resolver y crisis acumuladas.

 

 

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