Envejecer sin descendencia, una preocupación cada vez más frecuente
Cataluña empieza a ver las primeras generaciones que envejecen sin descendencia en proporciones sin precedentes. Una de cada cuatro mujeres nacidas el 1975 ha llegado a los 50 años sin haber tenido hijos, y esta tendencia no solo se mantendrá, sino que irá al alza
Este hecho, que refleja profundos cambios demográficos y sociales, transforma de manera radical los modelos de cuidado y el papel que tradicionalmente había tenido la familia en la atención a las personas mayores.
Durante décadas, la idea de que la familia —y en particular los hijos— cuidarían de los padres en la etapa final de la vida ha sido la base del sistema informal de cuidados. Pero este modelo se está agotando ante un nuevo escenario: menos descendencia, vínculos familiares más dispersos y, sobre todo, la aparición de nuevas formas de familia.
En este contexto, las parejas LGBTI también se enfrentan a menudo a dificultades específicas. A pesar de los avances legales y sociales de los últimos años, todavía es mucho más complejo para muchas de estas parejas acceder a la maternidad o la paternidad, ya sea por barreras administrativas, económicas o por la ausencia de un entorno de apoyo. Esto hace que, de manera desproporcionada, muchas personas LGBTI lleguen a la vejez sin descendencia y, por tanto, sin la red familiar que tradicionalmente ha sustentado los cuidados.
Hacia un nuevo modelo
Ante esta realidad, la sociedad se ve obligada a repensar los mecanismos de atención a las personas mayores. El modelo familiar tradicional ya no es suficiente, y la alternativa no puede ser únicamente la institucionalización. Se está produciendo un cambio de paradigma hacia formas de cuidado más comunitarias, donde la red social, el vecindario y las políticas públicas toman protagonismo.
Los proyectos de vida compartida y el fomento de “comunidades cuidadoras” en los barrios son una de las vías que más fuerza están tomando. El reto es que las personas puedan envejecer en su casa o en entornos conocidos, manteniendo la autonomía pero con la seguridad de que, cuando lo necesiten, recibirán apoyo. Esto exige corresponsabilidad: que las personas planifiquen su futuro, pero también que las instituciones garanticen servicios y recursos accesibles y de calidad.
La desigualdad, un riesgo creciente
Uno de los mayores riesgos de este nuevo escenario es que la calidad de los cuidados y el envejecimiento dependa demasiado de los recursos personales. Sin una red familiar y sin una planificación adecuada, muchas personas podrían quedar desprotegidas. Y aquí es donde se hacen evidentes las desigualdades: entre quien puede pagar servicios privados y quien depende de un sistema público todavía insuficiente; entre quien tiene una red social activa y quien afronta la vejez en soledad.
Esta brecha también afecta a colectivos vulnerables como las personas mayores LGBTI, que han vivido históricamente discriminaciones y que, a menudo, no cuentan con una familia tradicional ni con suficiente reconocimiento a nivel institucional.
Nuevas formas de convivencia: el cooperativismo sénior
Respondiendo a estos desafíos, cada vez más personas apuestan por formas de vida alternativas a las residencias convencionales. La vivienda colaborativa para personas mayores se presenta como una opción viable y cada vez más atractiva. A través del cooperativismo sénior, grupos de personas deciden compartir un espacio de vida donde cada cual mantiene su autonomía, pero en un entorno de apoyo mutuo y solidaridad.
En Barcelona, por ejemplo, ya se están desarrollando proyectos pioneros de este tipo, algunos en suelo público, que podrían marcar una nueva vía para la vejez: más participativa, más abierta, más digna.
Un envejecimiento diferente para una sociedad diferente
Las generaciones que ahora se acercan a la vejez han vivido su vida adulta rompiendo esquemas. Han elegido modelos de familia diversos, han apostado por la autonomía, han luchado por derechos y libertades que antes no existían. Ese espíritu también marcará su manera de envejecer: con menos dependencia de la familia tradicional, pero con una necesidad urgente de comunidad, de servicios públicos y de reconocimiento institucional.
La sociedad que viene será más diversa y más autónoma, pero también tendrá que luchar contra desigualdades más profundas. En ese horizonte, planificar el futuro colectivamente es más necesario que nunca: no solo para garantizar cuidados, sino para garantizar vidas dignas hasta el final.
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