Más de 43 ºC y consecuencias fatales: la otra cara de las olas de calor en Catalunya
El récord de 43,8ºC en Catalunya ha expuesto una crisis sanitaria y social que afecta a la salud de la población, agrava la pobreza energética y convierte las ciudades en trampas térmicas
El termómetro marcó 43,8 ºC, el récord absoluto en Catalunya. Pero el verdadero incendio no estaba en el aire, sino en los cuerpos, las casas y las calles. En los silencios de quienes no pudieron dormir, en los hospitales saturados y en los campos resecos. Las olas de calor ya no son excepciones: son advertencias. Y sus efectos más devastadores no siempre se ven.
El cuerpo bajo asedio
Las olas de calor extremas provocan fallos renales agudos, convulsiones y alteraciones neurológicas. El cuerpo humano, cuando supera los 40 ºC internos, entra en un estado de inflamación que puede ser letal. Muchos medicamentos comunes —diuréticos, antidepresivos, estatinas— aumentan esa vulnerabilidad. Todo esto sumado a los ya más que conocidos y sufridos golpes de calor, los cuales ya han provocado que dos temporeros hayan fallecido este verano.
Maternidad y niñez en riesgo
Estudios recientes, cuyos resultados se publican en la revista JAMA Pediatrics, vinculan las olas de calor con un aumento de partos prematuros. Las embarazadas expuestas a temperaturas extremas tienen mayor riesgo de complicaciones. Los lactantes, por su parte, sufren más deshidratación y fiebre persistente. En muchas guarderías públicas no existe una climatización adecuada para proteger a los menores. Lo que implica una grave pérdida de calidad de vida para los más pequeños.
La pobreza energética que no se ve
La pobreza energética también se agrava en verano. Muchas familias vulnerables evitan usar ventiladores o aire acondicionado para contener el gasto eléctrico, lo que incrementa el riesgo de golpes de calor. El problema afecta especialmente a mujeres mayores, personas migrantes y hogares monomarentales, y no siempre se refleja en las estadísticas oficiales.
Comida, agua y ahogamientos
El calor extremo acelera la descomposición de alimentos y favorece intoxicaciones alimentarias, especialmente en viviendas sin refrigeración adecuada. También aumentan los ahogamientos en piscinas improvisadas, playas o zonas fluviales sin vigilancia. Durante los golpes de calor, muchas personas acuden al agua para refrescarse, pero la combinación de altas temperaturas, esfuerzo físico y cambios bruscos de temperatura corporal puede provocar mareos, pérdidas de conocimiento o paradas cardiorrespiratorias, con consecuencias potencialmente mortales.
La ciudad como trampa térmica
Las noches tórridas —con mínimas por encima de 25 ºC— impiden el descanso, afectan la salud mental y reducen el rendimiento laboral y escolar. Las ciudades se convierten en islas de calor, donde el asfalto y el cemento retienen la temperatura. Los barrios con menos zonas verdes suelen ser también los más pobres, lo que agrava el impacto social y sanitario.
¿Estamos preparados para el calor que viene?
Catalunya ha superado los 43 ºC en tres de los últimos cuatro veranos, y todo indica que seguirá ocurriendo. Las olas de calor ya no son solo meteorología: son crisis sanitarias, sociales y ecológicas. Sus efectos más devastadores no siempre se ven en los mapas, sino en los cuerpos, en las viviendas y en las decisiones que se toman —o no— para proteger a la población. Es por este motivo que ahora más que nunca, hace falta trabajar para desarrollar sistemas que protejan a la ciudadanía del calor extremo. Desde planes urbanísticos y cambios en la forma de desarrollar las ciudades (zonas verdes, edificios diferentes, más sombras) o diferentes formas de entender el día a día (mejorar la hidratación o gestionar de una forma diferente las horas de trabajo).
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