Aunque tienen cada uno su nombre se les agrupa en otro que les borra el suyo y pasan de ser Hassan, Said, Mohamed, Adil, Mamadou, etc. a quedar diluidos en unas siglas que pretenden darles una identidad colectiva poco amable. Son Menores Extranjeros No Acompañados. Son menores, solos y desprotegidos que han llegado hasta nosotros después de miles peripecias en las que, muchos, se han jugado la vida.
Antes en Catalunya se les llamó MEINA, Menores Extranjeros Indocumentados No Acompañados (MEINAs) y hay interesantes estudios sobre la situación de éstos entre los que cabe destacar un artículo de M. Capdevila y M. Ferrer ya en el año 2004 en la Revista Catalana de Seguridad Pública, donde ya señalan que: El 81,1% de los MEINA han hecho el viaje escondidos bajo las ruedas de camiones o autocares que cruzan el estrecho en barco. Abandonan su escondrijo una vez se consideran seguros al otro lado de la frontera o incluso cuando creen que han llegado a destino. Sólo en el último momento y tras muchos intentos consiguen colarse en el puerto franco de Tánger, meterse por un agujero cuando el vehículo ha hecho una parada o despistar a los guardias que vigilan una operación que resulta abortada infinidad de veces cada noche. Pese a haber preparado el viaje con el grupo de iguales y al margen de la familia, los MEINA hacen el viaje solos (72,3%) desde el puerto de Tánger (80,2%), y es al otro lado de la frontera donde intentan encontrar compatriotas con los que proseguir el viaje.
Los MEINA permanecen en España también solos, puesto que sólo un 25% de los que viajan tienen familiares en nuestro país. Cuando lleguen a Catalunya, seis de cada diez ya habrán pasado previamente por un centro de acogida de alguna otra comunidad autónoma, de donde habrán huido para seguir su viaje. Cuando se les pregunta por qué han marchado de estos centros, las respuestas mayoritarias se combinan en la misma proporción sobre estos temas: que no se les ofrecía lo que buscaban o que no era su destino. Respecto a regresar a su país, dos de cada diez habrán vivido repatriaciones previas antes de conseguir llegar a Catalunya."
No sabemos cuántos niños hay errantes por el mundo, solos, sin protección de un adulto. Son muchas las razones de su soledad o su abandono: guerras, catástrofes de diverso signo, pobrezas extremas, violencias familiares. En algunos casos la marcha está vinculada a un proyecto familiar de mejora de las condiciones de vida insufribles en su país de origen. En estos casos puede haber un cierto soporte familiar en la distancia.
Muchos proceden del norte de África: Marruecos y Argelia. Entran como pueden, en camiones, en pateras, saltando vallas con cuchillas. Muchos de ellos esperan en el norte de Marruecos mientras malviven en ciudades como Tánger, Nador y otras. Los he visto solitarios y en grupo en las afueras de Melilla, no lejos del CITE, muy cerca de las terribles vayan que separan a esta ciudad de Marruecos.
Han sufrido terribles penurias y violencias. En Marruecos hay un doloroso incremento de explotación sexual de menores. Un reciente informe del 6.03.18 en el diario 'El Mundo' cuenta con un insoportable detalle la existencia de redes de prostitución infantil en Tánger. Es conocido que muchos chicos viven en dicha ciudad esas situaciones de violencia. Leo que en el Socco Chico y en las calles a su alrededor se está produciendo una horrible situación de explotación sexual. Muchos de estos menores esperan poder pasar a Europa. Situaciones similares pueden verse asimismo en Fes y otras ciudades a las que cada vez mas concurre un turismo sin escrúpulo de adultos en busca de niños y jóvenes desprotegidos o en la miseria.
Conozco Fes como si fuera la Córdoba donde viví mi adolescencia. He ido a Marruecos desde el año 1978 cuando solo iban franceses, muy frecuentemente con la actitud del antiguo colonizado, algunos ingleses e italianos. Los españoles tenían miedo a un país donde aún no habían infraestructuras turísticas o muy deficitarias y perduraban los recientes recuerdos de las guerras coloniales. He ido en viajes familiares, otros con amigos y una vez yo solo invitado a participar en Fes en un debate sobre interculturalidad en el marco del magnífico festival de Músicas Sagradas y del Mundo. Recorrí la medina solo como tantas veces lo hice acompañado. Desde los grupos de niños y adolescentes en las callejuelas silenciosas junto a las bulliciosas calles centrales recibía con descaro ofertas de masaje bereber. Frente al Hotel El Batha cerca de la sede del Festival y junto a la concurrida y hermosa puerta de Bab Boujoulou me abordó un recién adolescente con cierta violencia y me detalló con impertinencia y con apremio las condiciones de dicho masaje; sencillamente una entrega desesperada a cualquier precio, tal vez para poder comer o tal vez, para comprar la cola con la que adormecer el dolor tan intenso en el que está. Me conmovió. Esa situación que nunca me había sucedido estaba pasando en cada momento con chicos al acecho del turista varón solo generándose una situación de una sordidez quizás no superada con la que Mohamed Chukri describe en 'El pan desnudo', una de las novelas más impactantes de la literatura africana.
Sabemos del dolor que hay detrás de cada ser que emigra y cuáles son las mil vicisitudes y dramas que ha tenido que soportar para lograr su sueño. También sabemos de las grandes esperanzas que lo mueven. Muchas veces lograrlo es la antesala de un despertar amargo porque, a pesar de la Convención sobre los derechos de los menores sabemos que las circunstancias de acogida son muy deficitarias. La fiscalía de Barcelona ha tenido recientemente que instar a la Generalitat que ofrezca un acomodo mínimamente digno para niños y adolescentes que pasaban la noche en pasillos de la ciudad de la justicia. Las plazas de acogida son insuficientes y frecuentes las situaciones de hacinamiento y conflicto.
El drama de estos niños ya no es el duelo migratorio, concepto excesivamente manido que nos sirve poco para definir los sentimientos y preocupaciones de quienes migran. Sin duda hay un dolor del pasado vivido y de los vínculos dejados atrás pero el mayor dolor es el futuro amenazado y la desesperanza. Si logran protección, que a veces no aceptan porque las condiciones que se les imponen les son insoportables, solo les servirá hasta los 18 años en que muchos de ellos quedarán a la intemperie porque no han podido conseguir los documentos -los papeles- que les permitan quedarse y disfrutar de un trabajo que una de las grandes razones de su venida.
Protegerlos no es meterlos en centros en régimen para ellos insoportables. Es tenerlos en cuenta y acercar el proyecto educativo a sus posibilidades y a sus necesidades que son encontrar prontamente recursos de subsistencia para si y sus familias. También facilitar la circulación por el territorio europeo como soporte en el reencuentro con sus familiares.
No habría que esperar para formular políticas coordinadas para la atención de los niños y jóvenes que vienen sin compañía ni protección alguna. Que vienen. muchos de ellos, con la herida de la pobreza, el abandono y el abuso. Que vienen con la esperanza de cambiar su destino, de encontrarse con los suyos en algún lugar de Europa y de, si tienen éxito, poder ayudar a su familia que quedó en origen.
Estamos asistiendo ya a un incremento de la preocupación de los gobiernos por estos chicos. Seguirá. ¿Aumento de la sensibilidad hacia su fragilidad y ganas de ayudarles? Es posible. ¿Aumento del miedo a lo que llaman "radicalización" y a la entrada de sujetos adoctrinados o con el "gen" para dañar? Es muy, muy posible. Algunas de las políticas que se plantean parecen más motivadas en detectar peligros potenciales -de radicalización- que en paliar el tan alto desvalimiento con el que llegan. Pero si algo nos han enseñado los atentados del 17A es que las causas de tal desastre no hay que buscarlas fuera sino entre nosotros. Y parece que la principal razón para que ello sucediera es el sufrimiento que esconde la falta de sentimiento de pertenencia que queda camuflada en una aparente integración hecha con criterios llamados objetivos, "iban a la escuela, hacían deporte, se relacionaban con otros, etc". Lo expresa con mucha claridad Moussa Bourekba, investigador, CIDOB "¿no es más apropiado centrarse en su recorrido biográfico (contexto, socialización primaria y secundaria, etc.) con el fin de comprender mejor la dimensión subjetiva de su compromiso", que en la clave territorial? Con esa pregunta pretende "plantear una reflexión sobre el riesgo que corremos al vincular el proceso de radicalización a una forma de determinismo cultural o territorial en lugar de centrarnos en las condiciones que permiten que este fenómeno tome forma." Y hace una afirmación que comparto plenamente "El sentimiento de pertenencia: quid de la cuestión de la integración". "Sí, nos criamos aquí y no tenemos problemas de convivencia, pero somos y siempre seremos los moros. En el colegio éramos los moros y las chicas no querían salir con nosotros. Y los mayores creen que vendemos hachís" es el dolido comentario de un joven compañero de los autores del atentado en Barcelona.
Parecía extraño que eso pudiera pasar entre nosotros porque eran nuestros. Sabemos que no todo lo que sucede se habla y que hay muchas cosas que quedan escondidas. Los dolorosos sucesos del 15 y 16 de Marzo, estos días, en el barrio madrileño de Lavapiés de sublevación de un alto número de personas migradas en un barrio donde lo es el 50% de su población; las violencias de los jóvenes en los "banlieue" parisinos y de otros guetos en grandes ciudades europeas tienen que ver con el modo en que se les trata y en que son marginados del empleo y del uso igualitario de los derechos de ciudadanía. Es duro decirlo pero conviene tener en cuenta que se están dando muchas condiciones para la eclosión en forma de violencias de un gran número de grandes malestares por las circunstancias de vida de una gran parte de la población que malvive y que cada vez es mayor.
Los chicos que llegan solos, recluidos en centros de protección, muy frecuentemente descontentos de los recursos que se les ofrecen a pesar del esfuerzo de educadores y otros profesionales porque el proyecto que alimentaron tantos años es otro, son tutelados hasta los 18 años. Lo que viene después es una amarga incógnita.
La construcción de su identidad y de su modo de estar en el mundo está plagada de tremendas vicisitudes; éstas y sus efectos son difícilmente superables sin el acompañamiento cuidadoso de un adulto. Ese proceso de construirse es extraordinariamente rico y complejo. Requiere su tiempo. Una parte de esa construcción identitaria la aporta el sentimiento de pertenencia, de saberse miembro -en sus distintos modos e intensidad- de una comunidad. La pertenencia como sentimiento personal es fruto de las muestras de acogimiento y hospitalidad. La hospitalidad es un deber del que está en el territorio al que el otro accede pero es basicamente un derecho del extranjero, del que llega.
Dar cobijo al otro es hacerle un lugar en uno mismo y tener consideración y miramiento hacia él. Son experiencia muchas veces calladas y que nos pasan desapercibidas. Pude sentir una muestra de ello en la plaza Jmaa el Fna, Marrakech. Cenábamos en la plaza, cada vez mas domesticada y turistizada. A nuestro lado turistas alemanes terminaban su banquete. En los platos algunos restos de comida. Lo ví al poco de sentarnos. Un hombre joven, casi famélico se movía en la cercanía, en espera. No lejos de él, un niño, no más de seis años, esperaba también. Fueron varias veces ahuyentados por los camareros. Volvían. Nada más levantarse los comensales ambos se abalanzaron sobre los restos. Llegan junto al plato y en un gesto de infinita ternura el joven retira su mano y deja la comida, escasa, al niño. Éste se marchó con su botín, posiblemente a entregárselo a alguien. Tuve que hacer serios esfuerzos para no hacer muy evidente la intensa resonancia íntima que me produjo tal escena y un esfuerzo aún mayor para seguir comiendo y ver de qué manera socorrerles con el menor daño para su dignidad.
Similares escenas las vemos también en nuestro entorno cercano.
Luchar contra la invisibilidad de personas y sus dificultades; luchar contra la indiferencia es seguir manteniendo viva la conciencia de que pronto algo tiene que cambiar y que depende mucho de todos y cada uno de nosotros.
Los niños y adolescentes a quienes llaman MENAs englobándolos en una identidad colectiva que los hace distantes - cualquier intento de etiquetar al otro es un ejercicio de poder contra el que hay que sublevarse- son parte del futuro que hemos de cuidar. Ser acogidos es su derecho incuestionable; acogerlos es nuestro inexcusable deber.
La alcaldesa de Barcelona, en un escrito en Faceboock el 20.08.17, denunciaba en medio de la conmoción por lo sucedido tres días antes "la infinita crueldad de quienes deshumanizan adolescentes y los convierten en asesinos". Unamos a esa sentida denuncia la infinita crueldad de quienes deshumanizan niños y adolescentes y los convierten en objetos y los dejan desprotegidos.
Muchos de estos niños que migran tienen "La exclusión como herencia", preciso término que utiliza Jordi Moreras en el citado estudio del CIDOB sobre los atentados de agosto. Extrañado, como lo estamos muchos, por la brevedad del duelo colectivo tras los terribles hechos de agosto añade: "Una cortés indiferencia nos indica la ausencia de conflictos, ninguna preocupación nos embarga porque ignoramos lo que sucede. Y mientras tanto, muchas identidades siguen creciendo a la intemperie." La solución es dar cobijo.
Hay que evitar, además, la tendencia a considerar a a los niños y jóvenes que migran solos como un colectivo homogéneo, básicamente conflictivo, cuando es más que sabido que sus actitudes y comportamientos son los propios de su edad, incluida la tendencia a la transgresión pero que las conductas socialmente preocupantes son escasas y vinculadas a las circunstancias en que se ha producido su desarrollo.
Dice Byung-Chul Han en 'La expulsión de lo distinto': "La hospitalidad es la máxima expresión de una razón universal que ha tomado conciencia de sí misma. Gracias a su amabilidad está en condiciones de reconocer al otro en su altredad y de darle la bienvenida. Amabilidad significa libertad". "El grado civilizatorio de una sociedad se puede medir justamente en función de su hospitalidad, es más, en función de su amabilidad" (capacidad de amar).
Dice Nietzsche: "¡Y que aquí me sea bienvenido todo lo que está en devenir, lo que anda errante, lo que va buscando, lo que es fugaz! De ahora en adelante la hospitalidad será mi única amistad".
Que así sea.