Los ataques a la libertad de expresión no cesan y la aplicación de la ley Mordaza quizá sea su expresión más extrema, pero van más allá de eso. Se ponen de manifiesto igualmente en la creación de tendencias y estados de opinión que promueven el escándalo y el anatema como reacción “normal” a situaciones de lo más corriente. Esto es una consecuencia lógica de la tiranía creciente del pensamiento políticamente correcto que amenaza a las palabras y expresiones más cotidianas, de modo que hasta de la mismísima lengua, la lengua en la que navegamos todos, se hace motivo de escándalo.
Así por ejemplo sucede que en la Real Academia Española de la Lengua reciban demandas en las que se les exige prohibir determinadas palabras, expresiones o usos lingüísticos porque parecen ofensivas a los demandantes. Al parecer es algo relativamente frecuente aunque novedoso. Hace poco querían acabar con un refrán : “pan con pan, comida de tontos”. No es broma, 4.200 panaderos firmaron una petición dirigida a la RAE y al Instituto Cervantes para que el refrán fuera retirado de manuales y diccionarios.
Los académicos respondieron lo obvio: ellos no pueden prohibir un refrán, ni una palabra, ni una significación, la lengua hablada va por su cuenta, “ es producto de la creatividad de los hablantes a lo largo del tiempo” dijeron.
Hoy en día demasiadas personas y colectivos se creen con el derecho a exigir la prohibición de los chistes que toman algún rasgo con el que se identifican como objeto de broma - profesiones y oficios, religiones y creencias, géneros, estado civil, lenguas y acentos, lugares de nacimiento, muerte y enfermedades, elecciones sexuales, edad, etc- consideran esos chistes ofensivos para su persona y esa ofensa es para cada uno de lesa majestad.
No hay duda de que el sentido del humor de cada cual con respecto a sí mismo da un índice del equilibrio de su salud mental y de su inteligencia; no hay duda tampoco de que lo cómico del chiste siempre será agresivo y transgresor.
¿Y qué? ¿Qué tiene de malo? El resultado de esa agresividad o esa transgresión produce risas, parece un buen destino para tales humores.
Si a alguien le interesa el tema encontrará todas las claves en 'El chiste y su relación con el inconsciente', Freud no se priva de ilustrarlo con algunos muy buenos chistes de judíos.
Desde luego que hay chistes que me parecen repugnantes, pero si a otros auditores les hacen reír ¿qué razón valdría para imponer el silencio dónde los otros encuentran risas? ¿Qué daño hacen las risas?
¿Quién tiene autoridad para decidir qué debe dar risa y qué no? Los resortes de lo cómico son particulares para cada sujeto, no son universales, no pueden serlo. Pretender que a todos nos haga gracia lo mismo o que haya determinados asuntos que no nos la hagan es una pretensión totalitaria, arrasadora de las diferencias que nos hacen humanos. Esto no quita, claro, que haya una enorme casuística de temas chistosos en común aunque el mismo chiste hará gracia siempre a cada cual por sus propios resortes inconscientes.
Hay gente en la cárcel o amenazada con prisión porque la ley no admite bromas en público sobre una amplia variedad de temáticas que, no hay más que verlo, proliferan día a día por la propia lógica del asunto. La corrección política es por su propia naturaleza invasiva, crea nuevos límites a medida que avanza. Atraviesa sibilinamente la frontera entre lo público y lo privado y no es extraño entonces que también en el ámbito de lo privado esté acechando la pasión por prohibir.
Obviamente el contexto debería contar y no todo chiste es oportuno en cualquier momento y circunstancia, pero actuar según eso aconseja depende de cada uno. La cosa es que no hay diferencia entre la posición subjetiva que exige o avala prohibir algunos chistes en público y la que pretende proscribir otros cualesquiera en lo privado; la disyuntiva siempre es la misma: se trata en cada caso de si lo que prevalece es la libertad de expresión de todos, es decir la de cualquiera, o de si lo que impera es la prohibición de temas que hieren la sensibilidad de algunos.
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