Recuerdo emocionado de Alicia Alonso, bailarina y trabajadora
Los expertos en danza hablan y no acaban de la belleza que supo imprimir al movimiento danzario, de su capacidad de innovación y de su excelso magisterio.
La algarabía callejera nos tiene ensimismados y hace que no reparemos en noticias que son mucho más importantes en nuestra vida. Por ejemplo, nos ha dejado sin aliento la que nos llega de Cuba y nos cuenta que Alicia Alonso, se como dijera en su momento de Eva Perón, "ha entrado en la inmortalidad". Algo, en este caso, muy cierto porque el nombre de la bailarina cubana será recordado mucho más allá de su propio tiempo y su misma existencia física.
Los expertos en danza hablan y no acaban de la belleza que supo imprimir al movimiento danzario, de su capacidad de innovación, de su excelso magisterio, cualidades todas ellas indiscutibles y que serían más que suficientes para haberla convertido por derecho propio, como se la denominaba eufemísticamente de una forma que hacía cierta gracia, en "prima ballerina asoluta". Pero a fuer de sincero debo reconocer que lo que a mí más maravilló siempre de ella fue su tozuda perseverancia, su inmensa capacidad para seguir al frente del Ballet Nacional de Cuba, de atravesar el Atlántico para venir un año sí y otro también, con más de 90 cumplidos sobradamente, para acompañar a su formación. Todavía la recuerdo en las ruedas prensa previas, a las que llegaba, caminando trabajosamente, apoyada en los brazos de su marido. O a su figura erecta y silenciosa asistiendo a todas las premieres desde un palco de la platea del teatro Tívoli.
El autor junto a Alicia Alonso
Más aún: tuve el privilegio de verla todavía sobre un escenario. Fue mediados los noventa en el Centro Cultural de Terrassa, posiblemente uno de los últimos teatros españoles en los que actuó. Ejercitaba como solista una pieza cuyo título no recuerdo y aparecía vestida sobriamente de negro y acompañada en derredor por sus bailarines que le ayudaban a girar sobre sí misma. Desde la sala se apreciaba una línea recta trazada sobre el escenario que, según parece, ella podía apreciar trabajosamente para no desviarse en escena. Y aún creo que la vi de nuevo en la sede oficial de su Ballet, en el Gran Teatro de La Habana, en el antiguo Centro Gallego, sobre el Parque Central.
Pero la anécdota más imborrable la viví en el sótano del Gran Café de Barcelona donde en aquella época de mayores alegrías la Caja de Ahorros egarense, patrocinadora de la temporada de danza, celebraba una rueda de prensa previa a la presentación de cada compañía seguida de almuerzo. Entonces todavía era costumbre facilitar el dossier de prensa en papel con algunas fotos sobre este mismo material, no como ahora que viene todo en forma de pen drive. Y pensé que podría aprovechar una de esas fotos para pedirle, al final de la rueda de prensa, que me la dedicara con su firma. Así lo hice. Entonces, su marido puso la foto sobre el mantel, colocó el rotulador en la mano de Alicia y situó ésta sobre la foto. Ella empezó a firmar y al punto, sin darse cuenta, pasó de la foto al mantel, donde quedó la mitad de su autógrafo, tal era su ceguera. Guardo como un tesoro aquella dedicatoria inconclusa.
Volví a ver a Alicia Alonso hace dos o tres años, en el mismo Tívoli, y recuerdo que nos hizo esperar un buen rato porque le costaba moverse. Pero allí estuvo una vez, al pie del cañón. La última. Porque esta primavera, cuando el Ballet Nacional de Cuba regresó de nuevo al teatro de la calle Caspe, ya lo hizo sin Alicia, que se quedó su Habana, donde ahora ha fallecido con 99 espléndidos años.
Pero debo decir que a mí lo que siempre me resultó más sobresaliente de su personalidad fue la tozuda perseverancia. Como es bien sabido, estuvo aquejada de una enfermedad ocular que a ser prácticamente ciega. Esta minusvalía, que en cualquier otra persona hubiera supuesto su amortización para cualquier tarea creativa, no asustó a la intrépida habanera. Surgió bailando como si tal cosa. Puedo explicar que la recuerdo, en torno a 1995, interpretando una pieza de danza con motivo de una de sus habituales visitas a España del Ballet Nacional de Cuba. Fue en el Centro Cultural de Terrassa. Alicia aparecía en escena sola, vestida con una ligera falda negra. La rodeaban, a distancia, sus bailarines. Y según cuentan los informados, sobre el escenarios había trazado una raza blanca que sus castigados ojos todavía podían detectar para UE ella pudiera desenvolverse sin problemas.
Escribe tu comentario