Pere Riera recupera en 'La dona del 600', el legendario turismo como símbolo de una época
A Jordi Banacolocha -el padre- le acompañan tres actrices: Mercè Sampietro, que confesó que, pese a su larga carrera artística, era la primera vez que actuaba en el Goya; Àngels Gonyalons, con lacito donde antes las señoras llevaban un colgante y Rosa Vila.
Como no entiendo de deportes no puedo decir si es verdad eso de que Barcelona es más que un club. Pero lo que sí tengo claro es que el Seat 600 fue, en la España de hace medio siglo, mucho más que un vehículo utilitario, porque se convirtió, por derecho propio, en el símbolo de toda una época, en la herramienta que garantizó la movilidad de la gente, que le dio autonomía para viajar e incluso para sentirse de alguna manera importante.
"Mi abuelo -dice Pere Riera, autor de 'La dona del 600' que se anuncia en el Teatro Goya- no tuvo nunca carné de conducir, pero se compró un 600 y lo conservó hasta el final de su vida". Añade, en toda una declaración de amor por aquel turismo en el que, unos más y otros menos, hicieron -hicimos- locuras: "Es que además lo encuentro muy bonito" al punto de que "cuando cualquier vehículo aerodinámico de esos que circulan hoy en día por carreteras y autopistas se encuentra con un 600, es fácilmente perceptible cómo su conductor disminuye la velocidad, mira al del viejo Seat y le sonríe con gesto de complicidad y complacencia".
Pues bien, en torno al 600 Riera ha articulado una comedia que, como cabe suponer, tiene como eje de la acción dramático al legendario vehículo, pero que gira en torno al entramado de relaciones que existe entre un padre -antiguo trabajador de la Pegaso, otro sello de la España que salía de la autarquía- y sus hijas. De forma amable y distendida, con utilización de numerosos recursos humorísticos, Riera articula un texto en el que se plantean aspectos tan próximos a cualquiera de los espectadores como pueden ser la pérdida de un progenitor -en este caso, la madre-, la forma en se asume la ausencia de cualquier ser querido y, fin, la nostalgia por un tiempo pasado que perdura de forma muy viva en el recuerdo.
A Jordi Banacolocha -el padre- le acompañan tres actrices: Mercè Sampietro, que confesó que, pese a su larga carrera artística, era la primera vez que actuaba en el Goya, Àngels Gonyalons, con lacito en el lugar de la solapa en el que antes las señoras llevaban un colgante, Rosa Vila, así como Pep Plana, todos ellos bajo la dirección del propio Riera.
No estará de más recordar que a Riera le precedió ¡hace 45 años! Joaquim Muntañola, quien estrenó en el desaparecido teatro Talía una comedia semejante titulada 'Ja tenim 600' con Pau Garsaball y Mercè Bruquetas. Y ya que nos ha dado la vena nostálgica, unos apuntes complementarios para el lector del siglo XXI: los primeros 600 no llevaban retrovisores laterales, adminículos que eran optativos -a falta de ellos, el conductor miraba hacia atrás para ver si se le aproximaba algún otro vehículo-, como en las primeras series las dos únicas puertas se abrían hacia adelante, hubo protestas de la señoras, porque decían que al entrar o salir se les veían las piernas y la empresa hubo de cambiar la dirección de aquellas y la peor maldición del turismo eran las correas del ventilador, que se rompían con frecuencia y entonces hervía el agua del refrigerador del motor y te paralizaba el vehículo.
A cambio, en 1964 valía 63.500 pesetas (unos 370 euros) y aunque previsto para cuatro pasajeros, llegaron a caber ¡ocho! Eso sí, la maniobrabilidad de los asientos era muy limitada y dificultaba en grado sumo la utilización del interior para intimidades ajenas al desplazamiento. ¡No hay nada perfecto!
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