Eladi Romero estudia el garrote vil, el método de ejecución del franquismo
El garrote sustituyó en España a la horca como método de ajusticiamiento “más benévolo”.
Cada cual conserva en su memoria hechos puntuales que dejaron huella en algún momento de su vida y yo recuerdo, siendo adolescente, una noticia que conmovió la España del momento y que fue el juicio que se siguió contra un señorito de buena familia llamado José María Jarabo Pérez Morris que había asesinado a varias personas y que, condenado a muerte, fue ejecutado por el procedimiento establecido a la sazón para la última pena, el garrote vil.
Eladi Romero García revela que la suya fue una muerte espantosa y larga, bien por la corpulencia del condenado, bien por la insuficiente fuerza física del verdugo. Así lo explica en su libro 'Garrote y prensa' (Laertes) en el que estudia cómo y quiénes aplicaron este sistema de ejecución en España.
El garrote fue un sistema considerado bárbaro pero que sin embargo y como explica el autor se utilizó en muchos países y en diferentes períodos históricos. En el nuestro lo estableció Fernando VII con el fin de “conciliar el último e inevitable rigor de la justicia con la humanidad y la decencia en la ejecución de la pena capital”. Y así estuvo en vigor hasta la supresión de la pena de muerte por la Constitución de 1978, salvo en un corto período entre 1932 y 1934 durante la Segunda República.
Romero detalla los diferentes tipos de artilugios utilizados (garrote de cuerda, de collar metálico, de corredera) y su funcionamiento, para seguidamente relatar cómo se aplicaba la sentencia, lo que le lleva a tratar de los funcionarios del llamado 'Cuerpo de ejecutores de la Justicia', es decir, los verdugos. Entre ellos, Federico Muñoz Contreras, Gregorio Mayoral, Casimiro Municio, Cándido Cartón, Bartolomé Casanueva, Florencio Fuentes o Rogelio Pérez Vicario, este último asesinado por los anarquistas en represalia por haber aplicado el garrote a correligionarios suyos.
Con la guerra, en la que la mayoría de sentencias de muerte se aplicaron por fusilamiento, se restablecióel garrote en 1938 para los sentenciados civiles por lo que el Ministerio de Justicia fijó diez años después una plantilla de cinco "ejecutores de la justicia", dotadas con el haber anual de 60.000 pesetas más dietas por desplazamiento y con sede en las Audiencias de Madrid (Antonio López Sierra), Barcelona (Vicente López Copete), Sevilla (Bernardo Sánchez Bascuñana), La Coruña y Valladolid.
Esta última época registró algunas ejecuciones famosas, tales las de El Monchito (1952), el guerrillero Benigno Andrade (1952), el necrófilo Carlos Soto (1955), los tres autores del crimen de las estanqueras de Sevilla (1956), los hermanos parricidas Cirilo Javier y José María Celaya (1957), la envenenadora Pilar Prades, la última mujer agarrotada en España (1959) --cuyo verdugo se resistió a cumplir con su función--, el citado Jarabo (1959), el guerrillero Juan García Suárez 'el Corredera' (1959), los anarquistas Delgado y Granado (1963) y los dos últimos ejecutados Salvador Puig Antich y Heinz Chez (1974). Este último sentenciado, cuya ejecución, como la de Jarabo, resultó particularmente inhumana, dio lugar a la obra teatral 'La torna' de Albert Boadella.
No falta una cumplida referencia a las películas que tuvieron como protagonista a algún profesional de este triste oficio: 'El verdugo' de Berlanga, con Nino Manfredi y un genial Pepe Isbert, considerada por muchos como la mejor película del cine español, 'Llanto por un bandido' de Carlos Saura o 'Queridísimos verdugos', un documental impresionante que recogía el testimonio de quienes ejercieron en la realidad como "ejecutores de la Justicia".
Por cierto, el título del libro hace referencia a la anécdota atribuida a Franco por Ramón Garriga que habría decidido, en sus sobremesas y la hora del café, sobre la conmutación o no de las sentencias de muerte dictadas por los tribunales, anotando en casos muy graves que la ejecución debía ir acompañada de la correspondiente publicidad.
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