“L’espia del Ritz", una novela sobre el espionaje en Barcelona durante la segunda guerra mundial

El Ritz, que hace unos años se vio obligado a cambiar de nombre, fue un hotel emblemático y entonces sin duda el mejor de la ciudad, que había hospedado a toda suerte de personalidades.

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Libros L.espia del Ritz

 

Las grandes guerras no sólo se desarrollan en los campos de batalla, sino también en la retaguardia y más aún si cabe en aquellos países que no intervienen en ellas y son, al menos oficialmente, neutrales. España lo fue durante la segunda guerra mundial, aunque el régimen entonces vigente tuviese indisimuladas simpatías para con las potencias del Eje. Pues bien, en aquella España neutral y/o no beligerante, que en las dos situaciones estuvo, se desarrolló, sin embargo, una soterrada lucha entre los países enfrentados que se manifestó de muchas maneras: en acciones propagandísticas, comercio de materias primas, redes de apoyo, canales de evasión y, por supuesto, en tramas de espionaje. Estas últimas se centraron en algunas ciudades, como el Tánger ocupado por España, el entorno del campo de Gibraltar, Vigo, Madrid y, por supuesto, Barcelona. Pues bien, la ciudad condal es el escenario de la novela de Pilar Rahola “L’espia del Ritz” (Columna).


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El Ritz, que hace unos años se vio obligado a cambiar de nombre, fue un hotel emblemático y entonces sin duda el mejor de la ciudad, que había hospedado a toda suerte de personalidades. Una de las más recientes de aquel momento, Heinrich Himmler durante su visita de 1940. En todo caso, el hotel de la entonces avenida de José Antonio era el centro de reunión por antonomasia de la gente principal. La autora lo describe diciendo: “Aquella Barcelona rutilant del Ritz, poblada de gent enriquida, impietosa i frívola, que vivía com si el món no s’estigués ensorrant, no era la ciutat real, sinó la impostació de la victoria, un aiguabarrieg de fanàtics, criminals, ambiciosos i aprofitats que conformaven la societat del poder”.


Quiso la casualidad que su director de entonces, Ramón Tarragó, el mismo que había tenido que recibir y alojar el jefe de la policía alemana, era un simpatizante de los aliados y, por tanto, un soporte soterrado a las redes de evasión de judíos y otros perseguidos por el nazismo. Pudo, de este modo, proteger a Bernard Hilda “un jueu, un pària, un fugitiu, però, alhora, un músic reconegut, un director d’orquestra venerat, un home famós i també un espía, revoltat, un resistent, tantes vides en una sola”. No sólo le otorgó su amparo a él y a los músicos que le acompañaban en su huida de la Francia ocupada, sino que les dio trabajo y convirtió en una de las principales atracciones del hotel y de la ciudad. Y aquella orquesta, que rápidamente se convirtió en famosa y era aplaudida incluso por los capitostes alemanes de paso por Barcelona, era la tapadera de una importante labor de espionaje en favor de los aliados.


La novela de Rahola articula la peripecia de Hilda y sus hombres contextualizándola en la Barcelona de principios de los cuarenta, con locales emblemáticos de la vida nocturna tales La Rosaleda o La Rotonda, en los que se movían personajes reales y otros imaginados, lo que permite intercalar una historia paralela: la del matrimonio formado por el mandamás Eusebi y su sumisa esposa Marseneta, liberada finalmente de su maltratador marido por el amor de Fishel.


Entre los personajes reales cabe destacar dos, no sólo por lo reiteradamente citados, sino sobre todo por el distinto trato que le merecen: así el alcalde Miguel Mateu es objeto de las más afiladas críticas de Rahola, que le dedica epítetos despiadados, lo que invita a colegir algún tipo de ajuste de cuentas personal, mientras que del gobernador civil, el muy falangista Correa Véglison -la autora casi siempre le llama por su segundo apellido- escribe de forma harto benevolente, al punto que permite intuir una soterrada simpatía. ¡Velay!


No hay, todo hay que decirlo, nudo narrativo, salvo en el caso de la historia paralela del matrimonio citado, porque la línea argumental maestra discurre de acuerdo con el devenir de la propia realidad histórica y existe, por consiguiente, sorpresa alguna en el desenlace.


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