Era una excelente persona. Escribía como los ángeles. Sabía editar. Traducía al y del idioma de Sartre, y sobre todo cuidaba de su anciana madre, a la que colocaba por delante de cualquiera de sus obligaciones. Los que trabajábamos con él lo sabíamos y por eso a mí personalmente me desarmaba completamente hasta el punto que cualquier despiste en un texto se transformaba en una agradable charla sobre la política y los libros.
Txiqui era un ser humano excepcional, al que la vida y las dificultades no habían conseguido transformar en un ser desmoralizado o perdedor. Se lo miraba todo con generosidad socialista y marcaba sus biorritmos sin estresarse lo más mínimo. Apareció un buen día por nuestra redacción de CatalunyaPress y se quedó un par de años cubriendo horarios imposibles, porque, como les he contado ya, la salud de su madre era lo primero. Le echaré mucho de menos. Gracias Txiqui por tu amistad.
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