En mi niñez siempre esperaba con impaciencia el fin de semana porque salían los payasos de la tele: Gabi, Fofó, Miliki, Fofito y Milikito. Y salían a hacernos reír, esa era su noble profesión, hacernos pasar un rato alegre y divertido, incluso en los momentos más tristes y penosos como el fallecimiento de Fofó. Aquel día tocaba salir a escena y salieron. Estaban rotos por dentro pero mostraron su grandeza y profesionalidad preservando la inocencia de los niños que, supimos del triste suceso por su propia boca pero contado con una exquisitez encomiable. El respeto que siempre mostraron por la infancia es uno de los valores que agradezco haber tenido la ocasión de aprender.
Y es que la profesión de payaso es muy noble, tanto que no merece ser tiznada por personajes que se pintan la cara simulando ser divertidos. Porque el hábito no hace al monje, ni la pintura en la cara hace al payaso. Por eso en un evento como el pregón de las fiestas de la Mercè, donde se mezclan personas de diferentes sensibilidades no ha tenido ninguna gracia el comentario del pregonero Jaume Mateu llamando inadaptados a quienes no hablen en catalán faltando al respeto, niños incluidos. La ideología, en esos momentos, debe ser como tus íntimos sentimientos: guardados en tu privacidad.
En Cataluña hemos visto traspasar muchas líneas rojas y a muchos nos apena profundamente como se utiliza la lengua para señalar. Es triste ver como las redes son utilizadas para denigrar y destruir a quienes no piensan igual y a quienes usan su libertad de expresarse en la lengua que deseen. Y eso nos tiene que hacer reflexionar, porque quienes hablan el idioma que desean dentro de un territorio donde coexisten dos lenguas ejercen su libertad; y quienes no dejan hablar cualquiera de ellas ejercen la represión. Se está creando una sociedad donde hemos avanzado notablemente en tecnología, pero en contrapartida los valores humanos se pierden con la misma facilidad.
Esta represión, de un tiempo a esta parte, se ha recrudecido. No solo en redes, también a través de grupúsculos totalitarios que se personan en el entorno de quien, en territorio catalán, osa hablar en castellano. En octubre se realizó un escrache independentista en el centro médico de Les Corts porque una doctora no habló a su paciente en catalán. Estos individuos pedían la renuncia de la médico. Su destrucción profesional. No porque fuese negligente o le faltase pericia en su trabajo. No. Porque no habló en catalán. Poco después ocurrió lo mismo en el Corte Inglés de Barcelona con un empleado que no respondió al cliente en catalán. Pidieron “tomar medidas” contra él. O el linchamiento reciente en redes, reclamando incluso su despido, a la trabajadora del bar del Parlament, persona que siendo bilingüe usa su derecho y su libertad de hablar la lengua que prefiera para dirigirse a los demás. ¿Qué importa si nos da a todos un servicio impecable, si se desvive porque estemos bien atendidos haciendo un trabajo de muchas horas? Lo único que importa es que en TV3 no habló en catalán.
Somos rehenes de una turba de descerebrados que salen de su guarida, con la cara tapada ocultándose tras perfiles ficticios de redes para insultar, acosar o reclamar que despidan a una persona que trabaja, probablemente más horas y mejor que ellos. Y se esconden porque son incapaces de enfrentarse a la vergüenza que les supone mostrarse ante los demás sabiendo que lo que hacen es justo aquello que dicen que quieren erradicar: la discriminación, el racismo y el autoritarismo. Suelen ser los mismos que cuando salen a la calle solo se envalentonan al estar en grupo y bajo la excusa de “luchar por la libertad, la democracia y la República” utilizan cualquier día festivo para gamberrear quemando el mobiliario urbano.
Los altos dirigentes independentistas no salen a frenar estos incidentes, sino al contrario, hemos visto como la consellera de cultura, puesta por Puigdemont para seguir creando el conflicto que necesita para sobrevivir políticamente, dice que el castellano se debe hablar en la intimidad. Solo le faltó añadir “hasta que el Ojo de Gran Hermano se instale en tu casa”.
Por eso cuando Jaume Mateu sale vestido de payaso a un escenario donde hay niños, adolescentes y adultos y con la aquiescencia de la alta representante de la ciudad, la Alcaldesa Ada Colau, pronuncia palabras que ofenden y dividen, ambos están reforzando ese sentimiento de imposición que otros utilizan para acosar en redes.
¡Que pena, Sr. Mateu! No has sido el payaso que hace reir, perdiste la oportunidad de crear un ambiente distendido, un rato de calor y entretenimiento, de reforzar lazos de armonía entre catalanes en un momento tan crudo como el que estamos viviendo. Tan solo conseguiste entristecer a muchos “inadaptados”, como mi compañera Mª Luz Guilarte que de allí, dignamente se marchó, o como yo misma, que aunque sabemos hablar perfectamente el catalán seguiremos ejerciendo y defendiendo la libertad de hablar en Cataluña la lengua que prefiramos, simplemente porque no vamos a tolerar la imposición.
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Aunque a muchos les parezca mal, pienso que el español que he escuchado en Cataluña es uno de los más bellos, exactos y neutros. Quizá justamente por ser segunda lengua. Sería una pena perderlo.
Excelente artículo. Una magnífica adaptación de M VAlle a quien, con el alma negra, no es capáz de dar expresión si no usurpa la profesión y la imagen del humor.
Llevar muchos años en Catalunya y no hablar catalán es INADEPTADO mal que te pese Ciudadanos
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