Santiago Calatrava solía decirnos con vehemencia a sus colaboradores ¡planta, alzado y sección!, ¡planta, alzado y sección! Quería dejar claro que el éxito de un proyecto arquitectónico estaba fundamentalmente basado en la buena definición y su conjugación de estas tres vistas. Y nada más.
Poca gente sabe que Santiago Calatrava pasó por el estudio de Fernando Higueras para aprender cuando era muy joven. Posiblemente llegó a la conclusión de la importancia de la expresión gráfica en la arquitectura al ver la maravilla de planos que se hacía en el despacho de Higueras.
Fue Fernando Higueras como un arquitecto renacentista en el siglo XX. Un artista total. Y un arquitecto formidable. Siendo ya premio nacional de arquitectura en 1960 por su edificio del Instituto del Patrimonio Histórico Español, más conocido por la corona de espinas, Andrés Segovia le dijo que se dejara de tonterías con la arquitectura y se dedicara a la guitarra. Hay por internet composiciones suyas, interpretadas por él mismo, aunque sin necesidad de buscarlas se puede uno hacer idea de cómo tocaba la guitarra. También fue Premio Nacional de Bellas Artes en 1954. Ya con dieciocho años dibujaba unas acuarelas que mostraban una madurez inusual.
En su arquitectura era también sus dibujos los que enamoraban tanto a sus clientes como a otros profesionales. Una preciosa sección, extrapolada del proyecto de la casa que Higueras diseñó para Lucio Muñoz en Torrelodones, es la que enamoró al equipo de Architectus, el mayor despacho de arquitectos de Australasia, que diseñaba un colegio público en Nueva Zelanda hace un par de años. Y así la adoptaron, sin ellos saberlo. El colegio está construido y con ello se puede decir que hasta en las antípodas de España existe un tributo a Fernando Higueras en su forma de ver la arquitectura.
Quizás se pueda comparar la idea de sección en Higueras con la de escorzo en Ortega. Vocablo este de escorzo que tiene un curioso aire arquitectónico. Pero más curioso es que esa sección, ese escorzo arquitectónico español, se tomara como propio en Nueva Zelanda. Si decía Ortega que "la realidad no puede ser mirada sino desde el punto de vista que cada cual ocupa, fatalmente, en el universo", y que "el punto de vista no puede fingirse", parece que en este caso la fatalidad fue superada y el otro punto de vista fue adoptado.
Hay quien podrá pensar que el hecho de que una manera española de ver la arquitectura se adoptara en Nueva Zelanda debería enorgullecer a los españoles. Otros a lo mejor piensan, como yo, que a los que debería enorgullecer es a los que han sido capaces de adoptar el punto de vista de otros.
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