Un diario y varias libretas revelan el Juan Marsé más vitriólico

Como es bien sabido, fue un denodado enemigo del nacionalismo catalán, que considera “de lo más provinciano”, dice de ERC que su “política nacionalista imita el peor esperpento” y se define diciendo que “yo me siento físicamente tan catalán, como español. Anímicamente, ni una cosa, ni la otra”

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Marsé

 

Que Juan Marsé fue un inconformista era algo conocido. Pero el descubrimiento de su diario de 2004 y de varias libretas con apuntes tomados a vuelapluma revelan, como dice Ignacio Echevarría, una naturaleza “vitriólica”. Lumen los ha publicado con el título de ”Notas para unas memorias que nunca escribiré”, ciertamente muy acertado porque Marsé nunca llegó a hacerlo e incluso en la redacción de esos textos que ahora se dan a conocer duda una y otra vez sobre su utilidad. Que la tiene, ciertamente porque exhiben las anfractuosidades de una personalidad sumamente compleja.


Libros   Notas para unas memorias... de Marsu00e9


@Editorial Lumen


Hay un aspecto de carácter muy personal en el que Marsé se explaya sobre el entorno familiar en que se mueve, con reiteradas referencias a la complicidad que establece con su nieto Guille. También el hombre hipocondríaco, preocupado por una salud que empieza a ser quebradiza y preocupante, que disfruta del paisaje que le rodea, en especial cuando está en Calafell y que mantiene una particular obsesión por anotar la meteorología de los días, con especial énfasis en chaparrones y/o tempestades.


Aparece, desde luego, una y otra vez el escritor que va anotando el desarrollo de sus proyectos y trata de combinar ese quehacer forzosamente sedentario con su afición por la natación, siempre insatisfecha por mor de las circunstancias (“escribir y nadar, la combinación perfecta”) Describe su rutina matinal: “Me levanto a las ocho y media, a las nueve ya estoy en la calle, me tomo un cortado en La Crema, en Paseo Sant Joan esquina Valencia, luego voy por la Diagonal hasta la calle Sicilia y subo hasta casi la plaza de la Sagrada Familia, paso por delante de nuestra antigua casa y recalo en la papelería-librería de Ana María y Mar a José y compro El país, La Vanguardia y El Mundo (¡ejjj…!) y regreso a pie”. Y revela la importancia que tiene para él el oficio de escribir: “El único camino que me lleva a ser un poco distinto al pobre sujeto que soy es el camino que conduce a la ficción a la ficción literaria, a la novela entendida como un desahogo de la imaginación, es decir, un ajuste de cuentas con la realidad real”. Porque “la ficción no aspira a suplantar la realidad; quiere representarla, pero no suplantarla”. Poco social, se niega a someterse a la servidumbre de las firmas: “Día del libro con sol. No voy a firmar. Es algo que me repatea. Nunca creí en esa supuesta comunión física, personal, entre autor y lector” y añade que las entrevistas sólo las aceta por escrito.


Esta idealización del oficio de escribir y, sobre todo, de hacerlo bien, le lleva a criticar con acidez el montaje del premio Planeta (a cuyo jurado perteneció antes de dimitir indignado) y recuerda “constato que en la ceremonia del Planeta nadie, ni editores, ni periodistas, hablan de literatura, solo de ventas”. Pero en un arranque de sinceridad reconoce compartir este carácter venal cuando dice “he rechazado homenajes, cenas, invitaciones, honores académicos. Pero jamás he renunciado a un premio en metálico. No soy tan imbécil”. También rechaza la generalización de la llamada “novela negra”, que le disgusta.


Como es bien sabido, fue un denodado enemigo del nacionalismo catalán, que considera “de lo más provinciano”, dice de ERC que su “política nacionalista imita el peor esperpento” y se define diciendo que “yo me siento físicamente tan catalán, como español. Anímicamente, ni una cosa, ni la otra”. En todo caso, “Cataluña es un país que añora un pasado que no existió nunca” por lo que “me reafirmo en mi antinacionalismo”. Se lamenta que “por culpa de la lengua, mi posición como novelista no puede ser peor: en Cataluña, ninguneado por escribir en castellano y en el Reino no me quieren porque soy catalán. Así pues, soy fronterizo ¿qué más puede desear un escritor?”.


Pero lo más explosivo es el vitriolo que administra sin tasa sobre muchos coetáneos, en particular escritores, periodistas y gente de cultura. Así Umbral (“heredero de las normas de la derecha más casposa de este país, vanidoso, jilipollas, cuya prosa quincallera solo embauca a pedantes y snobs”), Juan Manuel de Prada (“meapilas, aprendiz de facha, el periodista más abyecto y miserable”), Isabel Clara Simó (“bruja”), Baltasar Porcel (“chorizo, su prosa es un insulto”), Fuentes (“menudo picha, mamarracho”), Juan Goytisolo (“trepa”), Luis Goytisolo (“demasiadas plumas para tan pequeño pavo real”), Cela (“buen prosista pero novelista palabroso y mediocre y ciudadano detestable, arribista sin escrúpulos, indeseable sujeto”), Carme Riera (“qué mala suerte estar sentado a su lado…”), Rahola (“paradigma del oportunismo periodístico y la desvergüenza intelectual catalanufa y patriotera”), Nuria Amat (“pastelera de las letras”), Alex Susana (trepa cultural), Tapies (“se cree la Patum del arte actual ¡qué tío plasta!... un camelo de mucho cuidado”), Mascarell (trepa político, hipócrita, analfabeto), Sostres y Trallero (tontos ilustrados), Candel (“charnego amaestrado, agradecido a Cataluña, a la Generalitat” al que contrapone con el Pijoaparte “el charnego irreductible”) e incluso Vázquez Montalbán, al que critica porque el detective Carvalho es “un recurso que se le presenta a Manolo para exponer su ideología”).


De los políticos, los peor parados son Carod Rovira (“carallot”, pobre hombre… impresentable… peligroso, imbécil, carcamal”) y Aznar (“el político más imbécil que ha dado este país”), aunque también recibe Pablo Iglesias (del que recuerda un acto de contrición que califica como “la cosa más desvergonzada y grotesca que he visto hacer a un político en mucho tiempo”) Y, en fin, se acuerda de Pep Guardiola (“tonto de solemnidad").


Algunos se salvan: Ridao (inteligente, divertido, muy bien informado y un poco cotilla”), Rovira Beleta (“mejor que Saura”) o Francesc de Carreras (“el único que dice y escribe cosas sensatas y razonable sobre el independentismo catalán”) y advierte a Pérez Andújar de que “corre el riesgo de convertirse (dejarse convertir) en el charnego domesticado a la manera de Francisco Candel”.


Lo malo de vivir muchos años es que te da tiempo a arrepentirte de muchas cosas” indica, sin que ello permita adivinar que lo hubiera hecho de sus venablos. Por último, intuyendo un final que presume no lejano, renuncia a los fastos de las despedidas y revela su humildad: “No quiero, cuando me muera, ni ceremonia, ni tumba, pero de haber querido ambas cosas mi lápida sería Por in soy el escrito invisible que siempre quise ser”.

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