“Los grandes físicos han tenido una fervorosa preocupación por la existencia (o inexistencia) de Dios” (Eduardo Battaner “Los físicos y Dios”)
Battaner recuerda que, si bien “a lo largo de su vida sí afirmó su creencia en Dios, no podremos saber nunca si fue sincero”.
“Uno de los dilemas más debatidos a lo largo de la historia es: o ciencia, o fe; o ciencia y fe. La ciencia y la religión han estado siempre como el perro y el gato” dice Eduardo Battaner en su libro “Los físicos y Dios” (Catarata), y puntualiza que “los físicos de todas las épocas no han tenido siempre una actitud pasiva en materia religiosa y ellos mismos han contribuido a trazar la relación del hombre con el espíritu”.
Battaner parte de la premisa de que los grandes físicos han sido, a la vez, grandes pensadores, por lo que en general el teísmo a ateísmo les ha interesado a casi todos. No a lo griegos, pues Aristóteles “no pronunció ni una sola vez la palabra Dios en su inmensa obra”, pese a su creencia en un “primer motor”; por no citar a Sócrates, que fue ejecutado cuando se negó a reconocer los dioses atenienses, lo que lleva a considerar que la filosofía griega fue un “islote cultural”, puesto que tanto antes, como después, “todos los sabios admitieron la existencia de uno varios dioses”.
Siglos después para el islam, que el gran transmisor de la cultura antigua, “la existencia de Dios era algo absolutamente indiscutible”, pese a que, salvo en las épocas de mayor fanatismo, sostuvo mayormente una “racionalidad de visión creadora”. A partir del siglo XIII “el testigo de la ciencia pasó del islam a la Cristiandad”, de tal modo que hasta la llegada de Copérnico “la sabiduría y, por ende, la física, estuvo en manos de los creyentes… y la creencia de Dios estaba tan arraigada que a nadie se le ocurría pensar que la física y el mundo no fueran obra suya”.
Battaner destaca la labor científica de agustinos, dominicos y franciscanos y recuerda que todos los grandes físicos hasta Galileo y Kepler fueron clérigos. Esta condición acabó produciendo un encorsetamiento del pensamiento científico y dio lugar a la persecución de los innovadores y así Giordano Bruno (que defendía un universo infinito) fue condenado a la hoguera por San Roberto Belarmino y Tomás de Aquino fue condenado por hereje… ¡antes de ser proclamado santo!.
Con Copérnico -que fue canónigo- empezó la confrontación entre religión y ciencia y Galileo (que también fue represaliado por Belarmino, aunque salvó la vida) “representó el conflicto entre ciencia y fe más escandaloso de la historia”. Battaner recuerda que, si bien “a lo largo de su vida sí afirmó su creencia en Dios, no podremos saber nunca si fue sincero”.
Siguen luego Descartes (“el filósofo de la duda”, que estuvo rodeado de jesuitas y franciscanos… y siempre fue un creyente en Dios”), Leibnitz (para quien la existencia del Creador tenía su fundamento en el principio de la «razón suficiente»), Pascal (al que califica de “único cristiano lógico” y fue el caso más extraño de la forma de la creencia en Dios como producto de su pensamiento porque creía en la revelación) y Newton (creyente “sin la menor fisura”).
A partir de la ilustración se produce un cambio progresivo con la democratización de la ciencia (Battaner cree que más bien se “aristocratizó”) y la influencia de la masonería, el laicismo, el anticlericalismo y la indiferencia. De Herschel no se conoce su postura religiosa y para Laplace “no hacía falta ningún Dios para garantizar el orden del sistema”. En cambio, los principales representantes de la llamada “física romántica” fueron creyentes (Maxwell, Boltzman).
Pero esta línea de continuidad se rompió en el siglo XX puesto que “la física tuvo tal revolcón que las ideas teológicas de los físicos se disgregaron y adoptaron gran variedad de formas, más afines a sus descubrimientos que a la tradición” y es que el estudio sobre el principio del universo siempre desata las discusiones sobre la existencia de Dios por lo que no es de extrañar que los grandes físicos de esa centuria tuviesen a la vez una buena preparación filosófica.
De Einstein, que si bien era judío se educó en un colegio católico, dice que “no creía en un Dios antropomorfo… pero sí en un Dios que había creado el universo”, mientras que Planck fue profundamente religioso, aunque no dogmático. También fueron creyentes Schödinger y Heisenberg. Dirac, que “inicialmente era un ateo convencido”, fue un “admirador de la belleza matemática de las leyes de la naturaleza”. También fue ateo Hawking, para quien el universo surgió de la nada. El deseo de conciliar ciencia y fe llegó con Lemaitre, para quien el big bang “era la demostración de que universo había sido creado” (aunque también consintió en distinguir entre “creación” y “principio”) y que polemizó con Hoyle, otro ateo. La conclusión es que entre los científicos actuales la separación entre ciencia y fe “se ha hecho muy recurrente”.
Con todos estos datos, Battaner resume su estudio diciendo que los físicos no han ocultado nunca sus creencias religiosas, han expresado una manifiesta preocupación por la existencia o inexistencia de Dios y todos fueron buenos filósofos y muchos de ellos, además, teólogos.
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