“Ocaña, reina de las Ramblas”: Joan Vázquez evoca la Barcelona de la transición (Teatro Condal)
Hay hechos que quedan grabados en la memoria.
Hay hechos que quedan grabados en la memoria. Nunca olvidaré que en mi constante itinerario por los teatros de Barcelona el último local en el que puse los pies antes de que el confinamiento de marzo de 2020 clausurase todas las actividades culturales fue el Escenari Brossa con motivo del estreno de “Ocaña, reina de las Ramblas”. Se trata de un monólogo protagonizado por Joan Vázquez en torno a aquella figura emblemática del desmelenamiento y la alegría que reinaron en la Barcelona de la transición. Un fenómeno que se había iniciado en los años sesenta y setenta, cuando la vida no se interrumpía en las 24 horas y era posible coincidir en el callejeo nocturno con Dalí, el señor Bofarull paseando en su coche de caballos o la gente principal de la ciudad saliendo apresurada del Liceo con sus esmóquines y trajes largos para culminar la velada en la Bodega Bohemia o en el Barcelona de Noche, tugurios ¡ay! ya desaparecidos.
Uno de los últimos coletazos de aquellas Ramblas fue el trío formado por Ocaña, Nazario y Camilo, que protagonizaron en los años de la transición la defensa del entonces emergente colectivo LGTB. Ocaña perdió la vida en Cantillana, su pueblo natal, en un desgraciado accidente acaecido durante la Fiesta Mayor y, como ocurre con frecuencia, se convirtió, tras su fallecimiento, en un mito. Vázquez, que ha acreditado sus capacidades interpretativas en anteriores espectáculos, lo ha recuperado con un extraordinario esfuerzo de versatilidad en el que trata de encarnar a este personaje que compatibilizaba se quehacer como pintor naif con una actuación callejera sorprendente en la que aparecía ataviado con los ropajes más extravagantes y femeninos y asustaba, de tanto en cuando, a los paseantes con una provocativa exhibición de sus partes íntimas.
Vázquez es más pudibundo. Pone, desde luego, el acento, en la gestualidad provocadoramente femenina del personaje, pero no comete excesos exhibitorios. Tampoco pinta, claro. Pero con el fin de dar contenido al espectáculo, interpreta esforzadamente un repertorio de coplas identificables con Ocaña, acompañado por Marc Sambola a la guitarra. Todo ello se complementa con un audiovisual en el que aparecen imágenes del sevillano durante su visita al Berlín Occidental en ocasión de un festival de cine.
En este espectáculo hay una nostalgia confesa y expresa por una Barcelona ya desaparecida por varias razones. Desde el punto de vista reivindicativo, porque las aspiraciones políticas y sociales quedaron satisfechas con la recuperación de la autonomía y la plena legalización de la diversidad sexual. Pero también porque aquella euforia resultó efímera y la vida barcelonesa acabó normalizándose tanto con los cambios producidos por la celebración olímpica, como por la conquista del antiguo espacio reivindicativo de las Ramblas por la corriente turística. Y, en fin, también por la desaparición de aquellos personales rupturistas: unos murieron, mientras que otros acabaron insertándose en unas formas de vida más convencionales. Fueron, en todo caso, unos momentos maravillosos que Joan Vázquez recupera con un “tour de force” que le obliga a permanecer en escena, cantando, bailando y hablando durante 75 minutos (el día del estreno, durante hora y media, porque agradeció los aplausos del público con la interpretación de varias coplas adicionales).
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