“Diplomático en el Madrid rojo”: el testimonio del cónsul de Noruega en la retaguardia republicana
La perspectiva con la que se analiza ahora, aunque pese al tiempo transcurrido no siempre con la deseable frialdad, la última contienda civil española no disminuye el interés de los testimonios depuestos por quienes la vivieron o sufrieron.
La perspectiva con la que se analiza ahora, aunque pese al tiempo transcurrido no siempre con la deseable frialdad, la última contienda civil española no disminuye el interés de los testimonios depuestos por quienes la vivieron o sufrieron. En algunos casos, no como combatientes, sino como espectadores o participantes involuntarios. Este fue el caso del ciudadano alemán Félix Schlayer, industrial afincado en España desde muchos años antes de la guerra y que cuando estalló el conflicto ejercía como cónsul de Noruega, función a la que el gobierno de Oslo, ante la huida de la grey diplomática del Madrid republicando, confirmó además como encargado de Negocios. Tales memorias, tituladas “Diplomático en el Madrid rojo” (Renacimiento), fueron publicadas primero en Dinamarca y Alemania pero que no se tradujeron al español hasta el siglo XXI.
Schlayer, que vivía en Torrelodones, constató las primeras consecuencias del conflicto cuando, durante los primeros días, se desplazaba desde su domicilio a Madrid y se tropezó con numerosos controles de carretera y con muertos en las cunetas. Profundamente conmovido por la espontánea represión sufrida por todos los que no se habían significado en favor del Frente Popular, muchos de los cuales no habían tenido ninguna intervención en la preparación, ni en el desarrollo de la insurrección militar, Schlayer llevó a cabo, conjuntamente con otros representantes diplomáticos, particularmente el de Argentina, y con los miembros del Comité Internacional de la Cruz Roja, una labor fundamental de auxilio, asistencia y asilo a perseguidos, utilizando para ello principalmente el inmueble en el que se hallaba el domicilio oficial en la capital del representante noruego.
El autor señala como motor remoto de este enfrentamiento las consecuencias derivadas de la primera guerra mundial en la relación entre patronos y obreros y considera que las elecciones de febrero de 1936 fueron fundamentalmente fraudulentas. Le sorprendió comprobar como estallaba una furia irracional que no atendía a razones porque “no se trataba de una persecución más o menos legal por tribunales o funcionarios públicos, sino de la actuación arbitraria de individuos no legitimados” por lo que “detener a alguien era fácil y los vengativos, envidiosos, ofendidos y simplemente maliciosos sirvientes, caseros, basureros, vigilantes nocturnos, trabajadore, empleados y otros así eran tantos que sólo necesitaban hacer una denuncia, incluso anónima, o ir a buscar ellos mismos (con algunos compinches y pistolas en el cinturón) a sus víctimas, de tal manera que las seis prisiones madrileñas estaban funcionando al máximo rendimiento”.
Refleja el supuesto traslado de prisión de los internos en Madrid, que acabó con matanzas generalizadas en Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz, cuestión sobre la que historiador Javier Cervera dice en el prólogo que “aporta mucha luz y coloca en sus justos términos la verdadera responsabilidad de Carillo en aquellos sucesos” (Schlayer le califica de “poco sincero”) y elogia con toda claridad la actuación del anarquista Melchor Rodríguez que acabó con todas estas tropelías jugándose a veces su propia vida. También le merece una opinión benevolente el socialista Prieto, pero en cambio no ahorra críticas, muy en particular contra Álvarez del Vayo, Galarza, Casares y Giral (que “apartó la vista de estos hechos” y repartió armas indiscriminadamente), aunque también sobre Azaña, Miaja (al que considera inoperante y sin autoridad real) e incluso Alcalá Zamora, pese a que este último no tuvo intervención alguna directa en el conflicto.
Tanto por el momento en que fueron escritas, como por la nacionalidad de origen de su autor e incluso por sus propias convicciones personales no cabe considerar que las memorias de Schlayer sean un testimonio imparcial, pero ello no minusvalora su valor documental sobre unos hechos que, al margen de valoraciones subjetivas, fueron en líneas generales tal cual se relatan.
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