Carmen Laforet reflejó en su novela «Nada» la mejor descripción del ambiente de Barcelona en la posguerra
Barcelonesa, pero criada en Gran Canaria, su regreso en 1939 a la ciudad condal y su estancia en la Universidad y el Ateneo, le permitieron, pese a una permanencia no muy larga, hacerse cargo del ambiente imperante, que fue lo que reflejó magistralmente en la obra que acabó escribiendo en Madrid y con la que obtendría la fama.
“A veces me extraña haber escrito esto” le dijo Carmen Laforet al crítico literario Vázquez Zamora, uno de los miembros del jurado que le otorgó el 6 de enero de 1945 el premio Nadal por su novela «Nada». Con esta frase revelaba cómo este éxito literario había supuesto para la autora, además de muchas otras cosas, su propio autodescubrimiento como escritora. Lo recuerda Gema Moraleda en “Corazón revuelto. Una biografía de Carmen Laforet” (Bruguera) quien subraya que, para Ignacio Agustín, asimismo miembro del jurado, “la autora había logrado captar y plasmar con absoluta maestría el ambiente de posguerra, la desilusión y la amargura de la generación más joven, que debía enfrentarse a la vida después de lo sucedido en años anteriores. «Nada» no era una novela política y, sin embargo, lograba trascender el retrato costumbrista para dar voz a un estado de ánimo compartido por muchos compatriotas en aquellos años de desazón”.
Bien puede decirse que Laforet y Cela fueron, cada uno con su estilo y su propia personalidad, los dos grandes revulsivos de la narrativa española de la primera posguerra, unos años de racionamiento, estraperlo, restricciones y gasógenos, de venganzas y ocultamientos, de sueños imperiales y miserias reales, con el eco de la guerra mundial en los Pirineos. Barcelonesa, pero criada en Gran Canaria, su regreso en 1939 a la ciudad condal y su estancia en la Universidad y el Ateneo, le permitieron, pese a una permanencia no muy larga, hacerse cargo del ambiente imperante, que fue lo que reflejó magistralmente en la obra que acabó escribiendo en Madrid y con la que obtendría la fama.
A diferencia del autor gallego, la escritora barcelonesa tuvo una vida casi tan gris como el ambiente de su primera novela. Casada con el periodista Manuel Cerezales, que le dio cinco hijos, parece que no gustó de la vida de ama de casa y no fue excesivamente afortunada en su matrimonio, puesto que acabó separándose de su marido. Llevó una vida itinerante, que le hizo volver a Gran Canaria, para regresar a la capital de España, con estancias incidentales en Tánger, Cercedilla, Vigo, París y Roma y además viajó por Estados Unidos. Cultivó la amistad con dos mujeres famosas que fueron importantes en su vida, la escritora Elena Fortún y la deportista Lilí Álvarez y conoció y tuvo relación con Ramón J. Sender y Rafael Alberti. Pero lo cierto es que su obra posterior no respondió a las expectativas que críticos, lectores y editores -sobre todo José Manuel Lara, que se la “robó” a Vergés- habían puesto en ella. Le costaba sudor y lágrimas escribir cada una de las páginas de sus siguientes novelas y de hecho fue autora de tan sólo cinco -las dos últimas, parte de una trilogía que quedó inconclusa-, aunque sí de muchas novelas breves y relatos cortos y de numerosas colaboraciones en prensa -en ”ABC”, “Informaciones”, “Destino” o “La actualidad española”.
Moraleda ha biografiado a la autora de «Nada» con un texto breve, pero en el que queda bien patente su admiración por aquella mujer que rompió tópicos y esquemas, pero que, tal como se colige por su peripecia personal y literaria, no llegó a ser feliz. El volumen está editado con todo esmero y acompañado, tal cual si hubiera sido uno de los relatos cortos de Laforet, con numerosas ilustraciones alegóricas, lo que lo convierte en un verdadero homenaje a su memoria.
Un homenaje que, por cierto, Barcelona aún le debe.
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