Rudolf Hoss, jefe del campo de Auschtwitz: “Pensaba en los judíos como unidades, jamás como seres humanos” (“La muerte es mi oficio”)

Merle explica cómo se desarrolló el trabajo de Höss/Lang y el reto que supuso para él alcanzar los tremendos retos de “productividad” que le imponía Himmler

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Libros.La muerte es mi oficio

 

“No tengo necesidad de ninguna excusa. Yo obedecí. Me eligieron por mi talento organizativo. Lo volvería a hacer si me diesen la orden. Al principio tuve una impresión lamentable. Luego, poco a poco, perdí toda sensibilidad. Creo que eso era necesario: de lo contrario, no habría podido continuar. Pensaba en los judíos como unidades, jamás como seres humanos. Me centré en el aspecto técnico de mi tarea”. He aquí un razonamiento que pone los pelos de punta y muestra hasta qué extremo el ser humano es capaz de las mayores atrocidades por aquello del “imperativo categórico” y la obediencia debida. Se hace lo que hay que hacer, al margen de lo que el ejecutor pueda pensar. Tal fue el razonamiento con el que explicó cómo había desarrollado su tarea la frente del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau el tristemente famoso Rudolf Höss, cuya vida ha novelado Robert Merle en “La muerte es mi oficio” (Sexto Piso) transformándolo en Rudolf Lang.


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“Aquello rebasa la imaginación de la que los hombres del siglo XX, viviendo en un país civilizado de Europa, hayan sido capaces, tanto en método, como en ingenio y creatividad para construir un inmenso conjunto industrial cuyo objetivo era asesinar en masa a sus semejantes”, razona Merle al principio de su obra. Sitúa al que luego fue un verdugo inmisericorde en un contexto familiar católico fuertemente oclusivo y represor, con un padre que hubiera querido de él que fuese sacerdote. La muerte de su progenitor le llevó por el camino del nacionalismo porque “para mí sólo hay una iglesia y es Alemania”. En plena adolescencia, intentó por tres veces alistarse en el ejército para participar en la primera guerra mundial -estuvo destinado en el Próximo Oriente, con los turcos- y al final lo consiguió, permaneciendo luego en los cuerpos francos de la posguerra. Pero, carente de estudios, tuvo que ganarse la vida en los oficios más humildes (excavador, obrero industrial y de la construcción, repartidor de periódico, campesino) hasta que leyó el Völkischer Beobachter (el periódico oficial nazi) y descubrió que “el diablo no era el diablo. Era el judío”. Iluminado de este jaez, apostató del catolicismo y se afilió al NSDAP, en cuyo grupos de choque intervino al punto de participar en el asesinato de un adversario político, por lo que fue condenado a prisión. Cuando los nazis alcanzaron el poder fue invitado a incorporarse a las SS, donde se podía hacer carrera aún sin tener estudios y de este modo conoció a Himmler, a quien le interesó “mi talento organizativo y las particularidades de mi conciencia”. Por lo que rápidamente fue seleccionado para trabajar en los campos de concentración hasta ser destinado como responsable supremo del de exterminio de Auschwitz-Birkenau. 


Merle explica cómo se desarrolló el trabajo de Höss/Lang y el reto que supuso para él alcanzar los tremendos retos de “productividad” que le imponía Himmler. Había que encontrar el mejor sistema para asesinar al mayor número de víctimas en el menor tiempo posible y, sobre todo, dar con la forma de deshacerse de sus restos porque “el pero problema no es matar, sino enterrar los cadáveres”. Entre otra razones porque para matar no era necesario esforzarse mucho: “Los prisioneros caían como moscas. Las epidemias mataban a casi tantas personas como las cámaras de gas”. En todo caso, los hornos crematorios fueron de gran ayuda: “A decir verdad, no me gustaban muchos las fosas. El procedimiento me parecía grosero, primitivo. Indigno de una gran nación industrial. Era consciente de que, al optar por los hornos, elegía una opción más poderosa. Los hornos tenían la ventaja de garantizar una mayor secretismo, porque la cremación no se efectuaba al aire libre”. Por todo ello, previendo la construcción de 32 hornos, “podría obtener un rendimiento global de 8.000 cuerpos cada 24 horas, cifra que solo era inferior en 2.000 unidades con respecto al «rendimiento perfecto» previsto por el Reichsführer”. En fin que, cumplidas las obligaciones de su cargo, “la vida en los campos también tiene su lado bueno…. Si no fuera por este -hizo un gesto de desagrado- hedor…”.


Capturado el final de la guerra, fue procesado en Núremberg. “En cierto momento, el fiscal gritó: «¡Usted mató a tres millones de personas!». Pedí la palabra y dije: «Le pido que me disculpe, pero yo sólo maté a dos millones y medio». Hubo entonces un murmullo en la sala y el fiscal fijo que mi cinismo debería avergonzarme. Sin embargo, yo solo había rectificado una cifra incorrecta”.


Y es que, como razona Merle “todo lo que hizo Rudolf no fue por maldad, sino en nombre del imperativo categórico, por fidelidad al líder, por sumisión al orden, por respeto hacia el Estado. En resumen, como hombre de deber y precisamente por eso es monstruoso”.


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