“No habrá otra primavera”: una novela sobre Carmen de Icaza, una escritora exitosa… pero olvidada
La gloria es, salvo casos excepcionales, efímera y la literaria aún más.
La gloria es, salvo casos excepcionales, efímera y la literaria aún más. Lo saben muy bien los descendientes de muchos escritores que en su momento fueron autores de “best sellers” y que han dejado de generar derechos porque casi nadie se acuerda de ellos. Lo cual, y dicho sea de paso, no tiene nada que ver con la hipotética calidad que hubiese podido tener su obra.
“No habrá otra primavera”: una novela sobre Carmen de Icaza, una escritora exitosa… pero olvidada
Carmen de Icaza sería uno de estos casos, porque su obra literaria ha pasado de moda, de no ser que su figura resulta muy actualidad como precedente de mujer intrépida que se anticipó a su tiempo, tal cual explica Mari Pau Domínguez en la novela biográfica o biografía novelada “No habrá otra primavera” (Esfera de los libros). Hija de un diplomático mejicano afincado en España y perteneciente por parte de madre a una estirpe aristocrática, recibió durante la estancia de su familia en Alemania una educación esmerada. Hablaba varios idiomas, tuvo un excelente nivel cultural y gracias a ello, cuando la situación económica de su madre viuda y sus hermanos resultó más comprometida, no dudó en lanzarse al mercado de trabajo y debutó como periodista en el diario “El Sol” merced a la amistad de su padre con Ortega y Gasset. Porque desde su propio entorno estuvo además siempre rodeada de numerosos intelectuales -Juan Ramón Jiménez le dedicó una poesía- y, según Domínguez, quiso la casualidad que, siendo joven periodista, conociera a Hemingway, con quien mantuvo una amistad duradera. Luego, la inestabilidad política de nuestro país y la guerra civil, la vinculó con Falange, en cuyo seno fundó, con Mercedes Sanz Bachiller, viuda de Onésimo Redondo, la Obra de Auxilio Social, de la que fue secretaria nacional durante una larga etapa. Y compatibilizó todo ello con su propia vida familiar -casó y tuvo una hija- y una intensa actividad literaria, puesto que entre 1935 y 1960 publicó nueve novelas -la más popular, “Cristina Guzmán, profesora de idiomas”-, alguna de las cuales pasó a la radio, el teatro y el cine.
Una vida, como puede comprobarse, apasionante, que da juego a Domínguez para, sin separarse la verdad histórica del personaje, fabular sobre ella puesto que, a mayor abundamiento, no faltaron elementos colaterales que la enriquecieron, como su condición de madrina de su sobrina Carmen Díez de Rivera -recuerden, la “musa de la transición”-, hija extramatrimonial de su hermana Sonsoles, habida con el concuñado de Franco y en 1940 todopoderoso ministro y segunda figura del régimen Ramón Serrano Súñer, con quien mantuvo una relación adulterina que fue la comidilla del “todo Madrid” durante quince años (y hay quien opina que una de las causas de la defenestración política y subsiguiente ostracismo de Serrano).
Domínguez fabula sobre las conversaciones que Carmen habría mantenido con su hermana Sonsoles sobre esta situación; con su ahijada Carmen, fuertemente traumatizada cuando, enamorada de un hijo de Serrano, con el que hubiera querido casarse, le reveló su tía -no su madre, que no tuvo valor de hacerlo- que no podía hacerlo porque eran hermanos; con Mercedes Sanz, muy criticada en la España de posguerra por haber contraído un segundo matrimonio siendo viuda de un héroe; con un Ridruejo progresivamente desencantado; y con un Hemingway desengañado de la vida y terminal; o sus esporádicos contactos con Isabelita Perón, feroz vecina de inmueble de la alborotada y divertida Ava Gardner.
Domínguez describe con viveza la tragedia de la huida familiar a raíz del movimiento militar de 1936, cuando Luisillo, el limpiabotas de la Gran Peña, les salva la vida y su fuerte apuesta posterior cuando es ella la que pide a Serrano en 1940 que interceda para detener la pena de muerte que pesa sobre el muchacho. Y ello en el ambiente del Madrid de posguerra en el que vivían dos mundos separados: el de la miseria generalizada del estraperlo y las cartillas de racionamiento con las elegantes fiestas del Ritz, que retrata con todo vigor.
La autora juega habilidosamente con la intercalación de escenas de diferentes décadas e inicia cada capítulo con algunos párrafos adecuados de “Cristina Guzmán”, herramientas merced a las que consigue enhebrar un relato que discurre con interés e incluso guarda algún misterio: el del legado que le encarga conserve hasta después de su muerte Hemingway y que la convierte en albacea testamentaria de su obra inédita.
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