Cuando yo era un joven alumno de la Escuela Oficial de Periodismo coincidí en la destartalada redacción del vespertino “La Prensa” con un compañero algo mayor que yo, recién llegado del “Mediterráneo” de Castellón de la Plana, diarios ambos pertenecientes a la cadena de Prensa del Movimiento (algún día alguien habrá de estudiar esta red de periódicos que era propiedad del partido único, pero en los que debutaron, y/o trabajaron periodistas que tuvieron luego itinerarios políticos sumamente heterogéneos). Era gallego, firmaba como Jesús Mariñas, pero se llamaba en realidad Jesús Manuel Pérez Mariñas y acaba de abandonarnos después de una exitosa carrera profesional en la que demostró su capacidad para penetrar en las intimidades de los personajes famosos e incluso para crear un estilo periodístico inédito y original.
No lo tuvo fácil. Jesús no había cursado la carrera de periodismo, como tampoco otra compañera de aquella casa, entonces secretaria de dirección, Maruja Torres, convertida luego en también en periodista y escritora famosa, y le llovieron críticas y hasta creo recordar que pleitos judiciales, porque se le trataba, en una absurda ofensiva corporativista, de “intruso” (y, en efecto, figuraba en plantilla no como redactor, sino como auxiliar de redacción y no le admitieron en la Asociación de la Prensa).
Su férrea voluntad, su desparpajo, su habilidad para moverse entre bastidores y, sobre todo, la inapreciable ayuda que le prestó el librero Isidro Pi Caparrós, una persona encantadora, dotada de un extraordinario don de gentes y bien introducido en los ambientes sociales de la ciudad, que se convirtió en su pareja estable y en su asesor, le permitieron acceder a salones y saraos y a conocer desde la condesa de Lacambra y la entonces omnipresente María Marta de Moragas a Montserrat Caballé, Nuria Espert y otros tantos famosos de la época en una ciudad que vibraba con intensa actividad, en la que se movían Tàpìes, Miró y Bofill y en cuyas noches podías tropezarte con Salvador Dalí -probablemente acompañado de la enigmática Amada Lear-, Anthony Quinn y la cohorte de personajes que dieron vida a Bocaccio con el inolvidable Pitito al frente (en todos cuyos viajes participó Jesús).
La desaparición de la Prensa del Movimiento trató de convertirle en gris funcionario del Gobierno Civil, algo muy alejado de sus proyectos, circunstancia que coincidió con el progresivo apagamiento de aquella Barcelona divertida y desmelenada del posfranquismo y a la que se sumó el fallecimiento de su madre. Lacambra y Moragas habían muerto también y Caballé y Espert volaban por pagos muy lejanos, Oriol Regás cerró Bocaccio (Up & Down trató de darle continuidad, pero duró poco tiempo) y la ciudad, tras un cortísimo período de animación en la primera transición, que no duró más allá de mediados los ochenta, se sumió en un sopor que ocultó con brevedad el esplendor olímpico.
Todo ello hizo que a Jesús se le acortara sensiblemente el ámbito de su quehacer periodístico y empezó a pensar en la necesidad de abandonar su confortable piso del paseo Marítimo de la Barceloneta e incluso su apartamento en la Levantina de Sitges y a admitir que su futuro estaba en Madrid, algo que sus amigos no dudamos en insistirle. Al final nos hizo caso, emigró a la capital, como tantos otros personajes catalanes de la cultura han hecho (¿hará falta recordar algunos nombres?) y desde allí se convirtió en una figura mediática de primera magnitud. Por supuesto, nadie volvió a calificarle de “intruso”, se le respetó -y se le temió- y logró que se le reconociera como maestro de un tipo de periodismo que supo ejercer con dignidad y sin eludir los riesgos. Jesús, te echaremos en falta. Descansa en paz y allá donde estés no vuelvas a pelearte con Camilo José Cela.
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