La guerra provocada a causa de la invasión de Ucrania por la Federación Rusa ha relegado a segundo o tercer plano otras situaciones conflictivas y/o dramáticas que existen en diferentes áreas de nuestro planeta. Por poner un ejemplo y salvando la distancias: si hace un par de meses no nos hubiera llegado la noticia de un hecho fortuito, la terrible explosión habida en La Habana, que ha causado numerosos muertos y heridos y ha dejado con las tripas al aire al recién rehabilitado hotel Saratoga, nadie se hubiera acordado en estos momentos de Cuba, un país profundamente ligado al nuestro por numerosas razones.
La mayor de las Antillas ha sido uno de los países más perjudicados por pandemia del covid-19, puesto que ha obligado a interrumpir durante dos interminables años la actividad de su principal fuente de riqueza que a día de hoy es el turismo. Cancelados o reducidos a casos de estricta necesidad los viajes, la infraestructura turística quedó paralizada y el inmenso colectivo de personas que de forma directa o indirecta se beneficiaban de esta actividad en el más absoluto desamparo. Tuvieron además las autoridades cubanas que atender la repercusión de la pandemia en el propio país y dedicar a ello los magros recursos disponibles, lo que permitió conseguir una vacuna de producción nacional que ha ido siendo aplicada a la población, parece que con resultados razonablemente positivos.
Aunque en su más de sesenta años de permanencia el régimen cubano ha sufrido diferentes crisis y todavía se recuerdan las consecuencias de la más reciente, el desmoronamiento del universo socialista y de su curioso y extravagante mercado común -el COMECON o CAME-, la provocada por el coronavirus está siendo devastadora. A ello han contribuido diversas concausas, aunque bien es cierto que la fragilidad del sistema económico predisponía a que el país sufriera con muchas mayor gravedad que otros cualquier circunstancia adversa. Recordemos algunas de ellas: obstinación del régimen en mantener un sistema fuertemente centralizado que deja en manos del Estado algunos de los sectores productivos más importantes (el turismo, en manos del holding económico de las Fuerzas Armadas), carencia de incentivos realmente motivadores a la iniciativa privada, ausencia de estímulos a la productividad, kafkiano sistema monetario que obliga a utilizar diversos tipos de moneda -la llamada “nacional”, que no sirve prácticamente para nada, el dólar, ayer prohibido, hoy autorizado, el peso turístico o CUC, aparecido y desaparecido como el Guadiana- y, en definitiva, un panorama caracterizado por la escasez absoluta de bienes de primera necesidad, todo lo cual ha llevado a la sociedad cubana, y muy en particular a la juventud, a desconfiar del futuro que le espera.
Nadie sueña que esto vaya a mejorar, porque ya no hay quien confíe en un sistema que funciona de mal en peor desde hace más de medio siglo sin auténtico propósito de enmienda. Esta situación se ha agravado más aún a consecuencia de la generalización de la comunicación digital y de la telefonía móvil, con la quiebra del rígido monopolio mantenido por los medios de comunicación, todos oficiales. Ahora mismo el Estado ya no es capaz de evitar que del extranjero lleguen noticias de los estándares y formas de vida y de Cuba salgan otras que hablan sobre la indigencia económica y política que sufre su ciudadanía. La consecuencia es la frustración generalizada de la sociedad cubana.
Los antaño llamados por el régimen “gusanos “ -emigrados voluntarios- son ahora para el Estado “residentes en el exterior” y para sus familiares en el interior, el maná capaz de atenuar sus necesidades merced a las remesas de efectivo que reciben de ellos (en la actualidad, uno de los rubros más importantes de la entrada de divisas en el país) Y son pocas las familias que no tienen algún pariente fuera de las fronteras de la isla. Se dice que de Ucrania han huido más de cinco millones de personas a causa de la guerra, pero en Cuba no ha habido ningún conflicto armado desde 1959 para justificar que más de un diez por ciento de su población haya abandonado el país y que el resto sueñe con hacerlo. Cuando la única expectativa razonable de los ciudadanos es poner pies en polvorosa lo antes posible, esto significa que algo muy grave está ocurriendo.
Si Joaquín Costa pidió en España “doble llave para el sepulcro del Cid”, los cubanos habrán de solicitar lo mismo para el de la familia Castro y su desastrosa herencia.
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