“Los dos reyes”: una novela de intriga sobre un retablo de la corrupción marroquí

Contrata para ello a Juan Urbano, interesado en “escribir una novela sobre la marcha verde” y que ha de variar el rumbo de sus investigaciones para reseguir la pista de los tres cadetes que salvaron la vida de Hassan II, en cuya tarea se ve obligado a sumergirse en una enmarañada trama en la que nadie resulta ser lo que parece, aunque los personajes de ficción se entremezclan con otros muchos reales: aparte del ya citado médico, el general Ufkir, el coronel Dlimi, la familia Llodra, Fierro, María de Madariaga, o las ayas españolas Juanita Labajos y Ascensión Díaz, que educaron a los monarcas marroquíes durante su infancia.  Todo ello lo engarza en el paisaje de un país que invadió en 1975 el Sáhara Occidental y que desde entonces explota sus riquezas.

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Libros.Los dos reyes

 

La última crisis habida entre Marruecos y España ha convertido en protagonista a Karima Benyaich, embajadora de Mohamed VI e hija del médico del mismo apellido que, habiendo estudiado su carrera en Granada y casado con una española, ejerció como facultativo en la Corte alauita y salvó la vida de Hassan II cuando ocurrió el intento golpe de Estado de Sjirat porque vistió la capa del monarca para confundir a los conjurados. Pues bien, el citado doctor es uno de los personajes secundarios de “Los dos reyes” (Alfaguara), la novela de Benjamín Prado que tiene como protagonistas, éstos de ficción, a la pareja de sabuesos formada por el profesor de secundaria Juan Urbano y su novia, Isabel Escandón.

 

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Prado utiliza como eje argumental el fracaso intento de golpe de Estado que estuvo a punto de convertir Marruecos en una república y que pudo ser abortado, entre otras muchas concausas, merced a la fascinación ejercida por un rey prisionero sobre los cadetes que le habían de fusilar, a los que hizo valer, con insuperables dotes histriónicas, su condición religiosa de “comendador de los creyentes”. Para ello, cuanta la leyenda que Prado utiliza como clave de la novela, habría tenido que ofrecerles un documento que sería el mejor salvoconducto para garantizar la seguridad de sus salvadores: su abdicación. Documento que, de haber sido conocido, hubiera desmentido la “baraka” de Hassán II, su salvación punto menos que por voluntad divina y su valor sobrehumano. “La imagen y la leyenda saltarían literalmente en pedazos” dice Prado. 

 

Cierto personaje de altos vuelos, que parece haber perdido el favor de Mohamed VI, trata de congraciarse con el monarca consiguiendo el preciado documento firmado por su padre y que habría desaparecido. Contrata para ello a Juan Urbano, interesado en “escribir una novela sobre la marcha verde” y que ha de variar el rumbo de sus investigaciones para reseguir la pista de los tres cadetes que salvaron la vida de Hassan II, en cuya tarea se ve obligado a sumergirse en una enmarañada trama en la que nadie resulta ser lo que parece, aunque los personajes de ficción se entremezclan con otros muchos reales: aparte del ya citado médico, el general Ufkir, el coronel Dlimi, la familia Llodra, Fierro, María de Madariaga, o las ayas españolas Juanita Labajos y Ascensión Díaz, que educaron a los monarcas marroquíes durante su infancia. 

 

Todo ello lo engarza en el paisaje de un país que invadió en 1975 el Sáhara Occidental y que desde entonces explota sus riquezas. No sólo los conocidos fosfatos, sino también las arenas del desierto, un componente fundamental en determinados componentes indispensables para nuestra vida y que son, según Pardo, el bien más escaso después del agua. Esta explotación le da pie para criticar, velis nolis, no sólo la ocupación militar de la última colonia africana, sino la colusión entre la corona marroquí y los capitalistas locales y extranjeros -algunos de ellos españoles-, al punto de que de las 35 empresas del IBEX dieciséis tienen negocios en Marruecos y muchas de ellas en el Sáhara ocupado. Súmese a ello una demoledora visión de la satrapía alauita, en la que refleja la contradictoria personalidad de Hassan II, capaz de derrochar una inagotable generosidad con quienes le salvaron la vida y de una crueldad sin tasa contra los que consideró sus enemigos, aunque fuera por vía colateral (además de Ben Barka, la familia Ufkir, encarcelada durante muchísimos años en prisiones cada vez más inhumanas, como la de Tazmamart)

 

En realidad, Urbano -es decir, Pardo- confiesa que quiso escribir su novela “para defender a los saharauis” y, en efecto, así lo ha hecho, pero le ha salido algo mucho más complejo: el retablo de un país en el que impera la corrupción, el favoritismo y un feroz neocolonialismo, lacras que cuentas con numerosas complicidades tanto dentro, como fuera de sus fronteras.


 

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