“Muerte de un viajante”, el regreso de un clásico del siglo XX

Ahora ha tomado el relevo Imanol Arias con la colaboración de un excelente reparto en el que aparece asimismo su hijo Jon como uno de los vástagos del viejo Loman. En Muerte de un viajante subyace una crítica feroz del sistema de valores basado en el sueño americano y, por ende, en la ética del triunfo, que aparca ineluctablemente a todos aquellos que pierden la eficacia en conseguirlo y les segrega desde el mismo momento en que dejan de ser competitivos y rentables económicamente.

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Catalunyapress viajante

 

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Muerte de un viajante fue considerada durante cincuenta años la obra más importante del siglo XX” comentó Josep Maria Pou, director del Teatro Romea, en la presentación del montaje de este texto dramático de Arthur Miller que, estrenado a finales de los años cuarenta, ha pasado a ser considerado como un texto clásico del teatro contemporáneo. Y ello tanto por la vigencia de los problemas que planteaba el autor estadounidense, como por la fuerza dramática del texto. Todo un reto para cualquier actor que pretenda volver a encarnar la figura del representante de comercio Wily Loman, papel que ha sido interpretado por destacadas figuras de la escena como fue el caso de Carlos Lemos, quien lo en 1952 bajo la dirección de José Tamayo en una versión que contó con la presencia como actor secundario de Paco Rabal. Ahora ha tomado el relevo Imanol Arias con la colaboración de un excelente reparto en el que aparece asimismo su hijo Jon como uno de los vástagos del viejo Loman.

 

En Muerte de un viajante subyace una crítica feroz del sistema de valores basado en el sueño americano y, por ende, en la ética del triunfo, que aparca ineluctablemente a todos aquellos que pierden la eficacia en conseguirlo y les segrega desde el mismo momento en que dejan de ser competitivos y rentables económicamente. Implica, por ello, una descalificación meridiana del capitalismo más inhumano, sistema que nunca ha dejado de tener vigencia -y de ahí la intemporalidad del texto de Miller- aunque también hay que decir que algunos de sus perfiles se han ido atenuado aparentemente y que, en todo caso, reflejan hoy en día una realidad más propia de la sociedad norteamericana que de la europea. El texto dramático adquiere también un valor testimonial en lo que respecta al papel vicario que el autor confirió a Linda, la esposa/madre, caracterizado por la sumisión al varón, sea éste su marido o sus hijos, que resulta hoy acaso más obsolescente, al menos por estos pagos.

 

Nada ello hace perder fuerza a Muerte de un viajante, un verdadero drama que deviene en tragedia y para el que el director Rubén Szuchmacher ha contado con un elenco de campanillas. Imanol Arias borda un interpretación pletórica de los matices que le exige la caracterización de Loman padre, un individuo que accede a la vejez para constatar el fracaso de su peripecia vital, tanto desde el plano económico y profesional, como desde el punto de vista familiar, porque no sólo no ha conseguido asegurar una jubilación digna, sino tampoco educar adecuadamente a sus hijos. Hemos mencionado a Jon Arias y es de justicia reconocer que interpreta el rol de Biff Loman de forma sumamente convincente, aunque no le van a la zaga Carlos Serrano Clarck, el otro hijo/hermano del protagonista, ni tampoco Cristina de Inza, obligada a encarnar a la madre constantemente humillada y obligada a callar por un marido, aún en su ocaso, autoritario y machista.

 

Muerte de un viajante resulta una experiencia alentadora porque supone el reencuentro con un teatro de indiscutibles calidades literarias e innegable fuerza dramática montado, interpretado y ejecutado como debe ser, con toda su fuerza, pero sin efectismos gratuitos, utilizando dicción cristalina e inteligible y con pleno dominio de la escena.

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