Una normalidad exclusiva

Pilar Gómez
Psicóloga clínica y psicoanalista

La restricción creciente del concepto de normalidad y la patologización de la vida cotidiana son un correlato, en lo subjetivo, de la criminalización de la respuesta al conflicto provocado por el malestar social. En este blog un grupo de profesionales de la salud y territorios aledaños abrimos un espacio de análisis, reflexión y debate sobre aquellas cuestiones de nuestra experiencia que tienen interés para el público. 


Una normalidad exclusiva


Cuando uno dice que lo suyo es lo normal y lo del otro es raro se está comportando de manera perfectamente normal, si por normal entendemos algo que sucede con frecuencia: en este caso dar por bueno que lo propio es lo normal. Cruzar el umbral que permita dar lugar a la normalidad de lo ajeno - esto es lo normal para mí, pero hay otras normalidades- no está al alcance de todo el mundo.


Se ve en todos los ámbitos de la vida, Rajoy se decía el representante de la gente normal, en Catalunya muchos reclaman "ser un país normal" aunque la cuestión, desde luego, no queda limitada a la política. La normalidad es un tema recurrente a lo largo y a lo ancho de las conversaciones: tal o cual comportamiento, sentimiento, actitud, idea... ¿son o no normales?


Del modo de vestir, de las opiniones sobre cualquier cosa opinable, de las palabras dichas, de las elecciones sexuales, de las religiosas, de los deseos, de los actos, de los sentimientos, de las emociones, de las relaciones con los otros, de las relaciones de los otros...se debate constantemente sobre la normalidad o su falta. Todo ese hablar va tejiendo un campo, siempre cambiante, que constituye lo que se entiende por normalidad en tal momento y tal lugar, en casa y fuera de ella, en lo privado y en lo público.


La mayoría de las personas creen que lo normal es lo suyo, que lo que merece el calificativo de normal se ajusta a aquello que ha constituido la normalidad en sus vidas. Claro que son muchísimas también, entre ellas, las personas que admiten, fácilmente o con dificultad, la existencia de otras maneras de vivir que la propia y no se producen mayores problemas.


Por el contrario cuando alguien pretende que su normalidad es la normalidad está actuando, por de pronto, como una persona ignorante.


Es un hecho que la normalidad es un territorio repleto de leyes mutantes: lo que una mayoría aprecia hoy como normal fue, sin duda, algo ofensivo o hiriente para algunas de las mayorías de ayer; esta inconstancia de las normas se constata hablemos de lo que hablemos : de la infancia a la vejez, del lugar de las mujeres y de los hombres en la sociedad, del modo de organización de las familias, del papel de las enfermedades en la cultura, del lugar de la religión, del de la sexualidad, del de la muerte, de la separación entre lo público y lo privado....


No existe a lo largo de la historia un ámbito humano en el que se pueda observar ninguna fijeza en los contornos que dibujan lo que se entiende por normal. La normalidad es mutante, es móvil, se dibuja como un campo elástico y dinámico, de bordes variables, nunca puede ser encerrada en un perímetro rígido. La normalidad es un tejido vivo que va mutando incesantemente y se construye por consenso, lo que implica una dinámica de múltiples choques y un sinfín de fricciones.


A pesar de ello la historia nos enseña que siempre ha habido grupos y sujetos dispuestos a constituirse como representantes de lo normal, o mejor dicho: siempre ha habido grupos e individuos que han tratado de imponer - y muchas veces lo han logrado- su representación del mundo como la que hace norma para todos. Cuando eso sucede, cuando lo que representa la normalidad para un grupo se transforma en la norma que debe acatar la totalidad, lo que se instala es un funcionamiento totalitario. El totalitarismo conlleva tratar mal a los que queden afuera: no son normales, y por esa lógica, tal o cual diferencia respecto a la norma dominante podrá ser declarada desde enferma hasta criminal.


Si hasta ahora la cuestión de la apropiación de la normalidad se planteaba, como hemos visto más arriba, en términos sociales, ahora se plantea la posibilidad de apoderarse también de la normalidad de la personalidad de los individuos. Una normalidad exclusiva y, por eso mismo, excluyente.


Hoy en día tenemos a la vista como el lobby farmacéutico trabaja sin descanso para influir en la opinión pública, en una maniobra que le garantice aumentar sus enormes ganancias. Según este diario la industria farmacéutica es, entre las grandes industrias, la que acumuló mayores ganancias el año pasado y dedica tanto dinero a la investigación médica como a mantener gabinetes de comunicación e imagen, a influir entonces.


Se influye por muchas vías, claro, pero nos detendremos en una: la medicalización de la vida cotidiana que es aquel fenómeno por el cual situaciones, momentos y sentimientos vitales perfectamente normales pasan a ser considerados como patológicos, susceptibles entonces de ser diagnosticados como transtornos y tratados con medicamentos.


No seas tímido porque te dirán que padeces una fobia social; pero no seas tampoco muy expansiva porque igual te atribuyen alguna categoría de transtorno por impulsividad; anda inalterable por la vida, ni te alces ni te caigas, tú, al baño maría y esquivarás, quizá, alguna categoría de transtorno de bipolaridad; cuando el vecino te diga que la nena, la tuya, debe tener TDH y que hay unas pastillas que van muy bien - mientras la nena se desgañita y se agota en una rabieta es-pec-ta-cu-lar- dile que vale, gracias, y sal rápidamente, porque el día menos pensado podrían intervenir las autoridades para: a) obligarte a darle la pastilla, b) llevarse a tu hija a una institución. No es ciencia ficción, sucede y ha sucedido así en USA, un universo cercano donde las farmacéuticas tienen tanto poder que hasta se pueden ver anuncios de antidepresivos, fármacos potentes, en el metro.


La normalidad es rara y no es patrimonio de ningún grupo humano. La rareza, lo extraño está en cada uno de nosotros y siempre encuentra la manera de presentarse. Por eso lo que haga norma puede ser tan diverso, y aún opuesto, según el tiempo y el lugar que pongamos en observación. Patologizar lo normal lleva a estrechar - y está pasando- el territorio de la normalidad y supone una peligrosa pérdida de libertad. La embestida del lobby farmacéutico es un ejercicio totalitario que pretende imponer un ideal: un sujeto estable, equilibrado, ni muy muy, ni tan tan, callado y contento, se podría decir. Que soporte la exclusión, la injusticia social, el abuso de las grandes corporaciones, los modos mafiosos en la política..., un consumidor intoxicado, no una persona con derechos y libertades y la inteligencia despierta, percibida correctamente como una amenaza para el sistema por ese simple hecho.

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