'Hasta su total exterminio', un estudio sobre la guerra antipartisana del franquismo

Arnau Fernández Pasalodos ha investigado un tema que se había estudiado solo parcialmente
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Libro hasta su total exterminio 1600 1067

 

Aunque oficialmente la guerra civil española finalizó el 1º de abril de 1939, en realidad tuvo una larga continuidad con la acción de las guerrillas partisanas. “Hay -dice Arnau Fernández Pasalodos, autor de “Hasta su total exterminio. La guerra antipartisana en España, 1936-1952” (Galaxia Gutenberg)- muchos libros sobre las guerrillas, pero todos parciales, por provincias o municipios y siempre desde la perspectiva de los guerrilleros, olvidando su contraparte: la Guardia Civil”. 

Con el fin de tratar de ofrecer la imprescindible visión de conjunto decidió realizar una tesis doctoral sobre dicho tema. Independientemente de su interés estrictamente profesional hubo también una razón de carácter personal: “Mi bisabuelo materno, que era pastor, actuó de enlace con la guerrilla para traer metralletas de Francia, pero la Guardia Civil se enteró de lo que hacía y le aplicó sumariamente la «ley de fugas» en la misma puerta de su casa y delante de su familia. Cuando yo era niño y preguntaba a mi abuela, que murió en 2016, por su padre siempre me decía que le habían matado en la guerra sin dar más detalles. Con el tiempo me enteré de lo que había ocurrido y creo que ese trauma familiar fue el origen de mi profesión de historiador”. Fernández Pasalodos fue además un doctorando atípico puesto que no disfrutó de ninguna sinecura universitaria. “Hice mi investigación mientras trabajaba en Ikea, por lo que tenía que organizar mis visitas a archivos durante el tiempo de mis vacaciones”. 

No ha sido un trabajo fácil puesto que, cuando recurrió a la Dirección General del Instituto, que depende del Ministerio del Interior, le permitieron consultar expedientes de servicio de los guardias, pero no los partes operativos, que son lo verdaderamente importante. “Me dijeron que no existían o no se habían conservado, cuando yo sabía que otros compañeros sí habían tenido acceso a ellos ¿Fue una ocultación deliberada o falta de transparencia? Quién sabe. Pero por el hilo se saca el ovillo. Lo que no encontré en la Dirección General lo hallé muchas en comandancias de zona o en archivos provinciales en los que había copia de esos documentos sobre correrías, emboscadas, apostaderos… que en Madrid me dijeron que no existían. Por el contrario, no tuve ningún impedimento en consultar los archivos militares que dependen de Defensa y que me fueron muy valiosos porque en los expedientes de los consejos de guerra se encuentran muchos datos (identidades, métodos operativos, etc.) y documentos: desde cartas personales hasta un brazalete republicano manchado en sangre”.

Todo historiador trata de completar la información documental recurriendo a los testimonios personales. “El problema es que prácticamente todos los que participaron en aquella lucha han muerto. Hay, eso sí, memorias, casi todas escritas por guerrilleros, pero poquísimas deposiciones de guardias; yo no he conseguido más de media docena. Además, muchos familiares de éstos son reacios a hablar o a facilitar la documentación que hubieran podido conservar”.

Y ¿el título? “No es casual. A diferencia de la guerra civil de 1936 a 1939 durante la cual hubo un procedimiento de depuración establecido y un reconocimiento formal de que se trataba de un combate entre dos ejércitos, en la lucha antipartisana no se guardó ninguna consideración y a los guerrilleros se les negó la condición de combatientes. No eran más que bandidos a los que había que eliminar. Fue una verdadera guerra de exterminio, tal y como se reconoció en los propios documentos oficiales, lo que la hace equiparable a nivel cualitativo -aunque no cuantitativo, claro- a la de los nazis en los países que invadieron. En consecuencia, no se escatimó ninguna violencia, lo que provocó con frecuencia una espiral de sometimiento, manipulación y radicalización y casos verdaderamente sanguinarios como el de un tal Rafael Caballero Ocaña que llegó a general y del que decían «que cuando pasaba un día sin matar a alguien se ponía enfermo». Pero también hubo otros de piedad, con una vertiente humana que era desconocida y he tratado de recoger, como la de ciertos guardias que no querían matar y disparaban al aire para avisar de su presencia a los guerrilleros con el fin de que pudieran huir”. O el caso del guardia Teodoro Conde que “fue acusado de haber dejado escapar al guerrillero Cencerro, al que conocía desde la infancia”. Y es que “en bastantes casos los integrantes de los bandos en liza se conocían como el guerrillero Juanín y el cabo José García Gómez, compañeros de escuela”. No fue inhabitual “el sistema «vive y deja vivir» (que) llegó a estar tan extendido que la dictadura se dio cuenta… las informaciones sobre la escasa combatividad de la Guardia Civil en algunas regiones terminaron llegando al despacho de Franco”.

Además, como dice el autor de “Hasta su total exterminio”, no se conoce cómo vivieron estas campañas los miembros del Instituto: “Las condiciones de vida de los guardias civiles es una de las caras ocultas de la lucha antiguerrillera”. Y cita estrés, alimentación precaria, enfermedades mentales, inexistencia de cobertura sanitaria, amén de los riesgos de la propia guerra por lo que las víctimas habidas entre los guardias alcanzaron una media de 125 anuales entre 1943 y 1952 mientras que entre los guerrilleros considera que la global superó los 8.000.


 

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