La sociedad victoriana reflejada por Frances Hodgson ('La formación de una marquesa')
La narrativa es fiel reflejo de la época en que fue escrita y la obra de la escritora británico-estadounidense Frances Hodgson Burnett constituye un curioso retrato de la estratificación social, los valores y el ambiente de las clases privilegiadas, así como el papel de la mujer en la sociedad británica a caballo entre los siglos XIX y XX, es decir, la sociedad victoriana que tenía un pie puesto en las islas y el otro en la India. Buena prueba de ello es “La formación de la marquesa”, una novela de dicha autora que recupera Ediciones invisibles y cuya lectura resulta a estas alturas fascinante, por no decir tremendamente provocadora.
Hodgson crea un personaje que hoy parece extemporáneo, el de Emily Fox-Seton, mujer de buena cuna pero parvos medios económicos, que trata de subsistir ejerciendo como persona de confianza de señoras principales cuyo favor gana merced a su disponibilidad, buen trato y excelente gusto. Logra conocer al marqués James Walderhurst, un viudo cincuentón y sin hijos pretendido por numerosas jóvenes casaderas, pero que acaba encontrando por azar en la desvalida señorita una segunda esposa complaciente a la que saca de la miseria y eleva a la condición nobiliaria, aunque tal decisión provoca los celos de cierto pariente que ve esfumarse sus derechos sucesorios en el título y las riquezas del acaudalado personaje.
Dicen los editores que esta novela empieza como “La Cenicienta” y acaba como “Rebeca” y la definición es atinada. En efecto, lo que al principio tiene todas las trazas de ser una novela romántica, se va complicando con la llegada de la India los parientes lejanos y preteridos del marqués, a los que acompaña un siniestra sirvienta nativa, maestra en pócimas y encantamientos y dispuesta servir a su ama utilizando toda suerte de artimañas, de tal modo que lo que parecía un relato feliz se complica hasta el punto de convertirse en cierta medida en una novela de intriga que, dicho sea de paso, acaba felizmente como debe ser.
Hay que leer “La formación de la marquesa” procurando ir más allá del eje argumental propiamente dicho que no tiene excesivo interés y tratar de ir detectando cómo subyacen en la narración los esquemas mentales propios de la época y, en particular, los de la sociedad privilegiada. De ahí que la heroína, es decir la protagonista, sea una mujer intuitiva sí, pero poco inteligente, buena al punto de parecer ingenua, si no tonta, que proviene “de un mundo donde el matrimonio no tenía mucho que ver con el enamoramiento” (aunque ella acabe enamorada hasta las cachas de su marqués), capaz de ruborizarse por cualquier motivo, fiel cumplidora de los convencionalismos sociales, que dedica su jornada “a los deberes y placeres femeninos”, se mueve en un mundo en el que toda joven de buena familia aspiraba -ella también- a estar «establecida», es decir, casada con un hombre de posibles y cuyo mayor encanto debe ser el de “ofrecer cenas decentes”. Tales rasgos permitían desenvolverse adecuadamente en una sociedad en la que “ya nada es moral o inmoral”, aunque “las personas sin dinero deben ser decentes”, mientras que quienes lo poseen debe tener en cambio “buenos modales” porque si los hay “no incumples los diez Mandamientos”.
“La formación de una marquesa” debe leerse con plena conciencia del momento en que fue escrita y publicada, habida cuenta que el universo que describe es copernicanamente distinto, si no opuesto, al actual, y desafía todos los valores hoy generalmente aceptados, muy en particular los referidos al papel de la mujer. Sin este prudente distanciamiento puede provocar mucho más que mera sorpresa, acaso reacciones indignadas, cuando no iracundas.
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