'A fuego': la genialidad en la simplicidad de un monólogo
Con el fin de crear sinergias y aprovechar al máximo la disponibilidad de los espacios teatrales en los días en que la compañía en cartel libra, las empresas programan funciones pensadas para cubrir tales huecos en su programación Suelen ser espectáculos aparentemente de tono menor, montaje sencillo -para no estorbar el de la obra principal- pero que no por ello dejan de producir sorpresas, con no poca frecuencia gratas. Tal el caso de la que ha dado de nuevo Pablo Macho Otero con “A fuego”, título que se incorpora durante algún tiempo a la cartelera de La Villarroel los dos primeros días de la semana.
“A fuego” es un espectáculo de producción propia, puesto que el interfecto no solo es el autor del texto, sino también único intérprete y, a la vez, su propio director, si bien en esta última tarea con la colaboración de Emma Aquillué. Se trata, sin duda, de una obra peculiar y ello por varias razones. En primer lugar, porque técnicamente es un monólogo, aunque también lo es el hecho de que obliga al actor a dialogar con sí mismo, doblándose para ello en determinados momentos en más de un personaje y tratando de dar verosimilitud a voces sucesivas e intercaladas. Macho Otero lo ha escrito, además, en verso, detalle no precisamente banal en unos tiempos en que la prosa parece dominar en exclusiva los escenarios. El autor lo justifica con estas palabras:
“Me dicen: «Es que la prosa
es mejor para el teatro.
Y gatos te vendrán cuatro,
si sigues con esa cosa».
Unos que la rima aburre,
otros que el verso está muerto.
Por deshacer el entuerto,
digo lo que se me ocurre:
que no porque algo sea viejo
dejará de ser moderno,
y hoy parece sempiterno
lo que mañana es añejo.
La prosa no siempre es buena,
ni el verso menos real.
Hay prosa muy natural
que es tan mala que da pena.
El verso es como la magia:
claro que es artificial,
pero en ámbito teatral,
el hechizo te contagia”
Nada que objetar a esta divertida digresión con la que Macho Otero justifica su trabajo literario que, como puede comprobarse, no se trata un verso florido y poético, de honda profundidad literaria, sino que recurre con habilidad el retruécano y la cacofonía a base de pareados sencillos, pero la vez muy efectistas, que recuerdan de alguna manera la versificación de Muñoz Seca y otros autores de la antigua astracanada. Y, en tercer lugar, predomina el tono marcadamente humorístico que pretende -y lo consigue-, despertar la hilaridad del público sin renunciar por ello a incluir nada subliminalmente la crítica de ciertos vicios sociales muy arraigados, el principal de todos la obsesión de los humanos por dejar huella a la posteridad de nuestro paso, algo que el autor aplica a partir del ejemplo de Heróstrato, pastor de Éfeso y responsable del incendio del templo de Artemisa, una de las maravillas del mundo antiguo.
El autor articula esta referencia con sentido crítico y acentuando con habilidad el histrionismo y la desmesura expresiva del texto, parodiando situaciones y personajes -también a sí mismo, cuando hace como si se hubiera quedado “en blanco”, el terror de todo intérprete-, y creando momentos de aparentemente inspirada espontaneidad pero que son sin duda fruto de un denodado trabajo actoral, por cierto extenuante. Con todo ello no es difícil colegir que “A fuego”, que hace de la simplicidad un ejercicio de genialidad, resulte una propuesta lo suficientemente atractiva como para justificar que también vayamos al teatro, aunque sea en lunes o martes.
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