La vida de Elena Fortún, la más famosa autora española de literatura infantil
Fue mi hermana Isabel la que me entregó, cuando no era más que un niño, unos viejos libros suyos que habían hecho las delicias de su infancia y cuyos protagonistas se llamaban Celia y Cuchifritín. Eran los protagonistas de toda suerte de divertidas aventuras que nunca he dejado de recordar y que trasmití a mis propias hijas. Aquellos viejos textos, ya casi centenarios, dieron lugar también a una serie de televisión y siguen aún editándose para disfrute de las nuevas generaciones, aunque su autora hace tiempo que nos dejó tras una vida llena de éxitos, pero también de sinsabores. Se llamaba Encarnación Aragoneses, aunque todo el mundo la recuerde por su seudónimo literario de Elena Fortún.
Un seudónimo que, por cierto, fue idea de su marido Eusebio Gorbea, militar profesional por designio paterno y escritor traumatizado por el éxito literario de su mujer, tal como explica María Montesinos en “Te llamaré Celia” (B), biografía novelada de la autora madrileña. Destinada a ser esposa sumisa y madre de familia a tiempo completo, encontró en la literatura una forma de autoafirmación y de liberación y demostró especial sensibilidad en reflejar el universo infantil de forma completamente distinta a la de los autores convencionales. A diferencia de estos, empeñados en escribir historias almibaradas y cargadas de moralina, Encarnación/Elena supo describir las aventuras de unos personajes de carne y hueso, imaginativos, pletóricos de vitalidad y frescura, que se manifestaba en su desparpajo y travesuras, pero también en su ingenuidad (inspirados, por cierto, en la pequeña Ponina que conoció en Tenerife y en una familia vecina de su domicilio madrileño) y que hicieron las delicias de sus lectores, no todos ellos niños.
Su dedicación a la literatura se inició accidentalmente en la prensa tinerfeña en el período en que Elena y su marido vivieron en Santa Cruz, pero obtuvo su consagración cuando Torcuato Luca de Tena le contrató para colaborar primero, y dirigir luego, el suplemento infantil de la revista Blanco y Negro titulado Gente Menuda, que el editor Aguilar transformó luego en sucesivos libros.
La peripecia de Elena se enmarca en torno a varios aspectos. Por una parte, el personal y familiar, condicionado tanto por la tragedia de la muerte prematura de su hijo menor Bolín, como por un matrimonio sin amor con un marido depresivo; a lo que cabría añadir el paulatino descubrimiento de una sexualidad homoerótica, que le llevaría a establecer un relación feliz, aunque condenada a la imposibilidad de consolidarse, con la también escritora y grafóloga Matilde Ras. Entrelazado con este último rasgo aparece el otro aspecto de su personalidad y es el de su militancia feminista como miembro de Lyceum Club de Madrid, punto de encuentro en el que tuvo ocasión de conocer a las figuras femeninas más destacadas de su generación María (Lejárraga, Zanobia Camprubí, Victorina Durán, María Baeza, Carmen Baroja, Victoria Kent y un largo etcétera) Finalmente cabe citar también su interés por la teosofía, con la que intentó reencontrarse con su hijo Bolín, aunque al final de su viuda recuperó la fe de su infancia.
Montesinos es fiel a los datos biográficos de Encarnación Aragoneses, pero sabe completarlos imaginativa y elegantemente con una prosa que alcanza momentos de indiscutible brillantez (el primer capítulo nos parece particularmente inspirado) Reivindica el valor de una escritora que permaneció en buena medida oculta tras su propio seudónimo o acaso también como consecuencia de la sencillez y carencia de vanidad de su carácter y a que, pese a todo, nunca renunció tampoco a la condición de madre e incluso de esposa de un marido que tuvo triste final. Mujer sobrepasada, sin duda, por sus propios personajes, del principal de los cuales le hace decir la autora: “de mí pueden olvidarse si quieren, no me importa. Solo espero que se queden con Celia para siempre jamás”. Así ha sido.
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