Mindelo, “La Medialuna de África”

Primera parte: de los Pirineos a la Isla de San Vicente
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Abróchate el cinturón, volamos a Mindelo. Si quieres vivir lo que se ve y se siente al aparecer el Archipiélago de Cabo verde, te dejo mi asiento para que le eches un vistazo por la ventanilla. Pero para llegar a ese asiento privilegiado tienes que desplazarte desde la “República Independiente de tu Casa”, hasta el aeropuerto. En mi caso, y dado que mi reino se encuentra actualmente en los Pirineos, me planteé si ir al aeropuerto de Barcelona (230 km) o al de Lisboa (1.210 km). Mi furgoneta me visitó mientras dormía y me dijo: «Y yo, qué». El recuerdo de tantos viajes juntos, sin haberme dejado tirado en ninguno de ellos, hicieron que la balanza se inclinase a su favor. «Nos vamos a Lisboa», le dije. Entiendo que al lector le parezca ocioso o innecesario este apunte, pero, le diré que reflexione sobre cómo se puede tener una relación íntima con una “vehícula”, si solo te acuerdas de ella cuando la necesitas.

De Sort, en los Pirineos Hispánicos, a Lisboa, en Portugal. 1.210 km atravesando la Península Ibérica, en diagonal, de punta a punta | José Luis Meneses

Engalanada con un banderín que anuncia viaje y un ramo de jazmines blancos que ponen en valor la pureza, la elegancia y la tranquilidad, partí hacia Lisboa con mi Vito Campera antes de que el sol se levantara. Más contenta que un niño con un pirulí, utilizó uno de sus recursos para ponerme en el mejor estado de ánimo. Todo mi ser comenzó a deleitarse con The woyager de Mike Oldfield, mientras los kilómetros iban regalándome espectaculares paisajes de este maravilloso país en el que nos ha tocado vivir. Sin pausas, pero sin prisas para poder echar un vistazo a lo que se tercie, llegué a Lisboa al día siguiente entrada la noche. Ansioso por ver iluminada la Torre de Belém, en la desembocadura del río Tajo, punto de partida para marineros intrépidos, aparqué la Vito y solté amarras en mis sueños, para navegar con Vasco de Gama hacia la India. Él se quedó en Cochin, al sur de la India, y yo, regresé a Lisboa con las primeras luces del alba.

Lisboa es la capital de Portugal, un maravilloso país que siempre he visualizado como una pieza de ese puzle que es la Península Ibérica. En ella, vivieron íberos y celtas mucho antes de que naciese Cristo y de que se armasen “cristos” de todas las formas, colores y tamaños. Este vasto territorio ibérico de casi 600.000 km² está sabiamente delimitado, por estrategia divina, por los Pirineos, el mar Cantábrico, el océano Atlántico y el Mediterráneo. Cuando pones los pies sobre él, te sientes como en tu propia casa, salvo aquellos que se encolerizan al dejar de mirarse el ombligo, esa pequeña porción de la geografía corporal que se encuentra ligeramente por encima de bragas y calzoncillos. Dicho esto, para dejar claro dónde se encuentra uno en el “Reino de Este Mundo”, y sabiendo que solo disponía de un día antes de volar hacia Cabo Verde, me lancé a la ciudad como un poseso dispuesto a comerme la capital entera.

Una primera impresión sobre la capital se tiene desde lo alto de la torre del Santuario Nacional de Cristo Rey ,a la que uno puede acceder sin gritar “Viva la Gloria del Hijo de Dios” aunque la sienta. Desde sus cien metros de altura uno se hace una idea de la amplitud del estuario del Tajo y de la ubicación de los diferentes barrios de la ciudad. Se llega a través del Puente 25 de Abril, que nos recuerda, con sus más de 2 km de largo, los largos 48 años de dictadura de Salazar. Casi pude ver tanques y camiones atravesando el puente y soldados sobre ellos recogiendo los claveles que les lanzaban los lisboetas. Enfundándolos en los fusiles impedían la salida de las balas y se llegaba a la democracia sin haber disparado un solo tiro. Ya siento los primeros acordes de Grandola Villa Morena, de José Alfonso, himno de la Revolución de los Claveles. 

Tras abandonar un par de lágrimas que había traído en mis ojos desde los Pirineos, a cara descubierta, no escondido en un maletero, me dirigí al centro para aprovechar las pocas horas que quedaban antes de emprender el vuelo. Me acerqué a la Catedral, a la Plaza del Comercio, al Barrio Alto, al Monumento de los Descubrimientos y, al anochecer, volví a la Torre de Belém. Pasar la noche en este lugar es algo que no supera un hotel de cinco estrellas. Con un café con leche y pasteles de Belém me despedí de mi compañera de viaje. Nos despertamos, ella, se quedó, protegida de las inclemencias del tiempo y de los rateros callejeros, en un aparcamiento junto al aeropuerto y yo, cogí un vuelo de la compañía Cabo Verde que despegó hacia Mindelo. 

El archipiélago de Cabo Verde se encuentra frente a la costa de Senegal, en el África Occidental. Algunas islas, como Sal, son llanas y arenosas, y otras, montañosas y volcánicas, como la isla de Fogo o Santo Antao. Si uno dispone de tiempo, hay ferris que conectan unas islas con otras y, si están cerca, se puede ir y volver el mismo día. El archipiélago fue descubierto y colonizado por los portugueses en el siglo XV y se independizó de Portugal en 1975. De ahí su idioma oficial, el portugués, aunque compite con él, el criollo caboverdiano. La capital de Cabo Verde es Praia, se encuentra en la isla de Santiago y en su playa más importante, Tarrafal, puse punto final a mi novela Ciriaco que publiqué en 2013. Como todavía queda en este mundo alguien pendiente de leerla, no haré comentario alguno sobre el desenlace de esta importante obra de la literatura universal, dicho sea de paso y con la modestia que me caracteriza en todo momento.

San Vicente es una de las 10 islas del archipiélago de Cabo Verde. Se encuentra a Barlovento, de cara a los dominantes vientos alisios y del oeste que procuran un clima templado todos los meses del año. El vuelo directo dura algo más de 4 horas y el precio de ida y vuelta este mes de mayo puede salir por poco más de 200 € desde Lisboa y con flexibilidad de fechas (Skyscanner.es). Desde otros aeropuertos y con fechas fijas podría superar los 1.000 o 1.300 € (Rumbo.es). En cuanto al alojamiento, los precios pueden oscilar entre los 25 y los 80 € noche. En mi caso estuve alojado en el Royal Mindelo, con un precio intermedio y muy bien situado en la ciudad. Si a eso le sumamos que el edificio armoniza con la típica arquitectura caboverdiana, que la atención es natural sin servilismos, que el dueño es español y que Cesária Évora te mece en la cuna con sus canciones, no tengo intención de cambiar de alojamiento cuando vuelva a Mindelo.

Llegados a este punto, uno se pregunta, ¿qué hacer en Mindelo? Si tu interés es única y exclusivamente tumbarte en la playa, creo que es mejor hacerlo en la isla de Sal, a la que viajan miles de turistas europeos en cualquier estación del año. Eso no quiere decir que, en la isla de San Vicente, de haberlas haylas, y en algunas de ellas puedes estar tan solo como el palo de la “una” en la esfera de un reloj. La más frecuentada en Mindelo es la de Laginha, una hermosa y extensa playa de aguas turquesas que se desnudan de colores al alcanzar la cálida y fina arena blanca de la orilla. Los niños juegan en las apacibles aguas todos los días del año, todas las horas del día, desde que amanece hasta cuando el sol se pone con majestuosidad frente a ella. En una de mis próximas vidas, naceré y moriré mirándola, como cantó Demis Roussos en Morir al lado de mi amor, «…me dormiré, mirándote…».

Si olvidaste el bañador en casa puedes disfrutar de ese espectáculo en “pelotas”, pero no en Laginha, sino en otras playas de la pequeña isla de San Vicente.: San Pedro, Salamansa, Bahía das Gatas, Calheta Grande, Tropo… Puedes llegar a ellas con unos minibuses que parten de la Plaza del Mercado Estrela de Mindelo cuando se ha ocupado el último asiento. Para combatir la impaciencia, uno puede distraerse dando una vuelta por la plaza llena de tenderetes con productos de todo tipo y, si la espera se alarga, acercarse al Mercado del Pez que se encuentra en una esquina de la plaza. Si quieres hacerte una idea del quehacer cotidiano de los caboverdianos, de lo que comen y beben, no hay nada como viajar con sus verduras, carnes, pescados y frutas que embriagan los sentidos y llenan de colores y olores hasta el rincón más escondido del habitáculo.

Al atardecer, un caminar sosegado por el largo paseo marítimo que recorre de punta a punta “La Medialuna de África” hace que se despierte el apetito. Llegado ese momento, se plantea la disyuntiva de dónde disfrutar con el plato nacional, la cachupa o con cualquier plato de pescado fresco recién traído de la mar. El dilema está en escoger entre los numerosos restaurantes de la localidad. Con cachupa y música caboverdiana: morna, coladeira, funaná… «mato dos pájaros de un tiro», me digo mientras se activa en mi mollera imágenes del Movimiento de Liberación Animal, tan ocupado estos días con el tema del maltrato a los toros, gatos o con las animaladas de los políticos. La Pérgola, junto al mural de Cesária Évora, el Nautilos en el paseo marítimo, son buenas opciones, pero hay otras para el resto de las noches que estés en Mindelo.

Voy cerrando esta primera parte sobre el viaje a Cabo Verde con un vocablo que define e identifica el carácter de sus habitantes: “morabeza”. Esta palabra reúne valores como la amabilidad, la cortesía, la hospitalidad, el respeto, la tolerancia…. Es el mensaje que quieren enviar al mundo sobre ellos, sobre lo que son y lo que hacen, sobre su país. Ello me lleva a pensar en el nuestro, en nuestra gente, en nuestros políticos y llego a la conclusión de que unas clases de “morabeza” no nos irían mal a ninguno de nosotros. Para ser más preciso, diría que los políticos necesitan un curso intensivo y aquellos que no superen el examen, que abandonen el escaño o el asiento en la administración o en donde se encuentren apoltronados.

En la segunda parte de este artículo sobre Cabo Verde, entraremos en materia sobre Mindelo: lugares de interés, vida cotidiana, costumbres… También viajaremos a la isla de Santo Antao, a una hora de navegación desde Mindelo. Es la isla más fértil del Archipiélago de Cabo Verde y mejor valorada por los senderistas y por todos aquellos que encuentran en la naturaleza el mejor antídoto contra el estrés y la estupidez. Espero, de nuevo, que el artículo, las fotografías y el vídeo que acompaño sean de vuestro agrado.

Mindelo, “La Medialuna de África”. Isla de San Vicente, Cabo Verde. Primera parte

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