¿Quién puede psicoanalizarse?

Pilar Gómez
Psicóloga clínica y psicoanalista

Bertha Pappenheim Anna O

Bertha Pappenheim, "Anna O."


Me han hecho más de una vez la pregunta que titula el post y he dado siempre la misma respuesta: puede psicoanalizarse cualquiera que pueda hablar.


Hubo una época -no la de los pioneros, que se atrevían con todo- en la que las instituciones psicoanalíticas requerían que las personas que consultaban cumplieran con determinados criterios para ser aceptadas como “analizables”, criterios tales como la clase de padecimiento que sufriera el afectado -las psicosis afuera, por ejemplo-, la edad -nada de gente mayor- o suposiciones variadas respecto al pronóstico del sujeto, de eso hace mucho tiempo. Ignoro si rigen estos criterios u otros parecidos en alguna institución de las actuales, pero lo cierto es que es analizable cualquiera que pueda hablar.


Curarse hablando fue lo que llevó a Anna O. a bautizarlo como talking cure. Anna O. es la primera de las pacientes entre las que figuran -cada una de ellas con una sintomatología la mar de florida- en los Estudios sobre la histeria, la publicación inaugural del psicoanálisis que firman Joseph Breuer y Sigmund Freud en 1895.


Todavía no se llamaba psicoanálisis, eso vendría más tarde, en aquel tiempo Breuer había inventado el método catártico: hipnotizaba a sus pacientes y les incitaba a hablar libremente. Tampoco se llamaban psicoanalistas a sí mismos los autores que se refieren a sí en el prólogo como neurólogos. Firmaron juntos el volumen, aunque proponían etiologías distintas para los trastornos histéricos: Breuer les atribuía una causa neurofisiológica mientras Freud pensaba en términos afectivo-sexuales.


Anna O. tenía 21 años en el momento de la consulta a Breuer, podemos considerarla un caso clásico de histeria mayor, le pasaba de todo: padeció episodios de sordera, de ceguera, de parálisis en los brazos, en las piernas, períodos en los que le era imposible beber y comer, sufría también alucinaciones espantosas - serpientes negras reptando hacia su cama…- y padeció, por si fuera poco, episodios de parafasia, es decir de olvido de su lengua nativa con la consiguiente incapacidad de hablarla y entenderla, pero durante tales episodios sí que conservaba la capacidad para hablar y leer en inglés o en francés, aunque que dominara ambas lenguas un poco menos que su alemán natal.


Había sido una muchacha viva y despierta, hábil en las tareas de costura, una diestra amazona que, además de lenguas extranjeras había estudiado danza. Todo ello hasta los dieciséis años, a esa edad se acababa la educación de una muchacha judía de familia adinerada si esa familia era, como la suya, religiosa ortodoxa practicante. Enfermó de histeria tras encerrarse en casa una larga temporada para cuidar de su padre enfermo.


Alarmada la familia consultó a Kraft Ebbing -uno de los fundadores de la psiquiatría- y, por razones que desconocemos, Anna O. acabó recalando en la consulta de Joseph Breuer que se abocó con mucho interés al estudio del caso


Advirtió éste así que era fácil hipnotizar a la paciente a última hora de la tarde cuando ésta entraba habitualmente en un estado de somnolencia. Denominó momentos hipnóticos a esos lapsos temporales mientras que Anna O. hablaba de ellos como de la nube. Durante estos largos momentos Breuer la dejaba y hasta la incitaba a hablar permitiendo que siguiese sus propios desvaríos, que fuera devanando su propio hilo mientras él intervenía ocasionalmente.


Sucedió tras un año de tratamiento durante un encuentro a la hora vespertina, fue en uno de esos días en los que a Anna O. le era imposible beber, las náuseas se lo impedían y era alimentada con frutas para mantener la hidratación. Sucedió aquella tarde que a través del soliloquio oniroide se fue despejando la bruma, se abría paso un recuerdo que llegó a las palabras de Anna O. quien, con grandes manifestaciones de asco, le contó a Breuer del día en que su institutriz le había dado a beber agua. Agua del mismo vaso en el que había bebido su perrito - el de la institutriz- un animal que a la muchacha siempre le había producido repulsión.


Una vez relatado así el suceso desapareció el síntoma y pudo beber de nuevo. Ojo, no vale con el recuerdo para eliminar el síntoma, es necesario que se le conecte el afecto, advierten Breuer y Freud. Asco descomunal asociado al recuerdo emergente, para el caso.


Anna O. constató y enunció entonces que hablar de las experiencias traumáticas olvidadas resultaba terapéutico y de ahí lo de la talking cure. La parafasia seguía presente según parece, pero eso no menguaba el ingenio de la paciente a quien se le debe también otra afortunada expresión: chimney’s sweeping. Esa limpieza de la chimenea inaugura la prehistoria del psicoanálisis: el método -dejar hablar- era revolucionario en 1880 y, salvando todas las distancias que son ingentes, sigue siéndolo en nuestros días.


Anna O. es el seudónimo que oculta a Bertha Pappenheim, una joven vienesa que llegó muy lejos a pesar de sus primeras dificultades.


Fue una personalidad influyente en su época, una luchadora de vanguardia por los derechos de las mujeres y de los niños, fundó y dirigió un orfanato donde se acogía a los hijos de las prostitutas, fue enfermera y la primera asistente social reconocida en Alemania.


La grave histeria que padecía Bertha fue solo parcialmente curada por ese proto psicoanálisis inaugural, aunque seguramente la experiencia haya contribuido a la trama de una vida plena y productiva, una vida inimaginable si hubiera seguido atada a los lazos invalidantes de la enfermedad. Tuvo sus altos y sus bajos en esa vida, por descontado.


La terapia se interrumpió cuando Anna O. hizo un parto histérico dando a luz a un fantaseado hijo de Breuer. Éste, abrumado, abandonó entonces el caso y se desmarcó de las teorías de Freud.


Freud llamó psicoanálisis a su teoría y psicoanalistas a sus practicantes. Durante mucho tiempo estuvo solo en Viena practicando la disciplina y construyendo la primera teoría.


El psicoanálisis hizo sus primeras armas en Viena a finales del siglo diecinueve con pacientes como Anna O., personas todas muy trastornadas en el momento de la consulta. Lo mismo sucedió en Budapest, en Berlín, en Londres, en Zúrich, las ciudades donde lo practicaron los pioneros: Sandor Ferenczi, Karl Abraham, Ernst Jones, Karl Gustav Jung. Todos ellos se encontraron fundamentalmente con pacientes que llegaban a su gabinete o a su clínica tras una larga peregrinación por variadas consultas anteriores, gente desanimada y hasta desesperada por no encontrar alivio a sus males, tan incomprensibles para ellos como para Anna O. fueron los suyos. Habiendo pasado por un vía crucis de especialistas diversos esa extraña terapia donde se trataba de hablar aparecía como la última esperanza.


No se ven hoy en día cuadros histéricos de esa entidad, es una afección de otros tiempos. No es de sorprender, ya hemos visto en más de un post de este blog que hay enfermedades que son propias de la cultura de cada época, y hasta producto de la misma. Sí que tratamos normalmente con fenómenos histéricos -cefaleas, vértigos, mareos, frigideces, problemas de equilibrio, hormigueos en las manos, sudoraciones súbitas, nauseas, etc.- variantes atenuadas todo ello de esos cuadros suntuosos de la gran histeria.


No ha cambiado, sin embargo, el hecho de que haya pacientes que lleguen tras un periplo más o menos largo, más o menos arduo transitando de un especialista a otro: Recibimos, con relativa frecuencia, a personas que han dado muchas vueltas, han pasado por la psiquiatría, la neurología, por toda clase de psicologías, también por masajistas de reiki o de shiat-su, terapeutas con flores de Bach, psico-osteópatas, ginecólogos, médicos naturistas, sanadores con piedras o incluso videntes. De aquí para allá, de un especialista a otro, hasta encontrar un lugar en el que su sufrimiento puede ser dicho y es escuchado.


Muchos -no todos- encuentran ahí cura o alivio a situaciones y a síntomas que les han complicado la vida durante años, años de tratamientos farmacológicos, psicológicos, psicoterapéuticos y otras hierbas que se han revelado infructuosos. Por otra parte tampoco es raro que se acuse al paciente de no sanar, de modo que llegan algunas personas que además de vivir sufriendo se sienten culpables de su padecer.


Hablar de lo que les ha traído a la consulta es el primer paso para emprender un psicoanálisis, otros seguirán o no, depende de muchas cosas. Pero es seguro que ese primer paso está al alcance de cualquiera que pueda hablar.

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