Todos tenemos un concepto sobre la infancia porque todos los adultos hemos sido niños y hemos tenido familia. Los actuales padres y familiares del niño tienen un concepto sobre la infancia que en buena medida está determinado por su experiencia infantil. Esto también sucede con los profesionales de las diversas disciplinas que intervienen en infancia y familia. Pero en tanto profesionales que desarrollan una función se les supone y se les exige una formación conceptual sobre la infancia. Un concepto de infancia y familia que haga de guía para la comprensión y la intervención profesional.
Para los adultos no es tarea fácil vincularse con los niños. Básicamente porque no se trata de otro adulto, otro semejante a mi, con el que compartimos lenguaje y referencias generales. En el vínculo con el niño se hace patente que hay una diferencia entre el niño y el adulto, una diferencia que es importante reconocer para poder actuar en consecuencia. Es una diferencia que habla de dos universos simbólicos diversos, que tienen cada una significación propia. Es una diferencia que hace que la relación entre el adulto y el niño sea asimétrica.
Esta diferencia forma parte de las complejidades de la infancia y de los vínculos familiares. La característica más específica de la infancia es la dependencia del adulto. El niño nace y crece en el seno de los vínculos familiares y de un entorno social que le humaniza y socializa, vínculos en los cuales se cuida y se atiende las necesidades del niño.
Es una necesidad de la infancia que los adultos significativos de su entorno sitúen al niño en su condición de niño. Remarcar que hay cosas que son de adultos y no de niños, que hay unas particularidades de cada edad que determinan unas posibilidades y unas limitaciones, que hay cosas que corresponden a la infancia y otras que no. Esto es algo que ha de formar parte del cuidado del niño y de la protección de la infancia.
En la infancia de hoy en día los niños tienden a quedar expuestos a un exceso de estímulos tanto en el ámbito familiar como en el social. Están expuestos a una gran cantidad y variedad de ellos, a muchos inputs, justamente por la poca criba y la falta de discriminación por parte del adulto. A ello se agregan los estímulos y excitaciones ligados a los dispositivos electrónicos, a internet y a las redes sociales. Todo esto no es ajeno a la tendencia a la hiperactividad y a los problemas de atención en los niños del siglo XXI.
Para atender e intervenir en la infancia hay que poder comprender sus características particulares, las cualidades que la hacen especifica y diferenciada de otros momentos de la vida. Es necesario reconocer la enorme complejidad que tiene. Las dinámicas de cambio ligadas al crecimiento, la labilidad y la capacidad de transformación del niño, así como el hecho de que se trate de un sujeto en construcción hacen de la infancia algo muy complejo. A ello hay que sumar los cambios en las estructuras familiares y en la sociedad actuales, que introducen novedades y particularidades en los vínculos. De esto se deriva que adquirir un saber y una comprensión del niño y su familia es algo que lleva su tiempo.
Sin embargo, las conceptualizaciones sobre infancia que imperan y predominan no parecen atender suficientemente a las especificidades que venimos mencionando. Hay toda una corriente de profesionales y de instituciones preocupadas por una conceptualización que tiende a una excesiva simplificación a la hora de comprender y de intervenir en la infancia.
Con frecuencia se hacen valoraciones pedagógicas, valoraciones sociales, y diagnósticos psicológicos que poco tienen en cuenta a la familia y a los vínculos. Se tiende a clasificar, buscando las generalidades y lo que tienen en común con otros niños, más que a considerar las particularidades y las características subjetivas en un contexto familiar. Y con rapidez se le adjudica una etiqueta, que le marcará durante años, para aplicarles protocolos o procedimientos estandarizados.
Clasificar no es comprender. El objetivo es establecer un vínculo con el niño que permita saber sobre él, comprender algo de como es y de lo que le pasa, construir paulatinamente un saber que lleve a algunas conclusiones. Para ello habrá que atender e interactuar con el contexto familiar y social del niño, conocer los vínculos que establece, conocer su historia. Es este saber el que permitirá al profesional establecer un vínculo con el niño y tratarle de acuerdo a sus características y necesidades personales.
La formación de los profesionales de la red pública y privada de atención es una pieza clave en todo esto. Una formación que favorezca una conceptualización de la infancia que tenga en cuenta sus características específicas y la función de los vínculos familiares. Una formación que no sea estándar sino que se adapte a la función del profesional, que tenga en cuenta su experiencia, su saber, y sus necesidades.
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