En Barcelona, el bus espera al turista, pero deja tirado al local

Los servicios en zonas turísticas se refuerzan, pero en las residenciales se reduce

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Las reducciones de servicio de bus afectan a la población lcal y no al turista Foto: Europa Press

 

Mientras el transporte público de Barcelona bate récords de usuarios cada mes, el verano vuelve a evidenciar una desigualdad persistente: la prioridad de servicio se orienta hacia el turismo, en detrimento de quienes viven y trabajan en la ciudad. Agosto, con sus olas de calor y su aparente descenso de actividad, trae consigo una reducción significativa de frecuencias en las líneas de autobús de Transports Metropolitans de Barcelona (TMB), afectando especialmente a la población local.

Líneas como la 33, que conecta Zona Universitària con la Verneda, pasan de una frecuencia de cinco minutos en hora punta a quince durante este mes. Otras rutas que se alejan del centro, como la 63 (hasta Sant Joan Despí) o la 67 (hasta Cornellà), superan los treinta minutos de espera. En cambio, las líneas que recorren zonas turísticas —como las que van al Park Güell o a las playas— reciben refuerzos específicos, con más vehículos o unidades articuladas, según ha informado TMB.

Este desequilibrio no es casual. El Plan de actuación del Consorcio Turismo de Barcelona para 2025 prioriza la promoción cultural y la experiencia del visitante, con una inversión de más de 50 millones de euros. Aunque se habla de sostenibilidad y de “poner a las personas en el centro”, los ajustes operativos muestran una realidad distinta: el servicio se adapta más a la demanda turística que a las necesidades cotidianas de quienes siguen trabajando en agosto.

La situación se agrava en los barrios periféricos, donde las esperas prolongadas y las aglomeraciones dentro de los vehículos contrastan con la fluidez de las líneas turísticas. Mientras tanto, desde TMB se asegura que la reducción del servicio este verano ha sido menor que la del año pasado, aunque los horarios actuales se asemejan más a los de fines de semana o festivos.

La paradoja es evidente: en una ciudad que busca un modelo turístico más equilibrado, los ajustes en el transporte público siguen beneficiando al visitante ocasional por encima del residente habitual. En palabras del propio sector turístico, “no puede haber turismo sostenible sin anfitriones felices de vivir donde viven”. Pero en agosto, bajo el sol y esperando el autobús, la felicidad parece estar en otra parada.

 

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