El mandamiento olvidado en el agujero negro informativo
Ambas tradiciones aceptan que sin arrepentimiento no hay obligación de perdonar, pero insisten en no practicar una venganza sin límite y en ayudar incluso al adversario civil.
En la tradición judía, el perdón no es ingenuidad. La Torá ordena no vengarse y ayudar incluso al enemigo en apuros (Levítico 19:18; Éxodo 23:4–5). La Mishná y el Talmud añaden que el perdón exige que el agresor pida disculpas y repare el daño, y que negarse sin causa es una falta moral. Maimónides eleva la vara ética: perdonar incluso sin petición puede ser una virtud, aunque no una obligación.
El Islam comparte esta base. El Corán afirma: “La recompensa de una mala acción es una equivalente, pero quien perdona y se reconcilia, su recompensa está con Dios” (42:40). Y añade: “Responde con lo que es mejor, y aquel con quien tenías enemistad se convertirá en amigo” (41:34). Los hadices recuerdan que Dios ama a quien perdona aun pudiendo castigar. Como en la halajá, la sharía defiende la justicia, pero exalta la clemencia como el camino más noble.
En Gaza, estos principios están ausentes. Israel y Hamás se consideran enemigos absolutos. No hay arrepentimiento, ni petición de perdón, ni reparación; solo un ciclo de ataques, represalias y funerales. Ambas tradiciones aceptan que sin arrepentimiento no hay obligación de perdonar, pero insisten en no practicar una venganza sin límite y en ayudar incluso al adversario civil. Esa parte del mandato, la que humaniza, da la impresión de que ha desaparecido, aunque hay esperanza con acciones como esta de la que os hablamos la semana pasada: Voluntarios israelíes se juegan la vida pra que los palestinos tengan atención sanitaria, haciendo de escudos humanos.
Entender el presente exige recordar el origen de Hamás. Nació en 1987, durante la Primera Intifada, como rama palestina de la Hermandad Musulmana. Combinó trabajo social, prédica religiosa y resistencia armada contra la bautizada como ocupación israelí. Su carta fundacional de 1988 rechazaba la existencia de Israel y enmarcaba la lucha en términos religiosos y nacionales.
Un dato menos divulgado es que, en sus primeros años, Hamás se benefició de la permisividad e incluso del estímulo indirecto de las autoridades israelíes. En plena Guerra Fría, y con la OLP de Yaser Arafat como enemigo prioritario, algunos sectores israelíes vieron en el nuevo movimiento islamista una herramienta para debilitar a las facciones nacionalistas laicas. Mientras se reprimía a estas últimas, se permitió que Hamás desarrollara redes caritativas, educativas y religiosas en Gaza. Esa apuesta táctica se ha acabado volviendo en contra: el grupo se transformó en un actor político y militar mucho más radical y difícil de contener.
Hoy, tras décadas de violencia, la situación parece atrapada en una ecuación imposible: un Hamás que no renuncia a su objetivo de resistencia armada, e Israel que responde con una fuerza que castiga indiscriminadamente a la población civil de Gaza, a miembros de todo tipo de ONGs desplazadas sobre el terreno e incluso ha acabado con la vida de 232 periodistas que informan.
La Franja de Gaza es un "agujero negro informativo" desde hace cerca de dos años. Solo en el mes de agosto, Israel mató a 12 periodistas y, desde que comenzó la ofensiva, han sido asesinados al menos 220 reporteros que actuaban de altavoz global para contar al mundo lo que sucede en el enclave palestino.
Ante esto, Reporteros Sin Fronteras (RSF) junto al movimiento ciudadano mundial Avaaz han impulsado una iniciativa para exigir el fin de la "masacre deliberada" en la Franja y el acceso de la prensa extranjera al enclave palestino, hasta el momento vetado por Israel.
Más de 150 medios de comunicación de 50 países han anunciado su adhesión a esta movilización que tiene como objetivo denunciar "los crímenes perpetrados por el Ejército israelí contra los reporteros con total impunidad" y pedir la protección urgente de la prensa sobre el terreno.
Mientras el mundo se moviliza a favor de la paz. Hamás y Netanyahu rompen, cada día, los principios éticos que sus propias tradiciones consideran sagrados en base al argumento del derecho a la legítima defensa.
Ni el judaísmo ni el islam piden olvidar la justicia. Pero sí advierten que el odio perpetuo corroe tanto como la injusticia que lo originó. Sin gestos de humanidad hacia el otro —sin esa mínima chispa de compasión que ambos credos veneran—, la palabra “paz” seguirá siendo un sonido vacío. Y, mientras tanto, el precio lo seguirán pagando, los inocentes de ambos pueblos.
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