Mantenernos conscientes

Los delitos de odio se han multiplicado en los últimos años, alimentados muchas veces por discursos simplistas que reducen la complejidad social a un “ellos contra nosotros”.

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Hay que ser honrado: la realidad existe. Sin embargo, vivimos un tiempo en que demasiada gente insiste en afirmar que la realidad no existe, o que hay “otra realidad” disponible según convenga. En este contexto, el periodismo se enfrenta a un desafío de fondo: volver a recordar, y recordarse a sí mismo, que su tarea esencial es acercarse con honestidad a la realidad y contársela a la gente. Se trata de observar, verificar y narrar con la máxima lealtad a los hechos que ocurren e insistir en lo correcto. 

El problema se agrava con la expansión de las fake news, que se difunden con la misma velocidad con la que la gente busca respuestas inmediatas en redes sociales. Noticias falsas, manipuladas o sacadas de contexto compiten por la atención con el mismo vigor que la información contrastada. Y aunque es imposible controlar todo el caudal de desinformación, los profesionales del periodismo tienen la responsabilidad de no resignarse: verificar, desmentir y explicar se convierte en una forma de servicio público esencial que va más allá de informar, porque contribuye a sostener la salud democrática en nuestra sociedad.

 

 

La extrema derecha y su red de escala transnacional

 

Los delitos de odio se han multiplicado en los últimos años, alimentados muchas veces por discursos simplistas que reducen la complejidad social a un “ellos contra nosotros”. Racismo, homofobia o violencia contra minorías encuentran un caldo de cultivo en narrativas irresponsables que circulan sin filtros. El caso más reciente lo vivimos en Torre Pacheco. Aquí el periodismo tiene una misión crucial: visibilizar a las víctimas, desmontar prejuicios, desmontar bulos y evidenciar las consecuencias de la intolerancia. 

 

 

En paralelo, Europa asiste al avance de la extrema derecha, que se nutre de la generación de miedo y polarización. Con discursos que mezclan negacionismo, revisionismo y fórmulas fáciles, estos movimientos buscan legitimar la desinformación y han convertido el odio en el centro de su proyecto político. Frente a este desafío, el periodismo debe ser una línea de defensa democrática, capaz de desenmascarar las mentiras y recordar que la historia ya mostró a dónde conducen esos atajos políticos.

Los ejemplos se multiplican. En Italia, Fratelli d’Italia, liderado por Giorgia Meloni, ha crecido con un discurso nacionalista, antiinmigración y euroescéptico. El partido ha cuestionado derechos de minorías y relativizado el legado del fascismo italiano, lo que muchos consideran una forma de revisionismo histórico. En Francia, el Rassemblement National (RN) de Marine Le Pen ha suavizado su imagen pública, pero sigue promoviendo ideas que estigmatizan a los inmigrantes y cuestionan el multiculturalismo, difundiendo además mensajes alarmistas sobre seguridad y terrorismo. Incluso en países con tradición de consenso político, como Suecia, han surgido figuras como PeterSweden7, un influencer ultraconservador que difunde desinformación sobre inmigración y derechos LGBTQ+, con un eco significativo que muestra cómo la extrema derecha opera en red a escala transnacional.

Frente a este fenómeno, también surgen ejemplos de resistencia desde el periodismo y la sociedad civil. El Proyecto RightWatch es una iniciativa transfronteriza que verifica narrativas falsas de la extrema derecha en países como Italia, Francia y Grecia. Su labor consiste en desenmascarar mentiras sobre migración, cambio climático y derechos sociales, al tiempo que fomenta el pensamiento crítico.  Este tipo de iniciativas recuerdan que el periodismo no es un espectador pasivo, sino un actor imprescindible en la defensa de los valores democráticos.

 

La pluralidad informativa veraz enriquece el debate público

A esta tarea se suma otra no menos importante: preservar la pluralidad informativa. Que existan diferentes líneas editoriales enriquece el debate público siempre que estén ancladas en la veracidad de los hechos. La ciudadanía tiene derecho a acceder a múltiples miradas sobre un mismo acontecimiento, pero no a recibir versiones distorsionadas que nieguen la realidad. La pluralidad no debe confundirse con relativismo: las opiniones son libres, pero los hechos no lo son. Y esa frontera, que parece obvia, es la que con demasiada frecuencia se intenta diluir.

 

 

El ecosistema digital ha añadido una dificultad adicional: los algoritmos de las grandes plataformas deciden qué noticias ve cada usuario, privilegiando la inmediatez, la emoción y el impacto sobre la veracidad y el contexto. Creando las conocidas y dañinas "burbujas informativas" que aíslan a la gente. Las redes sociales, convertidas en las principales ventanas de acceso a la información, moldean la conversación pública con criterios opacos que favorecen la polarización y el sensacionalismo. Aquí el periodismo se enfrenta al reto de no dejarse arrastrar por esa lógica y de reivindicar su papel como garante de rigor en medio de un ruido ensordecedor. Informar con responsabilidad es también resistir la dictadura del clic.

 

 

 

El Periodismo debe proteger la brújula ética para iluminar la realidad

 Ahora mismo vivimos deslumbrados por la inteligencia artificial, que ciertamente tiene un potencial enorme, pero no debe hacernos perder lo que nos hace humanos. Somos muchos los que pensamos que debemos proteger la emoción, la empatía y la compasión: dimensiones que las ciencias sociales trabajan y que la tecnología por sí sola no puede replicar. En ese sentido, el periodismo debe apostar por estas ciencias sociales como brújula ética, como freno de lo puramente instrumental y como garantía de que los avances tecnológicos —algoritmos, redes, IA— se utilicen para iluminar la realidad, no para distorsionarla.

La clave está en hacer información desde la altura exacta de los ciudadanos. Eso implica renunciar tanto al púlpito como a la reverencia: ni predicar desde arriba ni agachar la cabeza. Solo así es posible recuperar la confianza de una sociedad que necesita periodistas capaces de mirar con los mismos ojos de quienes se acercan a ellos desde la calle. Cuando la realidad sorprende —y siempre lo hace—, el periodista debe reaccionar con la misma mirada limpia y honesta que tendría cualquier ciudadano. Porque, en última instancia, lo que está en juego no es solo el prestigio de una profesión, sino la posibilidad misma de una conversación pública basada en hechos compartidos veraces, y no negados o creados artificialmente. Y aunque pensar es gratis, requiere esfuerzo mantener nuestra mente consciente en el aquí y ahora, huyendo del "piloto automático" que buscan con insistencia las "burbujas informativas". 

 

 

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