Javier Marín, el policía que desafió la herencia franquista: “Acabar con la corrupción me costó golpes, pero alguien tenía que hacerlo”

Durante años, Javier Marín combatió el miedo, el silencio y la impunidad dentro de diferentes cuerpos policiales. Su empeño por limpiar la institución lo convirtió en blanco de amenazas, pero también en símbolo de una nueva ética democrática

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Poli Rojo
El libro Poli Rojo cuenta el paso de Javier Marín por el ejército, la policía y el PSC

 

Durante medio siglo, Javier Marín ha transitado por los espacios más tensos de la historia reciente del país . Militante del Partido del Trabajo, activista antifranquista, infiltrado en el Ejército predemocrático y fundador de la UGT en la Policía Municipal de L’Hospitalet, su vida resume una idea constante: la de transformar las instituciones desde dentro, incluso a riesgo de su propia libertad. 

Su experiencia ahora queda plasmada en El poli rojo, un libro en el que narra episodios inéditos de la transición española, desde la clandestinidad política hasta la lucha interna dentro de la Policía para erradicar prácticas heredadas del franquismo. “El hilo siempre fue el mismo”, explica Marín. “Diez años en el Partido del Trabajo, cuarenta en el PSC, y en medio siempre trabajando, en la fábrica del metal o en la Policía". 

La idea era la misma: "llevar la democracia hasta los lugares donde más costaba que arraigara”. A lo largo de décadas, su trayectoria combina riesgo personal, compromiso político y la convicción de que la transformación de las instituciones no puede limitarse a discursos, sino que exige acción desde dentro, enfrentando a quienes todavía defendían viejas estructuras y privilegios que parecían intocables.

Marin
Javier Marín, autor de 'El poli rojo'  Foto: X

 

Del Partido del Trabajo al Ejército franquista

Su militancia comenzó en los años setenta, cuando el Partido del Trabajo le encomendó una tarea tan peligrosa como simbólica: ingresar en el Ejército franquista para contribuir a su transformación desde dentro. Entre 1972 y 1974, Marín sirvió como voluntario en varios cuarteles, donde organizó comisiones de soldados y formó a militantes en el manejo de armas.

Era la época en que el partido creía que una revolución estaba cerca, y que la disciplina militar podía ponerse al servicio de la democracia futura. “Aprendimos a pisar sobre seguro —recuerda—, porque si ofrecías confianza a la persona equivocada, te detenían o te delataban. En mi caso, nunca tuve una caída ni una traición. Cada paso se daba con la cabeza fría”.

Las manifestaciones por Puig Antich fueron uno de los momentos más críticos de aquella etapa. Los soldados más jóvenes, relata, sabían que si se les ordenaba salir a reprimir, muchos se negarían. Era un acto pequeño de resistencia, pero simbólico. “Nos ofrecíamos como víctimas, como una forma de denuncia —dice—. Era el modo de abrir grietas en el sistema desde el propio corazón del régimen”.

 

La Policía de L’Hospitalet: limpiar desde dentro

Con la llegada de la democracia, Marín decidió aplicar su experiencia clandestina en otro frente. En 1980 ingresó en la Policía Municipal de L’Hospitalet, dentro de la primera promoción de agentes formados en ayuntamientos democráticos. “Los nuevos consistorios no se fiaban de los policías del régimen”, cuenta. “Y tenían razón: convivíamos con más de 150 agentes que habían jurado fidelidad al franquismo. El choque entre los que queríamos cambiar las cosas y los que querían conservarlas fue brutal”.

Nada más entrar, fundó la primera sección sindical de UGT en el cuerpo, algo impensable hasta entonces. Esa iniciativa le valió expedientes disciplinarios, amenazas y hasta agresiones. Algunos veteranos organizaron asambleas para expulsarlo, alegando que había sido procesado en 1976 por atentar contra la seguridad del Estado. “Creían que, con un acuerdo mayoritario, podían echarte. No entendían lo que significaba la democracia”, recuerda con ironía.

La corrupción, según Marín, era una práctica cotidiana heredada del franquismo. Había policías que usaban una placa a la que llamaban “la milagrosa”, que abría todas las puertas y garantizaba servicios gratis. Algunos incluso robaban en robos: entraban antes que el propietario, se quedaban parte del botín y luego hacían el parte al seguro. “Acabar con eso fue durísimo —dice—. Me salvó que era cinturón negro de kárate. Pero alguien tenía que hacerlo. Queríamos limpiar el cuerpo desde dentro, aunque costara caro”.

 

Del comunismo al desencanto socialista

Años después, tras dejar la policía, se integró en el Partit Socialista de Catalunya (PSC) convencido de que la lucha obrera debía continuar desde la vía institucional. “Venía del comunismo, pero entendí que la revolución no había funcionado. Pensé que desde el PSC se podía avanzar paso a paso. Durante un tiempo fue así, hasta que la distancia entre el partido y la clase trabajadora se hizo insalvable”.

En 2020, tras cuarenta años de militancia, presentó su carta de dimisión dirigida a Miquel Iceta y Salvador Illa. El detonante fue la política de alianzas con fuerzas independentistas. “Les dije que conmigo no podían seguir contando. Atomizar el territorio es romper a la clase obrera, y yo no iba a caer en ese error otra vez”. Y es que, pactar con ERC, reeditar el tripartito no era una opción aceptable para Marín.

Para Marín, el socialismo actual se ha vuelto demasiado complaciente con el neoliberalismo. “El PSC hoy es liberal en política económica”, sostiene. “Solo impulsa reformas porque gobierna con Sumar y Podemos, no por convicción. En Catalunya, gobierna sin presupuestos y se limita a declaraciones. Aunque es el mal menor, sería peor con PP y Vox en el Gobierno. Pero eso es un mal consuelo”.

 

Javier Marin: "Me preocupa que las nuevas generaciones crean que la libertad está garantizada"

Su mirada hacia las políticas impulsadas por Yolanda Díaz es mucho más positiva: “Me recuerda a cuando trabajaba en la fábrica del metal”, dice. “Entonces estaba mal visto no hacer horas extra, y yo me negué. Prefería trabajar menos para que trabajaran más. Lo que propone Sumar va en esa línea: repartir el trabajo y subir salarios”.

A los 73 años, Marín observa con preocupación el avance de la extrema derecha en Europa y en España. “El fascismo vuelve porque ya no existe el miedo al comunismo”, afirma con serenidad. “Durante décadas, el capitalismo aceptó las reformas sociales por miedo a perderlo todo. Pero cuando cayó la URSS, ese miedo desapareció. Y con él, las conquistas obreras. Ahora la ultraderecha se alimenta del egoísmo y tiene medios a su servicio. Vox no es una casualidad, es un producto de los poderosos”.

Su libro, en preparación, recoge episodios inéditos de su vida: las treinta intervenciones policiales que realizó, algunas tan duras como el atraco en el que tuvo que disparar para salvar a sus compañeros, o su colaboración con los servicios de inteligencia en vísperas del 1 de octubre para evitar que agentes colaboraran con los ayuntamientos y la Generalitat en los preparativos del referéndum.

Yo ya he vivido lo que es jugarse la vida por unas ideas”, concluye. “Ahora me preocupa que las nuevas generaciones crean que la libertad está garantizada. No lo está. La democracia hay que pelearla cada día, incluso desde dentro de sus propias instituciones”.

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