¿Qué salud mental en Europa?

José Leal

Uno de cada tres casos de enfermedad o discapacidad están relacionados con un problema de salud mental



Escribo desde Trieste. Con el título "Democracia y salud mental de la comunidad" se celebra el 40 aniversario de la Ley 180. Llamada también Ley Basaglia, ordenaba el cierre de todos los manicomios del país y abría el desarrollo de lo que se ha venido llamando la Salud Mental Comunitaria, marco conceptual y conjunto de servicios para hacer frente a las necesidades de las personas con sufrimiento psíquico en el seno de su propia comunidad. Antes de ello había habido muchos años de lucha producto de una alta conciencia de la insoportabilidad de los tratos vergonzantes que se producían en las instituciones psiquiátricas.


Un proceso similar, con matices, se produjo a la vez en otros lugares de Europa, entre ellos España. Se cerraba así la experiencia ignominiosa de esta institución total y totalitaria. La recuperación de la libertad y la dignidad eran los objetivos básicos de aquellos procesos tan necesariamente transformadores e ilusionantes.


Yo he sido invitado a participar en un debate con otros colegas de diversos países sobre el desarrollo de la reforma de la atención a la salud mental en el sur de Europa. Tras mi intervención me preguntan mi opinión sobre el futuro de la salud y la salud mental en Europa. No soy muy optimista, he de decir. Antes de dar una respuesta me asalta un conjunto de hechos recientes altamente hirientes.


Mientras espero el vuelo que me llevará de Roma a Trieste leo que un joven de 30 años, que vive y duerme en la calle y que tiene dificultades en su salud ha sido golpeado por un grupo en plena plaza de Catalunya de Barcelona y ha muerto a consecuencia de ello. La noticia en el diario La Vanguardia del 21 de Junio dice exactamente: "Un sintecho muere después de sufrir una paliza en la calle en Barcelona".


Esa identidad, un sintecho, que el periodista le atribuye me parece profundamente hiriente. Nos vamos acostumbrando a esa atribución de identidades estigmatizadas, sintechos, sinpapeles, topmantas, menas, etc. que parecen sustituir la profunda identidad que cada uno somos, personas, sujetos, seres heridos que nos necesitamos para poder construir la vida en dignidad. Antes de responder he de contar todo esto.


También he de contar que el Mar Mediterráneo y otros muchos mares en el mundo están llenos de personas que huyen de la miseria, de los horrores de las guerras, de tantas violencias, sin puerto que les acoja. Y he de contar, por compartirlo, que aumenta la desigualdad, la pobreza, la xenofobia, el odio al extranjero. Y he de contar también las fechorías de Trump, la violenta separación de los niños de sus padres con quienes emigran, el silencio cómplice de los gobiernos democráticos y la hipocresía de sus gobernantes ante tanta barbarie.


Poco después me entero de que el primer ministro italiano llama "carne humana" a las personas que están atrapadas en barcos a quienes nadie quiere. Me cuenta un compañero italiano que mientras el presidente de la república francesa acusa de inhumano, con razón, al primer ministro italiano la gendarmería francesa expulsa a golpes sin piedad alguna a los migrantes que cruzan las fronteras con Italia para acceder a Francia. Y al poco un alto responsable político palestino presente en el encuentro nos cuenta que un 60% de los niños y jóvenes palestinos expresan un sufrimiento emocional intenso que les puede dificultar su desarrollo a causa de la extrema violencia en la que viven.


Recuerdo también que hace unos dias en Córdoba, Ghita el Khayat, psiquiatra y escritora marroquí me decía que "en África nuestra lucha es por sobrevivir". Me preguntan, nos preguntamos por hacía donde irá la salud mental en Europa. Y recuerdo a Basaglia que planteaba que existía una relación entre recuperabilidad de la salud y condiciones de vida y que aquella no se puede producir si las necesidades primarias no son satisfechas; dice así: "no se puede entender lo que es la enfermedad hasta que no están satisfechas las necesidades primarias de las personas".


Cada vez es mas evidente y aceptado que la salud está condicionada muy altamente por un conjunto de elementos a los que llamamos determinantes sociales. 


Estos son los que hacen que la situación de salud, de calidad de vida y la duración de la misma vida sea bastantes años menos en las personas que viven en distintos barrios de la misma ciudad, por ejemplo Raval y Pedralbes. Si el vivir se transforma en una lucha por sobrevivir y eso ocurre también a cada vez mas personas en Europa; si a los gritos de socorro y búsqueda de amparo de los más frágiles respondemos con violencia y rechazos; si la Unión Europea tiene grandes dificultades para articular una respuesta humanitaria que sea realmente transformadora de las condiciones de vida, ¿qué respuesta se puede dar a la pregunta de hacia dónde va la salud mental en Europa?


Yo solo puedo dar una respuesta dolorosa: el decaimiento de los valores de igualdad, solidaridad, justicia, fraternidad no hablan de una sociedad sana. Por ende, el desarrollo de la salud mental no va a depender solo de las políticas asistenciales, también necesarias, sino del desarrollo de un conjunto de valores que son los que definen a una sociedad sana. Si ésto no se produce estamos abocados a un alto sufrimiento colectivo que puede expresarse en diversas manifestaciones sintomáticas individuales y frente al cual la solución no es la intervención de expertos. Esa es mi respuesta que comparto con un alto número de personas que asisten al encuentro.


Pero por otro lado siento una predisposición a la esperanza producto de una cierta exigencia ética. No olvido que estamos en un tiempo contradictorio y yo ahora también en una ciudad contradictoria. Aquí estuvo el único campo de detención, de tránsito a la deportación y de exterminio nazi. En esta ciudad hay un llamado Civico Museo della Guerra per la Pace creado por Diego de Henriquez, coleccionista de artilugios empleados en las guerras y cuyo tema da pié a Claudio Magris, el gran escritor y europeista triestino, para escribir el gran libro "No ha lugar a proceder", un relato estremecedor que trata tanto de la guerra como del odio y de la última vileza de los asesinos: el borrado de sus actos. Pero es a la vez un canto en honor de los resistentes y de los que luchas frente al olvido de las ignominias. También aquí se produjo el gran movimiento que llevó a la recuperación de la libertad y los derechos de tantas personas que habían sido encerrados en ese terrible lugar que ha sido el manicomio.


Alguna razón hay también para la esperanza. En El Centro de Europa con un fuerte retraso en las políticas liberadoras en salud mental se están llevando a cabos grandes esfuerzos por una transformación de las estructuras manicomiales que aún perduran. Habrá que ver que desarrollo llegan a alcanzar con la emergencia de gobiernos tan fuertemente conservadores y tan poco amantes de la libertad y la solidaridad.


Me dice un amigo italiano claramente contrario al gobierno actual que el gran problema de algunos políticos actuales, en Italia y también en otros países, es que son incapaces de contrariar a aquellos de quienes dependen reforzando con ello las derivas populistas altamente peligrosas y fortaleciendo identidades y pertenencias excluyentes de alto poder dañante.


La salud mental de Europa estará unida al desarrollo de la democracia y a las políticas de apertura, solidaridad, justicia e igualdad que entre todos seamos capaces de construir.

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