​El Mago Pop demuestra que "Nada es imposible" en el Teatro Victoria

Antonio Díaz se ha convertido en referente del ilusionismo.

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Teatro Mago Popo 2

 

Teatro Mago Popo

Todo niño ha tenido sus sueños, aunque en la mayoría de los casos éstos no acaban de convertirse nunca en realidad. Antonio Díaz sí los ha podido materializar y el niño del extrarradio barcelonés, nacido en Badía del Vallés, que había soñado con ser mago, no sólo lo ha conseguido, sino que se ha convertido en un referente internacional de un género tan disputado como es el ilusionismo y, además, ha logrado ser profeta en su propia tierra con la adquisición como sede propia de uno de los locales de espectáculos más longevos de la ciudad: el teatro Victoria.


La adquisición se anunció en primavera y ha habido que dejar pasar unos meses para que el antiguo Pabellón Soriano del Paralelo que administró la familia Balaguer, fue palacio de las variedades en la posguerra, donde Joaquín Gasa montó sus espectaculares revistas en los años sesenta del siglo pasado y que luego adquirieron y reconstruyeron los de Tricicle, Dagoll Dagom y Anexa, se lavara la cara y convirtiera en lo que parece un teatro completamente nuevo.  


Conseguido este objetivo, todo estaba preparado para que el muchacho vallesano hiciera su reaparición con un espectáculo que ha suscitado la máxima expectación. Se titula 'Nada es imposible' y Antonio Díaz, el 'Mago Pop', con la ayuda de un excelente equipo del que forma parte otra gloria local del ilusionismo, el Mag Lari, ha montado un show capaz de seducir a un público multitudinario que en la noche del estreno abarrotó de tal forma el coliseo del Paralelo que a los periodistas -al menos a quien esto escribe- nos mandaron al gallinero, también llamado anfiteatro, y ahora reconvertido elegantemente, a la moda inglesa, en “balcony”.


El ilusionismo se basa en las habilidades del profesional y ciertamente Díaz las posee en grado sumo, pero cabe añadir que para montar un espectáculo en una sala de las dimensiones de las del Victoria no basta con esto. Hay que añadir muchos otros elementos, como es el caso: artefactos de gran tamaño, video, juego de luces, mucha música, fuego, pirotecnia, humo, telones y cortinas que aparecen y desaparecen, pelotas con las que juega el público, pulseras de mano que se colocan al respetable a la entrada y se iluminan en su momento, lanzamiento de confeti y serpentinas, todo ello con un ritmo endiablado a lo largo de algo más de sesenta minutos, durante los cuales el Mago Pop, con sus treintaypocos años -francamente, parece más joven- se mueve con soltura, salta cuando procede, se disfraza de una y otra guisa o da unos pasos de baile.


Decía el padre de Adolfo Marsillach, Luis, que era periodista y crítico teatral, que "las variedades -el ilusionismo es una de ellas- son lo menos variado del teatro" y algo de razón tenía. Pero el caso de Antonio Díaz es una excepción: el mimetismo de tantos cientos o miles de magos, reiterativo y, a la postre poco imaginativo, salta en pedazos en un ininterrumpido ejercicio de superación. No hay momento para el tedio. Cada maniobra suscita atención y asombro. Y todo ello alcanza una sublime dimensión en los ejercicios finales de antipodismo y suspensión en el vacío.


Dos codas finales. La primera: resulta muy alentadora la actual oferta de la cartelera teatral barcelonesa que, ¡al fin! parece capaz de conseguir algo que Madrid ha logrado hace años: hacer que la gente venga a la ciudad con la única excusa de ir al teatro. La segunda: que habida cuenta los proyectos de Antonio Díaz en Broadway y otros grandes epicentros del universo del espectáculo, nos gustaría saber qué proyectos tiene para "su" nuevo teatro Victoria cuando él no ocupe los luminosos de la fachada.

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