Nota: Este artículo ha sido escrito conjuntamente entre Luis Moreno, profesor del CSIC y Raúl Jiménez, profesor ICREA en la Universidad de Barcelona. Ambos son autores del libro "democracias robotizadas".
¿Quién lo discute…? El efecto más evidente e incuestionable de la crisis del Coronavirus ha sido la intensificación en el uso de los medios telemáticos. Difícil imaginar cómo la tensión ambiental domiciliaria (fiebre de la cabina) hubiera sido domeñada sin la ayuda de nuestros dispositivos móviles de comunicación personal (ordenadores, teléfonos inteligente o tabletas). De ahora en adelante nuestro mundo comunicacional, telelaboral y de entretenimiento habrá cambiado inexorablemente. No se vuelve atrás. Ya estamos en otra dimensión. Algunos piensan que retornar a la ‘normalidad’ será restablecer las relaciones sociales del pasado. Craso error.
La nueva política que se anuncia con la implementación del programa de ingreso mínimo ciudadano (sea cual fuese la denominación que finalmente se adopte) ofrece un ejemplo de la irreversibilidad de lo cambios y de la futilidad de la vuelta al pretérito en su administración operativa. ¿Quién podría renegar de vivir estos días en un mundo más robotizado y con un ingreso mínimo para todos los ciudadanos?. Las cadenas de producción seguirían funcionando como antes de la crisis viral y con el dinero en forma de TTR (tax-the-robot), o sea con los recursos procedentes del pago de impuestos de los robots, se procedería a ayudar al bienestar de nuestro modelo social europeo. Y, de paso, a que los ávidos capitales peregrinos pagasen por sus transacciones, y no como sucedió tras la Gran Recesión de 2007-08, a consecuencia de la cual aumentaron las desigualdades globales entre pobres o ricos.
Quizá algún sindicalista de viejo cuño piense que se deba recurrir a los procedimientos y trámites funcionariales tradicionales de ‘manguito ’para la recogida, evaluación y operacionalización en la concesión de la prestación. Se podría argüir que con ello se crearían más puestos de trabajo. Inútiles, añadiríamos nosotros. Tal enfoque pondría en peligro la inefectividad a legitimidad y funcionalidad de la nueva política pública. Y proporcionaría una herramienta de crítica altamente manipulable por la derecha beligerante con el programa.
Y es que en el desarrollo de las políticas suele ser más importante valorar de antemano los efectos no queridos y las apropiaciones indebidos de los rendimientos de las mismas, y no tanto los objetivos enunciados pomposamente que se pretenden conseguir. Las prácticas de la picaresca y el clientelismo que los estudiosos de la asistencia social y de la provisión de prestaciones, mediante la concesiones selectivas del bienestar y de comprobación de rentas (means-tested) que se han estudiado largamente, arrojan resultados inciertos. Con el ingreso mínimo de ciudadanía corremos el peligro de tirar al niño por el desagüe con el agua de la bañera.
Como lo señalado en un artículo anterior, debería robotizarse todo lo que se pueda para hacer frente a los efectos del COVID 19. Llevamos casi 5 semanas de confinamiento y son palpables algunos beneficios colaterales de la robotización. El caso más evidente el de los bancos. Prácticamente tres cuartas partes de sus oficinas están cerradas, pero las transacciones siguen funcionando como cuando acudíamos (cada vez menos usuarios) a las sucursales de la calle.
Incluso se reducen los pagos en efectivo para no contagiarse. El uso del dinero electrónico está al orden del día en supermercados o farmacias, pongamos por caso. Las nóminas se pagan por transferencia y las compras online no quieren más que dar al botón correspondiente de la página web del suministrador. Las compras se están efectuando con dinero electrónico, de hecho con la app del banco en nuestros móviles. Ni siquiera es necesaria la tarjeta de crédito o débito. En Suecia el dinero en metálico ha desaparecido prácticamente.
En nuestras democracias robotizadas; la digitalización dineraria permite seguir funcionando como si nada hubiese pasado. Con la implantación del 5G en nuestros teléfonos inteligentes será posible, también en la España vacía, hacer todo tipo de transacciones sin necesidad de soporte físico, ni siquiera de cajeros automáticos. Con el desarrollo imparable de la computación cuántica y la inteligencia artificial en la búsqueda de patrones, es cada vez más fácil dejar que los robots rastreen las transacciones monetarias en búsqueda de malversación o uso indebido.
Si todas las transacciones fuesen digitales, no habría capacidad de picaresca con el ingreso mínimo de ciudadanía. O quedaría reducida al mínimo de la fantasía insospechada en un país de Rinconetes y Cortadillos. Así, la obligación de los ciudadanos vulnerables que reciben la prestación de ingresos mínimos de realizar su declaración de la renta anual sería algo sencilla de cumplir (además recibirían su borrador como ya sucede ahora para el común de los contribuyentes, listo para firmar y enviar telemáticamente). Piénsese en otro efecto benigno cual es la práctica paralización de la economía ‘sumergida’ tan extendida en países europeos como España o Italia, lo más golpeados por el Coronavirus en las últimas semanas. Por supuesto esto representa una pérdida de privacidad, ya que si todas las transaccione se digitalizasen se sabría perfectamente lo que uno ha hecho, lo que compra, a dónde va y dónde decide. Pero se nos antoja que es el único modo de evitar la picaresca y, por ende, la deslegitimación de una política necesaria y oportuna.
Algún lector se rasgará las vestiduras por las implicaciones que ello conlleva para la falta de privacidad. Pero ese debate ya ha sido amortizado y no se quiere asumir. Como ya hemos expuesto anteriormente, lo que el soplón Edward Snowden, cuya bonhomía difícilmente será reconocida en su justa medida, la privacidad ha dejado de existir. La única alternativa es abandonar la sociedad y cual talibanes dejar de portar ningún elemento de metal, no ya el móvil universalmente utilizado por todos. Y confinarse en la cueva permanentemente (la tecnología robotizada permite detectar el calor de un conejo en la luna). Así, que si como los talibanes quieren Vdes. estar privadamente ocultos tendrán que pasar desapercibidos a toda costa.
La derecha ultramontana peleará gato panza arriba para que se deslegitime la implantación del ingreso mínimo de ciudadano. Entendemos que no hay disyuntiva. Aún en un sector tan ‘humanizado’ como el de los cuidados personales y la lucha contra la vulnerabilidad, hay que digitalizar y robotizar todo lo que se pueda. Tiempo al tiempo.
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