Estreno de una versión libre del “Tartufo” de Molière (Goya)

“Tartufo” de Molière, después de una exitosa gira por España, recala en Barcelona, concretamente en el Teatro Goya, dentro de la temporada del Grec.

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Catalunyapress tartufo

 

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Pepe Viyuela actuando en "Tartufo" / Pablo-Ignacio de Dalmases

“Los clásicos nos pueden dar mucha luz” dijo Ernesto Caballero, director y autor de la versión del “Tartufo” de Molière que, después de una exitosa gira por España, recala en Barcelona, concretamente en el Teatro Goya, dentro de la temporada del Grec. Añadiríamos por nuestra cuenta que algunos clásicos pueden aportar, además de luz, mucha polémica, como ha sido el caso de esta obra desde el momento mismo de su estreno en 1669, cuando hubo un obispo que amenazó con excomulgar a quienes fueran a verla. Aunque soy viejo, no viví aquella conmoción, pero sí otra mucho más reciente, ocurrida en pleno siglo XX cuando, a finales de los sesenta, Adolfo Marsillach puso en escena una versión que había preparado Enrique Llovet y escondía una crítica muy perceptible de la influencia que entonces ejercía el Opus Dei. El estreno se celebró en el contexto de las tensiones entre las diversas fuerzas políticas del régimen y aquella versión no tuvo dificultades para ser representada porque contó con la anuencia del ministro de Información y Turismo, Fraga Iribarne, que estaba enfrentado a los tecnócratas vinculados a la institución que había creado monseñor Escribá (y que se cobraron la pieza, porque el político gallego sería destituido por el generalísimo en la primera crisis de gobierno).

 

Ahora mismo vivimos otros tiempos muy diferentes a los de Luis XIV o Franco, pero habremos de convenir que, en realidad, los estereotipos humanos son análogos. “Nihil novum sub sole”, que decían los latinos. En efecto, la figura del hipócrita que seduce quien inocentemente o no se presta a ello para conseguir sus propósitos de dinero o de poder sigue tan vigente como antaño. Habrá desaparecido el ropaje accesorio, que en el texto original era el del devoto fingido, pero el eje fundamental del modelo no ha cambiado. Cualquiera sería capaz de recodar algunos nombres de hipócritas ilustres capaces de vender su alma al diablo para conseguir sus objetivos, pese a que Caballeo puntualizó que su versión no permitía identificar a ningún nombre conocido concreto. 

 

Apuntaba Pepe Viyuela, el Tartufo de este montaje, que “el mérito de Molière fue que utilizó el arma del humor, mucho más demoledora que cualquier otra”, con la que pudo conseguir que su crítica llegase a todo tipo de espectadores. Un humor que el adaptador ha agudizado al insertar el texto original -debidamente abreviado en duración y personajes: de los cinco actos ha pasado a 105 minutos- en un contexto dramático de creación propia, de modo que lo que ocurre sobre el escenario es el proceso en que se produce el desarrollo del montaje de la comedia clásica por una compañía de teatro. Los actores son a veces ellos mismos y dicen el texto que del adaptador para pasar seguidamente a los octosílabos de la traducción que hizo el abate Marchena y transformarse en sus respectivos personajes. A mayor abundamiento, los intérpretes ejercen, a la vez, como la propia tramoya del espectáculo e incorporan o desplazan una y otra vez los elementos de ambientación escenográfica con toda naturalidad.

 

El espectáculo resulta agradable y entretenido y orilla cualquier peligro de acartonamiento. Porque, como dijo Viyuela, “Molière no está muerto, sino que resucita en cada día en los sucesos que ocurren en nuestro entorno”.  

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